Carta a los falsos intelectuales.

Por: Mauricio Manzano. *

A quienes visten la toga del saber sin la carga de la honestidad, a los que usan la retórica para confundir más que para iluminar, a los que edifican su prestigio sobre cimientos de humo y conveniencia:

Los veo. Los veo en los púlpitos mediáticos, en los círculos donde se reparte la influencia, en los pasillos de poder donde su opinión se cotiza al mejor postor. Sus palabras resuenan con la grandilocuencia, pero el vacío de su contenido es un eco que no engaña a los oídos atentos.

Adornan sus discursos con citas y referencias, no por un genuino afán de conocimiento, sino para impresionar y silenciar la disidencia. Manipulan los datos, retuercen la lógica y tergiversan la verdad, todo en nombre de una narrativa que los beneficia, que los mantiene en el centro del escenario, lejos del esfuerzo real del pensamiento crítico.

La verdadera labor del intelectual es buscar la verdad, incluso cuando es incómoda; desentrañar la complejidad, no simplificarla; y, sobre todo, servir al entendimiento común, no a intereses particulares. Pero ustedes prefier el aplauso fácil, la reverencia vacía de quienes no se atreven a cuestionar la autenticidad de su brillo.

Se han convertido en mercaderes de ideas, vendiendo opiniones prefabricadas y adaptadas al gusto de quien paga o de la corriente dominante. El rigor académico es un adorno, no una disciplina; la ética intelectual, una cláusula que se ignora si estorba al ascenso.

Quizás creen que su impostura pasará desapercibida, que la sofisticación de su lenguaje ocultará la pobreza de su espíritu. Pero el tiempo desvela la verdad. Las ideas verdaderamente sólidas perduran; las construidas sobre arena se desmoronan con el primer vendaval de la realidad.

Esta carta no es un ataque, sino una advertencia. El espacio del verdadero intelecto es sagrado, forjado con honestidad, valentía y una insaciable sed de conocimiento. Cuando lo ocupan con su falsedad, no solo se deshonran a sí mismos, sino que empobrecen el debate público y desilusionan a quienes aún creen en el poder transformador de las ideas.

La autenticidad es un camino arduo, sí, pero es el único que conduce a una verdadera trascendencia. ¿Tendrán el coraje de emprenderlo, o preferirán seguir bailando en la cuerda floja de su engañosa reputación?
Con la esperanza de un futuro más auténtico,

*Atte.

Mauricio Manzano. 

El observador del pensamiento.

 

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