DestacadasEntorno

7 años sin pena ni gloria para los salvadoreños.

Siete años de pactos oscuros y el espectro de la reelección indefinida.
Por Miguel A. Saavedra.
 
Siete años después de que Nayib Bukele asumiera el poder en El Salvador, el país se encuentra atrapado en una encrucijada peligrosa. Con un segundo mandato en marcha y la sombra de una reelección indefinida —para él o su círculo familiar— asomándose en el horizonte, la democracia salvadoreña pende de un hilo. Este no es solo un drama local; es un reflejo de tendencias autoritarias que resuenan en América Latina y más allá. Pero hay un detalle aún más sombrío: el supuesto triunfo sobre las pandillas, bandera de Bukele, está manchado por pactos oscuros que han teñido de sangre el camino al poder. ¿Qué significa esto para El Salvador? ¿Y por qué deberíamos indignarnos?
La erosión silenciosa de la democracia
Bukele ha transformado el país con una precisión que asusta. Ha reducido los distritos de gobierno de 262 a 44, eliminado el FODES que financiaba a los municipios y desmantelado cualquier vestigio de autonomía local. Las instituciones democráticas —judicial, legislativa, mediática— han sido doblegadas, dejando al Ejecutivo como árbitro supremo de la verdad. Esto no es modernización, como sus seguidores proclaman, sino un retroceso a un modelo feudal donde el líder decide qué es justo, qué es verdad, quién vive y quién no. Con una Asamblea Legislativa que le responde ciegamente (57 de 60 escaños en 2024) y un sistema judicial a su merced, el escenario está listo para una reelección indefinida o, peor aún, una dinastía familiar.
Seguridad: ¿triunfo o trampa?
El gran argumento a favor de Bukele es la seguridad. Las tasas de homicidios han caído a niveles comparables con países desarrollados, y las calles parecen más seguras que nunca. Pero este logro tiene un costo que no se puede ignorar: más de 85,000 detenciones bajo un régimen de excepción, denuncias de torturas, desapariciones forzadas y una suspensión indefinida de derechos fundamentales Amnistía Internacional. Seguirle dando más poder al poder es como darle respaldo a Bukele por «controlar» a las pandillas es como darle crédito al diablo porque alguna vez fue ángel. Informes periodísticos y del propio Departamento de Estado de EE. UU. han documentado que el gobierno de Bukele negoció con pandillas como la MS-13 para reducir la violencia a cambio de favores políticos El Faro. Estas negociaciones, teñidas de sangre y desapariciones, habrían asegurado el apoyo electoral de las pandillas y sus redes en las elecciones de 2019 y posteriores, garantizando la presidencia y una mayoría legislativa abrumadora. Votos teñidos de sangre: un pacto que sacrificó vidas y principios para consolidar el poder total.
Este no es un logro de gobernanza; es una transacción macabra que ha hipotecado el futuro del país. La paz que Bukele vende no es sostenible, porque se basa en acuerdos opacos con los mismos actores que dice combatir. Cuando el maquillaje de la propaganda se desvanezca, ¿qué quedará? Un país donde la seguridad se compró a precio de democracia.
El espejismo económico
En lo económico, Bukele ha apostado por proyectos como el Bitcoin para proyectar una imagen de vanguardia. Pero la adopción de la criptomoneda ha beneficiado a unos pocos mientras la mayoría enfrenta una economía estancada y desigualdad creciente Política exterior. La falta de transparencia, sumada a la persecución de críticos, sugiere que el régimen oculta más de lo que muestra. ¿Progreso? Más bien un castillo de naipes sostenido por el carisma de un líder que no tolera cuestionamientos.
La dinastía en el horizonte
El nombramiento de Claudia Juana Rodríguez de Guevara como presidenta interina durante una licencia de Bukele no es casualidad; es un ensayo para un futuro donde el poder podría pasar a manos de su familia o allegados. La reelección indefinida, aprobada por un Tribunal Electoral subordinado, abre la puerta a una dinastía que recuerda más a los Somoza en Nicaragua y que ahora repite los Ortega -Murillo que a una democracia moderna. Si el poder se hereda, ¿qué lugar queda para la voluntad popular? Esto no es gobernanza; es nepotismo disfrazado de liderazgo.
La complicidad internacional
El mundo observa con una mezcla de fascinación y silencio cómplice. Bukele ha sabido vender su modelo a líderes regionales y a potencias como EE. UU., que parecen dispuestas a ignorar sus excesos a cambio de estabilidad en temas migratorios o antiterroristas . El Centro de Confinamiento del Terrorismo, construido con apoyo externo, es un símbolo de esta hipocresía: un proyecto que refuerza la narrativa de seguridad mientras encubre violaciones de derechos humanos. ¿Dónde está la condena internacional al desmantelamiento de la democracia? La respuesta es cruda: el mundo prefiere un dictador eficiente a un caos democrático.
Un llamado a despertar
Siete años de Bukele han transformado El Salvador en un laboratorio de autoritarismo moderno: tecnología de punta al servicio de un feudalismo político, pactos con criminales disfrazados de victorias, y una ciudadanía atrapada entre el miedo y la admiración. No basta con añorar el pasado; Los gobiernos previos, incluida la izquierda, fallaron en empoderar de exigibilidad de derechos a la población y los incipientes cambios a la deriva dejaron un terreno fértil para este mesianismo bananero.
 
El futuro exige un nuevo pacto social con contrapesos reales: un poder judicial independiente, un legislativo plural, medios libres y una ciudadanía activa que no se deje seducir por promesas vacías. Necesitamos categorías de análisis nuevas —antropológicas, geopolíticas, sociales— para entender este fenómeno y articular respuestas. No podemos permitir que el régimen marque la cancha; Los movimientos sociales deben prospectar escenarios y actuar sin miedo.
 
La crisis en El Salvador evidencia una alarmante deriva hacia el autoritarismo y el desmantelamiento de los pilares democráticos, un patrón que resuena en el panorama global. No se trata de añorar un pasado romantizado, como el período de gobierno de la izquierda, que, lastrado por un liderazgo débil y una gestión inerte, no logró transformar ni empoderar a la sociedad, dejando un legado de cambios tibios que se desvanecieron sin impacto.
 Frente a este trasfondo y el sombrío presente, es imperativo forjar con audacia y colaboración un nuevo pacto social que priorice la justicia, la equidad y una participación ciudadana auténtica. Esto demanda análisis profundos, estrategias novedosas y una ciudadanía alerta y comprometida, capaz de responder a los retos actuales para edificar un futuro verdaderamente democrático y equitativo.
Si te gustó, compártelo

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Social media & sharing icons powered by UltimatelySocial