Aniversario 80 de la muerte de Antonio Machado: Todo pasa, el poeta queda

Por estos días en que el fascismo vocifera y amenazando sin pudor muestra sus garras, justo es recordar en el aniversario 80 de su muerte, al poeta Antonio Machado.

Por estos días en que el fascismo vocifera y amenazando sin pudor muestra sus garras, justo es recordar en el aniversario 80 de su muerte, al poeta Antonio Machado (Sevilla, 26 de julio de 1875-Colliure, 22 de febrero de 1939), aquel que enamorado de una España que vibró en sus versos, dejó la vida en Francia, como uno de los 465 000 emigrantes que para escapar de las bombas no tuvieron más remedio que cruzar la frontera, cuando la saña franquista les asedió la patria.

En el cementerio del pueblecito de Colliure descansan los restos mortales de este hombre medular, de nobleza y generosidad probadas –«soy, en el buen sentido de la palabra, bueno»–, y los de su madre, Doña Ana Ruiz, ambos aniquilados, como tantos otros, por las penurias y la enfermedad, arreciadas por las horrendas circunstancias.

No suelen faltar flores en este sitio memorable donde el epitafio de una tumba recoge la que, siendo la última estrofa del poema Retrato, se convirtiera también en profética sentencia: Y cuando llegue el día del último viaje, / y esté al partir la nave que nunca ha de tornar, / me encontraréis a bordo ligero de equipaje, / casi desnudo, como los hijos de la mar. Tampoco escasean las cartas –que leerá quién sabe si el espíritu vivo del poeta– en un buzón puesto allí para encauzar de algún modo al que quiera interpelar al escritor meditabundo.

Por muchas razones habrá que oír hoy más que nunca la voz de Machado, del que se ha dicho que hablaba en verso y vivía en poesía. Si no bastara el poder de esta gracia sobre las ejecuciones humanas, muchas otras razones, respaldadas por su accionar, bien podrían tomarse en cuenta frente a las insolencias que protagonizan el entorno político de estos tiempos.

Recordemos al más joven integrante de la Generación del 98 frente a los horrores mismos de la Guerra civil, que convirtió desde los primeros días a Madrid en un nido de sangre. Haciendo primero resistencia, decidió aceptar la evacuación propuesta por la Alianza de Intelectuales a un grupo de escritores y artistas, a la que marchó con sus hermanos y su madre. Pero no fue el poeta a guarecerse del flagelo miserable sin esgrimir su pensamiento en contra de la dictadura.

Con el título El poeta y el pueblo habló a los participantes del II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura, organizado por la Alianza de Intelectuales Antifascistas, celebrado en Valencia.

La Plaza de Valencia, abarrotada, lo escucha en la arenga dirigida a las Juventudes Socialistas Unificadas, y fue seleccionado miembro del comité nacional de la Asociación de Amigos de la Unión Soviética. La Guerra, el último de los libros suyos que viera publicado, es una desgarrada denuncia a los sucesos que marcarán sus últimos años de existencia. De él forma parte El crimen fue en Granada, poema tremendo que narra el asesinato cobarde del poeta Federico García Lorca.

La ocupación de Barcelona, en 1939, espanta a Machado y su familia, entre otros cientos de miles de compatriotas, y los obliga a abandonar el cielo patrio. Un mal tiempo sorprende muy cerca ya de Francia la caravana en la que avanzaba el poeta. Su maleta, con las cartas amadas de Guiomar, musa de sus versos, se extravía en el itinerario y con ella, los textos que podrían dar el más nítido perfil del bardo sevillano.

El hombre que nos mostrara que no hay más atajo que nuestros propios pasos –se hace camino al andar– murió un Miércoles de Ceniza.

Cierto es que nunca persiguió «la gloria / Ni dejar en la memoria / De los hombres» su canción. Pero que no se lo haya propuesto no lo exonera de ella. «Todo pasa y todo queda», él entre lo que no pasa.

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