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¿Para qué sirve la ONU? Crónica de una inoperancia anunciada.

Por: Mauricio Manzano.

Nacida de las cenizas de la segunda guerra mundial, la Organización de las Naciones Unidas se erigió sobre una promesa esperanzadora: “Nunca más la guerra”. Se suponía que sería el bastión de la paz, la justicia y la dignidad humana, ochenta años después la pregunta que resuena no es un debate académico, sino un clamor de desilusión ¿Para qué sirve la ONU? La respuesta evidente es que se ha convertido en un espejo de la inoperancia global, cuya única función parece ser la de un escenario para que las grandes potencias legitimen su poder.

El principal cáncer que devora la credibilidad de la ONU es el Consejo de Seguridad y el derecho de veto. Cinco naciones, Estados Unidos, Rusia, China, Francia y el Reino Unido, tienen el poder absoluto de paralizar cualquier acción. Este privilegio no es un instrumento para la paz sino una camisa de fuerza que convierte la justicia en un privilegio. Mientras una de estas potencias o sus aliados cometan atrocidades en Ucrania, Siria o Gaza, el Consejo de Seguridad se vuelve un teatro de la farsa, un lugar donde las resoluciones se firman sabiendo que el veto las convertirá en papel sin valor. La ONU es como un árbitro que no puede sacar tarjetas rojas.

Esta parálisis ha revelado la brutal inoperancia del derecho internacional. Las leyes y convenciones que en teoría deberían proteger a los civiles y castigar a los genocidas, son ignoradas por quienes tienen el poder de hacerlo. La Corte Penal Internacional emite órdenes de arresto que son una broma, y los informes de la ONU sobre crímenes de guerra se archivan mientras los bombardeos continúan. En la práctica el derecho internacional solo se aplica a los países débiles, pero se desvanece cuando se enfrenta a los intereses geopolíticos de los poderosos.

Además de carecer de capacidad de mando, la ONU ha demostrado ser un espectador en las peores crisis humanitarias de las últimas décadas. Su mano dura no es más que una voz que condena y lamenta los hechos. Se envían cascos azules sin poder real para intervenir, mientras el genocidio y la limpieza étnica ocurren a plena luz del día. La ONU no es una fuerza de intervención sino una fuerza de observación, y la diferencia es la vida de millones de personas.

Al final, la ONU parece servir no para prevenir la guerra, sino para administrar su fracaso. Se ha convertido en un club de debate donde el lenguaje florido oculta la falta de acción. La pregunta ya no es si la ONU puede ser reparada, sino si el mundo con todos sus egoísmos quiere que funcione. La inoperancia de la ONU es la inoperancia de la humanidad.