
Nepal: levantamiento popular. El que tiene oídos que escuche.
Por Mauricio Manzano.
El acontecimiento de Nepal nos recuerda que cuando la tiranía y la corrupción se hacen Ley, la rebelión es una obligación.
El levantamiento popular de Nepal, país ubicado en el Himalaya, rodeado en el norte por la República Popular China y en el sur por la India, es un recordatorio poderoso de una verdad que a menudo se olvida en los sillones del poder; el verdadero poder no reside en los palacios presidenciales o congresos legislativos, sino en la gente. Durante siglos, la monarquía nepalí fue considerada un símbolo de estabilidad y divinidad, parecía inamovible, el rey era una figura que controlaba y administraba todo el poder, su palacio era un bastión de control absoluto. Sin embargo, en un lapso de unos pocos años la voluntad de un pueblo, aparentemente sin poder, desmanteló ese antiguo orden y reescribió el destino de esa nación.
El camino de Nepal de la monarquía a la democracia no fue un regalo del poder, sino una conquista del pueblo. A lo largo de décadas movimientos ciudadanos, activistas y partidos políticos clandestinos lucharon contra la opresión monárquica, la corrupción y el autoritarismo real. La monarquía, confiada en su control subestimó la fuerza de la paciencia colectiva. El palacio creyó que el poder emanaba de las leyes reales, de la tradición y del ejército, pero ignoró que el poder genuino reside en la capacidad del pueblo para unirse y decir basta.
La historia de Nepal es un manual de rebelión pacífica. A pesar de la represión, la censura a la crítica y la violencia, las manifestaciones en las calles de Katmandú y otras ciudades crecieron como la levadura en número y convicción. La gente no tenía tanques ni armas, pero tenía algo mucho más fuerte: una causa común. Estudiantes, campesinos, comerciantes e intelectuales se unieron para exigir no solo un cambio de gobierno, sino un cambio de sistema. La fuerza de sus números y la legitimidad de su causa hicieron que el poder del rey que se creía absoluto e intocable se desvaneció como un castillo de arena.
Al final la presión del pueblo se volvió insostenible y el rey se vio obligado a ceder su poder, el país se transformó de una monarquía en una república federal democrática. El palacio que antes era el centro del poder se convirtió en un museo, un monumento silencioso a la arrogancia y la desconexión de una élite con su pueblo.
El caso de Nepal nos enseña que el poder de la gente no se mide por su capacidad para imponerse por la fuerza, sino por su habilidad para organizarse y mantener su voluntad colectiva. Nos recuerda que un gobierno, no importa cuán poderoso sea, solo existe por el consentimiento de los gobernados. Y si ese consentimiento se retira, el más imponente de los palacios se convierte en una simple estructura de piedra vacía. El verdadero poder siempre estuvo en las manos de la gente, esperando el momento de reclamar lo que le pertenece.
Lo que ha pasado en Nepal es un recordatorio que la tiranía y la corrupción tienen límite, y que cuando la tiranía y la corrupción se hacen Ley, la rebelión es una obligación. El que tiene oídos que escuche.