Por: Mauricio Manzano.
La democracia en su esencia es más que un sistema de gobierno regido por un Estado de Derecho; además, es un conjunto de valores, una cultura de respeto y un proceso de diálogo constante. Sin embargo, en la actualidad estamos presenciando, en muchos países, un fenómeno peligroso y a menudo subestimado: la banalización de la democracia. Este concepto está referido a la reducción de los principios esenciales de la forma de gobierno, y el fomento de una serie de clichés, eslóganes vacíos o, peor aún, a un mero trámite electoral.
La democracia banalizada es aquella que se limita a la celebración de elecciones, pero ignora la operatividad, independencia y transparencia de sus instituciones. Es el voto sin una ciudadanía activa, el derecho a la palabra sin la obligación de escuchar al otro. Se manifiesta cuando los líderes políticos apelan a las emociones en lugar de a la razón, cuando la verdad es reemplazada por el clickbait y el debate público se convierte en una batalla de insultos y repetición de slogan apologéticos hacia un seudo líder en las redes sociales.
Este proceso de banalización tiene consecuencias negativas para la ciudadanía. Al simplificar la democracia a su mínima expresión, se vacían de significado conceptos como el Estado de Derecho, la separación de poderes y los derechos humanos. La ciudadanía se acostumbra a ver estos pilares como obstáculos a la voluntad de un líder popular. La paciencia requerida para construir consensos es sustituida por la exigencia de soluciones rápidas y autoritarias.
En este escenario, el populismo encuentra un terreno fértil. Los líderes populistas no necesitan convencer, solo conectar con la insatisfacción. No necesitan justificar sus acciones, solo ser populares. La banalización, al fin y al cabo, es la antesala de la apatía y el caldo de cultivo para quienes desprecian las reglas del juego democrático y se deslizan hacia un sistema autoritario.
Recuperar el verdadero significado de la democracia no es tarea fácil. Requiere una ciudadanía firmada, informada y crítica, líderes políticos, religiosos, intelectuales honestos e instituciones civiles cohesionadas, que inspiren con integridad y no con la demagogia, que dejen ver un compromiso colectivo, apertura con el diálogo y el respeto mutuo. De lo contrario, seguiremos viendo cómo el más noble de los sistemas se convierte en una cáscara vacía, tan frágil como la popularidad de un líder de turno.
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