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SUFRIMIENTO POR FALTA DE AGUA. El precio de la incompetencia y el vicio de la culpa.

Por Mauricio Manzano.

En el teatro de la política salvadoreña hay un guion que se repite una y otra vez, la incompetencia para solucionar los problemas de la población. Tenemos un gobierno que lleva seis años de promesas y no ha logrado más que un paisaje de ruinas. Es un drama en el que la incompetencia se disfraza de herencia maldita y el desastre se justifica con la sombra de los gobiernos anteriores. La narrativa de culpar a los gobiernos anteriores se ha convertido en la única política pública y el precio lo pagan los ciudadanos con su salud, su educación y su futuro.

Seis años es tiempo suficiente no solo para diagnosticar los problemas de una nación, sino para empezar a resolverlos. Sin embargo, en esta administración el tiempo se ha gastado en un monólogo eterno de acusaciones. Cada fracaso en la gestión de la salud pública, cada hospital sin medicina se justifica con la quiebra dejada por el pasado. El colapso del sistema de suministro de agua que deja a comunidades enteras sin el vital servicio es una consecuencia de la falta de inversión, mantenimiento y visión. No pueden seguir culpando al pasado porque el pasado ya lo constituye este mismo gobierno. Las escuelas se caen a pedazos, la educación cada día más degrada, la pobreza que avanza sin freno, y la justificación del gobierno es repetir el estribillo aburrido «todo es culpa de otros»

Pero el espectáculo de la culpa se desvanece ante la realidad de los hechos. Una administración que no rinde cuentas de millones de dólares de fondos públicos, que ha acumulado deudas astronómicas sin mostrar resultados tangibles, no puede esconderse eternamente detrás del velo de la culpa. La pregunta que se hace la gente no es quién causó los problemas hace una década, sino por qué después de seis años los problemas no solo existen, además, han empeorado. La herencia no puede ser la única respuesta cuando se tiene el control absoluto, los recursos y los problemas se agravan.

La falta de rendición de cuentas es el síntoma más claro de esta incompetencia. La transparencia es la primera víctima de un gobierno que prefiere la oscuridad de los secretos a la luz de la verdad. El dinero público que debería ser sagrado y al servicio del pueblo, se desvanece en mega promesas, proyectos que llevan años y no terminan, contratos opacos y promesas vacías, mientras tanto, las familias luchan por conseguir agua potable, por pagar las medicinas y por darle a sus hijos una educación que el Estado ha abandonado.

El discurso de culpar a los demás es el último recurso de un líder que ha agotado su credibilidad. Es una táctica que funciona por un tiempo, pero que inevitablemente se derrumba ante la realidad. El juicio final no lo dictarán los opositores sino la gente, cuando la sed, la enfermedad y la ignorancia, el desempleo, etc., les cobren el precio de una gestión que, en lugar de gobernar, se dedicó a buscar culpables.

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