El Salvador: MAQUIAVELO EN CAPRES.

El teatro del mal Gobernar: Incapacidad y cortinas de humo en El Salvador.
Por Walter Raudales. *
«En el escenario del poder, la incapacidad se disfraza, pero el mal gobernar no engañará por mucho tiempo.» (Maquiavelo)
Maquiavelo en la cueva presidencial.
Te imaginas a Nicolás Maquiavelo, pluma en mano, trazando un guion en las sombras de la cueva presidencial salvadoreña. Su plan es simple pero letal: mantener el control, maquillar las crisis, desviar la atención y, sobre todo, perpetuar la imagen del «salvador mesiánico». En El Salvador de hoy, este libreto se ejecuta con precisión quirúrgica cada vez que las métricas en redes sociales se tiñen de rojo o un escándalo amenaza con rasgar el velo de la propaganda. Lo que sigue es un análisis crítico de cómo el régimen orquesta su teatro, manipula la psique colectiva y reprime la verdad, mientras el pueblo, entre el cansancio y la esperanza, empieza a cuestionar el guion.
La maquinaria propagandística en acción.
Cuando la popularidad tambalea o las redes sociales arden, la cueva presidencial entra en alerta máxima. Asesores de imagen, expertos en neuromarketing y discípulos del manual populista ensayan respuestas frenéticas para limpiar la imagen del «presi». El objetivo es claro: relanzar al líder bondadoso que regala servicios, aplica reprimendas a los «enemigos» y muestra su fuerza con gestos calculados.
Un mes gratis de electricidad, subsidios disfrazados de generosidad o promesas de obras faraónicas son el pan y circo moderno, mientras el presupuesto público —los impuestos de todos— paga la cuenta. Como el vecino que te roba la gallina y luego te vende la sopa, el régimen ofrece soluciones populistas que no resuelven, solo distraen.
Pero el verdadero frenesí comienza cuando un «chanchullo» sale a la luz: licitaciones manipuladas, redes de triangulación de fondos o manejos oscuros que, tarde o temprano, la prensa independiente o una filtración accidental destapan. Ante esto, el blindaje de la «transparencia» se activa con decretos de reserva de información, mientras los youtubers y «creadores de contenido», pagados desde la inagotable planilla estatal, inundan las redes con narrativas fantásticas que idolatran al líder. Estos mercenarios digitales no solo ganan favores, sino también el morbo de una audiencia sedienta de espectáculo.
El guion de la distracción.
Cada crisis sigue un libreto estructurado, como una obra de teatro repetida hasta el cansancio:
Lo urgente: limpiar la imagen. Se busca un chivo expiatorio —los transportistas, los medios, los partidos del pasado— para desviar la atención de escándalos graves, como las recientes declaraciones publicadas por periodismo investigativo del medio digital «El Faro» que vinculan al gobernante con negociaciones con pandillas a cambio de votos manchados de sangre para obtener el poder total a cambio de facilitar la liberación de líderes criminales y otras prebendas para sus familias y grupos de apoyo.
Estas revelaciones, que han puesto en jaque la narrativa de la «seguridad», muestran un arreglo sangriento y dejar caer la venda de la mentira. ¿y si todo indica que hubo una tregua disfrazada?  se pregunta la población que empieza a sospechar y mostrar enojo colectivo.
Desviar la atención. Se opacan las acusaciones con demostraciones de fuerza: redadas espectaculares, discursos incendiarios contra los «malos del pasado» y promesas de medidas drásticas que preparan el terreno para el próximo zarpazo autoritario. Una empresa público-privada en el sector transporte, por ejemplo, podría ser el nuevo negocio del «círculo dorado» de aliados.
Legitimar el autoritarismo. Se siembra en la psique colectiva la idea de que las medidas extremas son necesarias, apelando al cansancio de una población hastiada de promesas vacías y fatigada por la falta de opciones.
El rey sabio y sus piedras pintadas.
El autoproclamado «Rey Sabio» carece de las lecciones de justicia y bondad que atribuimos a Salomón. En lugar de pan, ofrece piedras finamente molidas y pintadas de cian, presentadas como regalos mientras el hambre persiste. Sus funcionarios, con un cinismo que roza lo absurdo, declaran que «la gente no pasa hambre, solo se saltea comidas para ahorrar».
Y mientras el caos vehicular colapsa las ciudades, el régimen obliga a los transportistas a llevar pasajeros gratis, argumentando que «el Estado paga». La verdad es otra: los transportistas llevan meses sin recibir subsidios, y el costo recae, una vez más, en los sagrados recursos públicos.
La represión no se queda atrás. Quienes piden cuentas, investigan o cuestionan son señalados como enemigos. La maquinaria no tolera disidencia, y la prensa independiente, los activistas y hasta exaliados que rompen el código de silencio son blanco de persecución. Incluso la naturaleza parece conspirar: obras de harina, como puentes corroídos que colapsan con la lluvia o un trailer mal estacionado, evidencian la incapacidad de un gobierno más preocupado por la imagen que por la sustancia.
El colapso de las cloacas del poder.
A pesar del show 24/7, las cortinas de humo y los videos que idealizan al «semidiós», la impenetrable muralla del régimen comienza a resquebrajarse. Las denuncias periodísticas, las filtraciones de exaliados y hasta los desastres naturales exponen las cloacas del poder.
La población, que una vez creyó en el mesías por falta de alternativas, ahora enfrenta una verdad incómoda: el régimen negoció con pandillas, manipuló licitaciones y construyó un castillo de naipes sostenido por la represión y la propaganda.
Inauguraciones de tercera o cuarta piedra, desfiles presidenciales con despliegue militar y videos en helicóptero no pueden ocultar la realidad. El músculo represivo, que incluso encarcela a antiguos aliados electorales (los transportistas)—»mal paga el diablo a quien bien le sirve»—, solo acelera el despertar colectivo.
La comunidad internacional, alertada por las negociaciones con pandillas y los manejos oscuros, empieza a mirar con lupa. Y el pueblo, cansado de promesas vacías, comienza a exigir soluciones reales, no más teatro.
Hay que desenmascarar el guion.
El Salvador no necesita más cortinas de humo ni shows presidenciales. Necesita transparencia, justicia y soluciones sostenibles que no hipotequen el futuro. El teatro del poder, con sus máscaras y distractores, no puede seguir adormeciendo a una población que ya intuye la verdad detrás del telón. Es hora de apagar los reflectores, bajar el telón y escribir un nuevo guion, uno donde la verdad no sea un actor secundario, sino el protagonista.
Ciudadano, no te conformes con las piedras pintadas. Exige cuentas, cuestiona el espectáculo y despierta. La historia de El Salvador no se escribe en la cueva presidencial, sino en las calles, en las voces que no se callan y en la voluntad de un pueblo que merece más que un teatro de promesas rotas.
En lugar de ofrecer soluciones genuinas y sostenibles, el gobierno recurre a medidas populistas que, bajo la fachada de generosidad presidencial, entregan «regalos» efímeros. Ejemplo claro: ante el caos vehicular en la zona de Los Chorros, se decreta que el transporte público sea gratuito, como si el gesto del «bondadoso presidente» resolviera los problemas estructurales.
Juan Pueblo, desde Arcatao a Chalate o de Perquín a Gotera, se pregunta: ¿qué tiene que ver esto con nuestras rutas? Si el problema es a cientos de kilómetros de aquí, La verdad es que no es el Estado quien paga, sino el bolsillo de todos los salvadoreños, con impuestos que deberían destinarse a soluciones reales, no a dádivas disfrazadas.
Es hora de exigir políticas que construyan, no parches que distraigan. ¡Despertemos y demandemos un futuro donde los recursos públicos no sean moneda de cambio que sirva para buscar aplausos inmerecidos a manipuladores!
*Director de El Independiente SV.
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