El Salvador del Mundo… ¿o del Marketing? Luces, cámaras… ¿transfiguración? Una evocación crítica desde el monte Tabor al algoritmo.

Por: Miguel A Saavedra.
Todas las cosas tienen su tiempo», susurra el Eclesiastés. Y aunque algunos quisieran convencernos de que este no es tiempo de hablar, ni de cantar, ni de sembrar en El Salvador, el pueblo ha decidido que sí lo es. Porque cuando nos arrancan las hojas, brotan las raíces. Y cuando quieren apagarnos, hacemos ruido con danzas, guitarras, con chanchonas, con atoladas, con cartas que piden libertad, rap social, memes irreverentes y con historias que no caben en los discursos oficiales.
Luces que ciegan, verdades que resisten oscuridades.
Vivimos bajo una especie de aurora artificial. Los reflectores del régimen iluminan con tanta intensidad que impiden ver lo que importa: el rostro del vecino capturado sin razón, la familia que amaneció sin empleo y sin comida, el mercado que ya no tiene ni fruta ni voz, al periodista y defensores de derechos perseguidos y exiliados, al religioso valiente que anuncia y denuncia desde la fe.
La religiosidad popular ha sido sustituida por el culto al algoritmo y a un mesías de marketing, diseñado con eslóganes y emojis virales, reemplaza al Cristo transfigurado del Tabor. No hay salvación prometida, solo control, división y espectáculo.
No necesitamos reflectores para brillar; nuestra luz viene desde dentro y dispuesta a ser compartida.
Una fiesta de fe… y fuegos artificiales.
Cada agosto, El Salvador se viste de gala espiritual para celebrar al «Divino Salvador del Mundo», aquel Cristo transfigurado que, según los Evangelios, resplandeció en el Monte Tabor como una luz que no quema, pero sí revela. Paradójicamente, hoy estamos rodeados de luces que deslumbran, pero no iluminan. Pantallas LED que no nos muestran la verdad, sino una versión coreografiada por estrategas de imagen. ¿La transfiguración? Ahora es digital.
Entre la devoción y el culto: del Cristo al algoritmo.
Antes se rezaba con rosario en mano; hoy se repite el mantra del «like» y buena parte de la población incluso (católicos y evangélicos) ahora se arrodilla ante el influencer político. El Salvador, tierra de mártires y milagros, se ha vuelto un set de propaganda. Ya no se le ora al Salvador del Mundo, sino al salvador entre comillas, fabricado por el marketing y las redes sociales al estilo Trump: con guion MAGA, estética de TikTok y verborrea de «mesías millennial».
Lo preocupante no es que nos vendan milagros digitales, sino que muchos lo compren con fervor y sin cuestionar.
De las promesas al desencanto (y del desencanto al cinismo).
Hubo una década de promesas sociales que parecían semillas, pero nunca echaron raíces. Políticas bien intencionadas, pero mal comunicadas y gestionadas.
Las políticas sociales se anunciaban, pero no se explicaban. Se consultaba, pero no se escuchaba. Y lo que no se entiende, no se defiende. Así, el «cambio» quedó en el papel, y el desencanto se sembró como maleza y cizaña entre las pocas semillas que germinaban.
Y entonces llegó el huracán maligno. No ofreció nada, solo arrasó con todo. El nuevo régimen recicló a los mismos rostros de siempre, pero con máscara de «nueva política». Su estrategia es clara: dividir, humillar, imponer miedo. En cada rincón del país, diputados o funcionarios en oficinas de ministerios y autónomas, alcaldías municipales o gobernadores departamentales o cualquier autoridad política, policial o militar repiten y ejecutan con arrogancia una frase que ya no esconden: “Somos los elegidos del presidente y podemos joder a la gente. ¿Y qué?”.
Desde el despacho más pomposo hasta el último destacamento rural, la consigna se repite como mantra autoritario «Para eso nos dieron poder absoluto. «Es el poder sin freno, sin vergüenza y sin alma».
La antítesis es brutal, de la ilusión al garrote, del empoderamiento ciudadano al adoctrinamiento vertical y sumisión casi total.
Semillas de solidaridad, cosechas de esperanza.
Pero no todo es distopía. Aunque nos vigilen más que a un adolescente con mal historial, las comunidades están encendiendo pequeñas fogatas de esperanza:
– Días de juegos para hijos de despedidos.
– Paquetes populares recolectados con pequeños aportes de los que trabajan, para la gente más desprotegida
– Autoempleo y colaboración solidario
– Mercaditos rebeldes con karaoke y rap social.
– Cartas por la libertad de (presos inocentes) que han sido injustamente capturados.
–  Teatrillos y chanchonas que suenan fuerte, como un ruiseñor herido que aún canta.
Como en las catacumbas de Roma, la cultura popular resiste desde abajo. A falta de templos, se celebra en las plazas o zonas verdes. A falta de recursos, se improvisa. Porque mientras la maquinaria del poder impone su guion, la gente reescribe el suyo con ternura y rabia.
Porque, aunque nos digan que la historia ya no sirve de nada y que la nueva ya está escrita por ellos, aún tenemos memoria y pluma, la nuestra.
Queremos contar lo que no se cuenta y otros callan. Cantar lo que nos quieren silenciar. Volver moda lo nativo, celebrar lo que nos hace más comunidad
Del algoritmo al archivo: la justicia como espera activa.
Los mismos teléfonos que el régimen usa para vigilar, la gente los usa para documentar. Se graban reels con testimonios, se editan videos con nombres de capturados, se suben pruebas de corrupción. Porque, aunque la justicia esté exiliada y amordazada, un día regresará. Y cuando lo haga, habrá pruebas y testigos.
La tecnología, si no sirve para cuidar al otro, solo sirve para controlarlo. Por eso, en estas plataformas, también resiste el pueblo.
La tecnología, esa herramienta que el régimen usa para controlar, también es nuestra. En línea, se multiplican las clases que enseñan a los ciudadanos sus derechos. Los jóvenes graban reels en TikTok, documentan vulneraciones, recogen testimonios de corrupción y los guardan como un archivo para cuando la justicia regrese. Porque regresará, algún día.
Agricultores con mangueras y manos.
En el Bajo Lempa, una región olvidada salvo cuando hay tragedia, los campesinos se organizan, con piedras y sacos construyen defensas para la próxima crecida. Gestionan mangueras para riego por goteo. No esperan al Estado, se autogestionan. No hacen discursos, hacen canales.
La resistencia florece en racimo.
Pero hay grietas en el asfalto. Y por ellas brota vida. En barrios y cantones, en cooperativas y comunidades indígenas, se organizan jornadas de solidaridad con los despedidos, se cocinan atoladas comunitarias, se recogen miles de cartas por la libertad de los presos injustamente capturados.
Sin maquinaria pero con coraje, se llenan sacos de arena para enfrentar la próxima tormenta. Se recuperan canales de riego con mangueras donadas y brazos voluntarios. Porque cuando el Estado se repliega, el pueblo se abraza.
Lo dijo Rutilio Grande, y lo repite la historia: “en mazorca luchamos, en racimo nos cuidamos.”
Cultura viva frente al Reich digital.
En un país donde cierran centros culturales para abrir más oficinas de propaganda, la resistencia también es estética ha soltado a la calle. Las danzas del tigre y el venado, los coros de cuerda y el teatro callejero no son folclor: son formas de decir «aquí estamos, seguimos vivos».
La creatividad se volvió arma, y la memoria, trinchera.
Y sí, puede que no tengan presupuesto ni likes virales, pero tienen algo más subversivo: memoria y dignidad.
El Salvador sigue cantando.
Como decía Rutilio Grande, el mártir que hablaba de cuidarnos en racimo, como mazorca: “El pueblo no se salva solo, se salva en comunidad.” Hoy más que nunca, esa frase resuena.
Sí, estamos en tiempos donde lo divino parece haber sido sustituido por lo digital. Pero si todavía hay alguien haciendo atoladas comunitarias, haciendo paquetes de ayuda para las familias de despedidos y sus hijos, grabando testimonios, sembrando y compartiendo semillas nativas y publicando cartas de libertad, entonces la transfiguración aún es posible.
Un llamado desde abajo.
No dejemos que el algoritmo borre la raíz. No entreguemos el alma por un «like».
Que cada actividad,sea una fogata que convoca.Escribí tu historia. Compartí tu testimonio. Cociná atol para tu vecino. Subí tu resistencia en un reel.Canta, aunque estés herido. Porque si el ruiseñor canta en la jaula, ¿qué no haremos nosotros, libres aunque nos vigilen?No dejemos que nos roben la esperanza.
Hagamos nuestro el mensaje del monte Tabor, en cada barrio, lugar de trabajo, tertulia de amigos, grupos de la iglesia, colonia y comunidad donde alguien dice: “Aquí nadie se rinde.”
 El Salvador del Mundo no está en una estatua, ni en un eslogan de Estado. Está en la resistencia cotidiana. En la solidaridad evergreen (que no ha pasado de moda). Y en cada gesto que nos recuerda que vivir juntos y no solo sobrevivir aún es una elección.

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