¿GENERACIÓN Z (o solo estúpidos manipulables)?
POR: MIGUEL BLANDINO .
Desde que los de Yale me incluyeron en la generación de los nacidos en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial y, muy abusivos, me pusieron el apodo de “búmer”, yo me pregunte ¿qué tengo que ver yo con los hijos de las gringas y las mexicanas migrantes que vivían en los Estados Unidos como trabajadoras, importadas para sustituir a los obreros y campesinos que se fueron a morir en la guerra? Sus hijos nacieron de la posguerra nacieron en el único país próspero de aquellos años.
En Europa la gente recogía los escombros de millones de edificios. En Asia y las islas del Pacífico también.
África era la misma tierra de esclavos oprimidos por ingleses, franceses, holandeses y cuanto hombre blanco buscador de riquezas a punta de pistola llegaba hasta allí ¿Boomers aquellos miserables? Para nada.
En El Salvador, tampoco éramos bumeres. Ya lo describió Oswaldo Escobar Velado cuando nos retrató en su doloroso poema Patria Exacta: “un montón de hombres, millones de hombres que no saben siquiera de dónde viene el semen de sus vidas inmensamente amargas.”
No hubo bumeres en aquellas fincas de café y de algodón donde los hombres y mujeres se apretujaban alrededor de sus niños barrigones de lombrices para dormir sobre la tierra de los corredores de las bodegas donde se almacenaban millones de dólares en forma de sacos repletos de granos de café en oro y de bellotas de algodón.
Mientras la gente de las ciudades todavía se limpiaba las nalgas con pedacitos cuadrados de papel de periódico en los excusados que compartían con las otras veinte familias que se hacinaban en los pequeños cuartos de los mesones.
Que no me hablen de bumeres ni de mileniales, de x o de z.
No pueden ser iguales mis paisanos y los niños y jóvenes que tuvieron tres platos de comida cada día, una mamá y un papá que tenían un carro para cada uno, una tele en cada cuarto de la casa y otra más grandota en la sala y botes de basura llenos de las sobras de la comida que despreciaron.
No pueden ser iguales aunque sean coetáneos.
Ni siquiera todos los que tienen un celular en la mano todo el tiempo.
Mis paisanos languidecen y se mueren de aburrimiento viendo como el día de ayer es igual al día presente y con toda seguridad será también al día de mañana, como la arena de un desierto que se escurre entre los dedos. Angustiante y Agobiante.
En el norte, rico e ignorante, los jóvenes se van a las tiendas a comprar sus ski boards y en los garages guardan las surfboards, mientras conversan sobre lo aburridoramente lento que es el aeropuerto en estos días que todas las familias viajan. “A mí me gusta más Suiza que Aspen”, se les oye.
No pueden ser iguales, aunque les digan que todos pertenecen a la Generación Z.
Mientras a unos les encandilan los tours por el Caribe o el Mediterráneo, a los otros los enganchan para ir a prenderle candela a las oficinas de los gobiernos que le estorban a la CIA.
