La élite de un intelecto Proletario

Será mi profesión, una de tantas quien será llevada al banquillo de los acusados. Acuso a mi profesión de parir egos brillantes que no son nada fuera de las cuatro paredes de un hospital.

Por: Francisco Parada Walsh*

Acuso a mi profesión de embaucar a mentes sencillas a creerse grandes, apenas leen ni siquiera una nota que sobrepasa las seis cientos palabras sin embargo, emiten juicios, saben de política, salvan vidas pero incapaces de salvarse a sí mismo, los espera la miseria.

Acuso a mi profesión de ser la élite intelectual de las profesiones, pero jamás preparó a sus súbditos para que entendieran que serán el proletario intelectual, hombres y mujeres que apenas viven, quizá apenas sobre viven, otros sobre mueren, y aún nunca supieron ni sabrán lo que saben, jamás.

Triste réquiem para la crema y nata donde serán unos pocos los elegidos para entrar al Olimpo, la mayoría vivirán en los portales de la pobreza, algo así como  un indigente que trasnocha en el portal La Dalia, ese es mi gremio; gremio que piensa en dónde hacer fiestas de despedida, ríos de licores, todos genios maltrechos, apenas una desteñida corbata como sus erráticos juicios que, un día leyeron gruesos tratados de anatomía pero son incapaces de saber quién es nuestra oligarquía, qué es un mestizo, un ladino, un ladrón.

Nunca hice de la profesión una fuente de lucro, y soy claro que mi pobreza es consecuencia de lo que yo he decidido, aun, me aterra comprar tantas cosas como una vajilla, apenas tengo unos platos que son moldes de aluminio y pienso en que nada de eso me llevaré, nada; por eso no quiero pertenecer a un proletario que de intelectual no tiene nada! Hombres comunes que amparados en una mente como un cuadrilátero no saben ni sabrán  quién es el patrón.

La arrogancia supera con creces al toque humano, me encanta ser paciente y ver a un infeliz cual pavo real hacerse distinguir por una amarillenta gabacha, silencio, trompetas listas ¡El rey llega a su castillo! Río por no llorar y harto estoy de ver almas de cántaro que el fanatismo los venció, no los argumentos sólidos y no saben que día a día que pasa, cavan una tumba para sus hijos y nietos, nunca entendieron que su complicidad y silencio le ha dado un tiro de gracia a sus generaciones venideras, sin embargo, eruditos de la nada, nada leen.

Acuso a mi profesión de matar de hambre al iluso, al grandilocuente; vivo años luz de esa falsa intelectualidad, soy la sombra, soy apenas un sencillo hombre que, desde lo alto de su montaña por momentos disfruto, a veces sufro ante un proletariado que vive como sardinas, cerebros embotados de guaro, un colegio médico que, casi llega a un bar de medio pelo donde no hay ni un ápice de liderazgo y  así como destapan botellas destaparan mentes, sin duda alguna, el médico fuera el honorable que fue.

Tenemos delincuentes, acosadores, tramposos a más no poder, impostores y nadie dice nada. Todos sabemos quiénes son, pero no es la dignidad ni el honor los que prevalecen sino una complicidad que hace que seamos comunes proletarios. Crecí en el colegio médico, nadie me puede decir lo que ahí se vive y renuncié por dignidad, mi seguridad futura es nula pero trato de ejercer más la dignidad que mi profesión; mi padre era un médico brillante y conozco lo que vive el proletario intelectual; nadie les explicó que nacieron pobres y morirán más pobres, hombres con pensiones que no sobrepasan los quinientos dólares, incapaces de ni siquiera comprar un libro pero todo lo saben, todo. Solo que no saben lo que saben y ahí poco se puede hacer, muy poco.

Contaba mi padre que un colega decía: “Ser socio del colegio  médico es fácil solo hay que ser médico”, ídolos con pies y cabezas de barro, que olvidaron que el gabachón no es un disfraz, en una bolsa se anda compasión, en otra humildad y en la bolsa superior izquierda donde bordan sus nombres con letras Palmer, se carga amor al prójimo.

Proletario, un rebaño silente, demasiado pusilánime donde los egos blancos difuminados atraviesan estrechos pasajes en las penumbras para llegar a sus casas de hormigón. Apenas los reconoce su perro, apenas.

*Médico salvadoreño

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