
Independencia sin Pueblo.
Por: Marvin Aguilar.
¿Qué significa robarle la identidad a una nación? Que cada 15 de septiembre, Centroamérica se vista -sin saber por qué- de azul y blanco. Bandas de paz, desfiles escolares y discursos oficiales celebren una “gesta heroica” que no fue tal. No hay nada de heroico en reunirse para declarar que antes de que sea el pueblo quien decrete una independencia del reino español sean mejor las elites criollas que convoquen a una Asamblea de las Provincias y, decidan qué, hacer ante los acontecimientos mundiales que dejaban a España sin rey legítimo y a la América española decretando emancipaciones por doquier. El relato oficial omite que Centroamérica no le quedó más remedio que declarar su independencia de España porque ya 10 años antes lo había hecho sur y norte América con cruentas guerras. En las provincias del Centro de América no hubo guerra España se había olvidado de nosotros. Las guerras en nuestras tierras se dieron después del 15 de septiembre de 1821 y duraron 20 años y fueron entre los criollos para saber quién iba a mandar a quién.
Las biografías de los protagonistas de aquellos tiempos nos sirven para entender cómo se repartió la comarca: José Matías Delgado y Pedro Pablo Castillo me resultan útiles para entender el grado de polarización que persiste en nuestro país como ADN político. Pedro Pablo, era un afrodescendiente que animado por la Constitución de Cádiz de 1812 participó en las elecciones para regidor de San Salvador en 1813. Ganó y las autoridades españolas decidieron anular aquella elección y repetirla. Volvió a ganar Castillo. Después de una protesta ante al fraude hecha por la facción del candidato negro no les quedó más remedio que aceptar los resultados. Pero el agravio racista estaba hecho. Para noviembre de 1814 sería Pedro Pablo quien lideraría los disturbios contra las autoridades españolas que buscaban que dichas jefes políticos ya no fueran guatemaltecos sino sansalvadoreños. Serian José Matías Delgado y Manuel José Arce quienes no solo traicionarían a Pedro Pablo Castillo desanimándolo y desistir de la revuelta popular que lideraba sino además declararían en los juicios por infidencia contra él. Es en estos juicios que los criollos Delgado y Arce declararían su lealtad a la Corona española y dejarían la responsabilidad de la condena exclusivamente en Pedro Pablo Castillo. Si hay una fecha donde indígenas, afrodescendientes y mestizos pobres que conformaban la mayoría del territorio se organizan y se toman las calles fue en 1814, no en 1821. Esto en los libros de texto, apenas aparece ignorando a las masas dejándolos como actores pasivos o como telón de fondo. Esta exclusión no es casual: forma parte de un proyecto de nación que se construyó mirando a Europa y negando las raíces propias.
Contrario al olvido de Pedro Pablo Castillo, prócer afrodescendiente que muere en el exilio en Jamaica. Alrededor de José Matías Delgado se construye una falsa gesta que le atribuye el primer grito de independencia y le confieren el indigno título de Padre de la Patria por los sucesos del 5 de noviembre de 1811, inventando que tañó el campanario de la iglesia de La Merced declarando la independencia española. Esta mentira que se repitió por 100 años llenó de gloria a un personaje que si bien jugó un rol protagónico en los eventos de 1811-1821 fueron siempre en busca de bienestar personal. José Matías Delgado buscaba -más que la independencia- la jefatura de la diócesis de San Salvador. Tal como la historia lo demuestra con su excomulgación por el Papa Pio VII por contumaz y cismático después de haberse a la fuerza entronizado como obispo en la catedral de San Salvador en 1824. Nuestra identidad patria fue moldeada en base a mentiras históricas y olvidos a propósito.
Esta amnesia histórica no nos deja de pasar factura. Seguimos reproduciendo los vicios del pasado: abusos de poder, racismo, clasismo, corrupción, dictaduras, fraudes electorales, persecución política, deudas sociales, mala educación, salud y una sistemática por fea y vulgar negación de la identidad nacional
Necesitamos reapropiarnos de la independencia y resignificarla. No para quedarnos en la culpa o la nostalgia, sino para construir una memoria colectiva más justa. Si queremos una verdadera independencia —mental, cultural y política— debemos romper con el relato que nos impusieron. Nuestra bandera no solo es azul y blanco: también es marrón, es negra, es mestiza. La patria que merecemos no excluye, sino que abraza todas sus raíces. Y solo cuando nos reconozcamos completos, podremos hablar de libertad con orgullo para mientras el gobierno de turno la usará como mejor le convenga.