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¿Por qué algunos viven sin sexo? Un estudio global revela sus causas.

Por María Ximena Perez.

La falta de relaciones sexuales no solo se explica por la biología. Factores sociales, emocionales y económicos tienen un impacto a lo largo de la vida.

Pantallas encendidas, cuerpos apagados. La era de la conexión perpetua parece haber olvidado el contacto. Créditos: DALL-E.
Cuerpos apagados: la era de la conexión perpetua parece haber olvidado el contacto. Créditos: DALL-E.

Un reciente y revelador estudio global pone bajo el microscopio un fenómeno poco comprendido: la vida sin sexo. Investigadores de la Universidad de Ámsterdam, el Max Planck Institute y QIMR Berghofer analizaron a más de 400.000 personas en Reino Unido y 13.500 en Australia, y descubrieron conexiones entre la genética, el contexto social y el bienestar emocional de los individuos que nunca tuvieron relaciones sexuales.

Los hallazgos del estudio sugieren que la asexualidad no debe ser vista únicamente como una falta de deseo. Las personas que viven sin relaciones sexuales durante toda su vida no solo presentan características comunes en sus vidas afectivas y sociales, sino también en su salud emocional. Aquellos que nunca han tenido sexo suelen tener, en promedio, un nivel educativo superiormenor consumo de sustancias y mayores niveles de soledadansiedad y desconexión emocional.

Este patrón apunta a que la vida sin sexo está conectada con una influencia sociocultural mucho mayor de lo que se pensaba, vinculando las relaciones afectivas no solo con el deseo físico, sino con el acceso a oportunidades de interacción social y la estructura económica de la sociedad en la que se vive.

Otro aspecto clave de este estudio es el análisis genético. Se identificaron variantes genéticas comunes que podrían predisponer a algunos individuos a vivir sin relaciones sexuales, explicando hasta un 17 por ciento de la variabilidad en hombres. Sin embargo, los investigadores enfatizan que no existen “genes de la asexualidad”. Estos hallazgos sugieren que la genética podría influir en la falta de sexo, pero no determina ni explica completamente este fenómeno. La predisposición genética se mezcla con factores sociales y emocionales que condicionan este comportamiento.

Lo más impactante es la relación entre la desigualdad económica y la asexualidad. En regiones con mayor desigualdad de ingresos y una proporción de sexos desequilibrada, la probabilidad de vivir sin sexo aumenta considerablemente, especialmente entre los hombres. Este fenómeno, conocido como “ecología del apareamiento”, indica que las condiciones socioeconómicas influyen directamente en las oportunidades de formar relaciones sexuales o afectivas. En áreas con más desigualdad, las posibilidades de conexión emocional y sexual se ven limitadas.

La precariedad como obstáculo

La investigación, recientemente publicada en la revista PNAS, tiene implicancias directas en un contexto donde, en ciudades como Buenos Aires, las presiones laborales y las dificultades económicas se convierten en obstáculos para formar relaciones. La desconexión afectiva se profundiza en un entorno donde las personas se ven atrapadas por la necesidad de sobrevivir, mientras las relaciones interpersonales quedan relegadas a un segundo plano.

En diálogo con la Agencia de Noticias Científicas de la Universidad Nacional de Quilmes, la socióloga Victoria O’Donnell aporta una visión para comprender este fenómeno en el contexto argentino. Para O’Donnell, el entorno económico y la falta de tiempo son factores clave que dificultan la posibilidad de formar relaciones afectivas. “Si no hay tiempo, energía o recursos, es difícil mantener relaciones o salir a citas”, explica.

En esa línea, lo que la especialista en tecnología y salud mental y asesora en el Dispositivo Pavlovsky plantea es que la precariedad económica está empujando a las personas a ser cada vez más individualistas, concentrándose en la supervivencia y relegando las relaciones afectivas a un segundo plano. “La precariedad está haciendo que las personas se vuelvan individualistas en su lucha por subsistir”, dice.

El estudio y las reflexiones de O’Donnell coinciden en una conclusión: la sociedad debe hacer un esfuerzo por reconstruir los espacios de encuentro genuinos, donde las personas puedan formar relaciones afectivas sin que las dificultades económicas y laborales lo impidan.

Con todo, la respuesta pública a este fenómeno debe ser clara: crear espacios para el afecto y las relaciones genuinas. No se trata solo de trabajar más y producir más, sino de ofrecer tiempo y oportunidades para la conexión emocional y afectiva.