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Implicaciones de las correcciones vaticanas a la devoción por María.

Por: Juan Carlos Romero Puga. *

El documento Mater Populi fidelis, recientemente dado a conocer por el Dicasterio para la Doctrina de la Fe, representa un significativo ajuste doctrinal en la devoción mariana católica que, lejos de ser herético, constituye un retorno a los fundamentos cristológicos del cristianismo. Estas correcciones resultan naturalmente alineadas con el principio de sola Christus, una de las cinco solas, base de la Reforma del siglo XVI en la que Cristo es reconocido como el único mediador entre Dios y la humanidad. 

Este nuevo texto vaticano responde a décadas de consultas y propuestas sobre títulos marianos que han generado confusión tanto dentro como fuera de la comunión católica. Entre las principales correcciones doctrinales destaca el rechazo explícito del título “corredentora”. El documento es categórico al desaconsejar este término, señalando que “es siempre inoportuno el uso del título de corredentora para definir la cooperación de María. Este título corre el riesgo de oscurecer la única mediación salvífica de Cristo”. 

Esta posición refleja la advertencia del Cardenal Joseph Ratzinger (posteriormente Benedicto XVI) en una entrevista con el periodista alemán Peter Seewald afirmó que esta fórmula “se aleja demasiado del lenguaje de las Escrituras y de la patrística y, por tanto, provoca malentendidos”. El papa Francisco fue aún más directo al afirmar que “Cristo es el único redentor: no hay corredentores con Cristo”. Igualmente significativa es la precaución con el término “mediadora”, pues Mater Populi fidelis advierte que “ante la claridad en la Palabra revelada, se requiere una especial prudencia en la aplicación de esta expresión, ‘mediadora’, a María”, y subraya que 1 Timoteo 2:5-6 establece un límite teológico infranqueable.

El documento desplaza estratégicamente el acento desde la cooperación en la redención hacia una suerte de maternidad espiritual de María (interpretación basada en Juan 19:26-27), más que en funciones cuasi-divinas. Este reenfoque representa una notable aproximación ecuménica, pues hace énfasis en la primacía absoluta de Cristo en la obra salvífica. Al fundamentar sus argumentos extensamente en la Biblia y mostrar cautela con desarrollos teológicos posteriores, el documento adopta una metodología más cercana a la sensibilidad protestante histórica.

No obstante estas correcciones, el documento mantiene elementos de la devoción mariana popular. Afirma que “la piedad del Pueblo fiel de Dios que encuentra en María refugio, fortaleza, ternura y esperanza, no se contempla para corregirla sino, sobre todo, para valorarla, admirarla y alentarla”. Asimismo, conserva el reconocimiento de la intercesión mariana y dice que “María, que en el cielo ama al resto de sus hijos”, también ahora, acompaña nuestras plegarias con su intercesión materna”.

El impacto de este documento en el catolicismo popular será de pronóstico reservado, especialmente entre grupos ultraconservadores que habían promovido estos títulos. El texto reconoce implícitamente este desafío pastoral al hacer frente a “nuevas devociones” e incluso “solicitudes de dogmas marianos” que “despiertan, con frecuencia, dudas en los fieles más sencillos”. Se advierte en el Dicasterio para la Doctrina de la Fe un significativo intento de reequilibrio teológico dentro del catolicismo contemporáneo, pero no toca los dogmas marianos que son tomado como fundamento inmutable de la identidad católica.

Existe suficiente consenso respecto a María como una de las voces del Evangelio de Lucas. El propio escritor indica en el prólogo de su texto que investigó todo diligentemente desde el principio basándose en el testimonio de testigos oculares. De ahí que muchos estudiosos sostienen que, detalles de los eventos de la infancia de Jesús (la anunciación, la visitación, el nacimiento), Lucas debió recurrir a la fuente más directa: la propia María. Los detalles íntimos de la concepción o la escena de Jesús en el Templo sugieren esta fuente privilegiada.

Este papel de María como fuente de la tradición apostólica refuerza su lugar único, pero no la equipara a una autora bíblica ni a una corredentora. Su contribución fue, coherentemente con todo el relato evangélico, la de una discípula que guardaba y meditaba los hechos en su corazón (Lucas 2:19 y 51), poniéndolos al servicio de la proclamación del único Salvador.

Sin embargo, el dogma de su virginidad perpetua, su perfecta santidad, libre de pecado a lo largo de toda su vida (el cual data del siglo VII) es un ejemplo de una creencia arraigada que Mater Populi fidelis da por sentada y que el resto de las iglesias cristianas rechazan por las referencias bíblicas a los “hermanos de Jesús” y por considerarla una elaboración teológica sin sustento explícito en las Escrituras.

A esto se suman dos dogmas más recientes, la Inmaculada Concepción (1854) y la Asunción (1950), que representan los puntos de mayor fricción ecuménica. Mater Populi fidelis los menciona positivamente y asegura que María fue redimida de un modo único “en atención a los méritos de Cristo”. No obstante, para el mundo cristiano, estos dogmas son vistos como elevar a la categoría de “revelación” tradiciones y definiciones magisteriales muy tardías, históricamente hablando, basadas en que eran antiguos y piadosos sentires de los fieles que “ya casi todos los católicos abrazan”. 

El principio de Sola Scriptura choca frontalmente con estas proclamaciones, que no se derivan de una exégesis clara de los textos bíblicos canónicos, sino de un desarrollo dogmático basado en la piedad popular, los escritos apócrifos y la autoridad pontificia.

El nuevo documento vaticano, al rechazar los títulos de “corredentora” y “mediadora”, parece consciente de esta tensión y busca un reequilibrio. Al hacerlo, indirectamente resalta la naturaleza controvertida de los dogmas marianos previos: si ya resulta problemático para el diálogo ecuménico definir nuevos dogmas, los ya existentes permanecen como una barrera teológica estructural. 

Mater Populi fidelis no resuelve esta divergencia histórica, sino que opera dentro del marco católico, reafirmando sus dogmas mientras intenta evitar que la devoción mariana avance por caminos que amplíen aún más la brecha con otras confesiones cristianas. En última instancia, el documento refleja la difícil tarea de la Iglesia Católica de navegar entre la fidelidad a su tradición y la genuina apertura al ecumenismo.

*Periodista – México