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La Iglesia Católica y el Papa frente al Estado Mexicano.

Por: Elio Masferrer Kan.

El papa León XIV adelantó su interés en viajar a América Latina, una región que conoce como pocos pontífices, tan es así que además de estadounidense es ciudadano peruano, país que tiene pensado visitar. Mencionó también Argentina y Uruguay, dos países donde el catolicismo está a la baja. La mención de México fue muy peculiar, no lo mencionó por su nombre sino porque aquí está el Santuario de Santa María de Guadalupe, en el Cerro del Tepeyac, que está interesado en visitar. El detalle no es un dato menor, sino que en términos simbólicos es una provocación.

Simultáneamente la Iglesia Católica y Romana mexicana se propone conmemorar el Centenario del alzamiento católico (1926-1929) que confronta al Estado mexicano, para instaurar un régimen teocrático basado en el integrismo católico de fines del Siglo XIX y abiertamente enfrentado con el Gobierno federal, surgido de la Revolución Mexicana, cuya continuidad histórica reivindica el actual gobierno. 

La Cristiada, quizás la última guerra de religión del siglo XX, en el mundo cristiano, implicó 250,000 muertos y la baja demográfica de la Revolución, más las hambrunas y epidemias se calculan en más de un millón de muertos; en esos tiempos descendió de 11 millones de habitantes en 1910 a poco más de diez millones de habitantes. Una experiencia dramática, que junto con las invasiones de los Estados Unidos, los desembarcos de potencias europeas y la expoliación de la mitad del territorio por los Estados Unidos en la Guerra de 1846-48 son experiencias dramáticas que marcan la Memoria Histórica de México en su construcción como nación independiente. Pues les fue arrebatado el territorio correspondiente a Texas, Nuevo México, Arizona, California, Utah, Nevada, Colorado y parte de Wyoming y en muchos casos se practicó una auténtica limpieza étnica de mexicanos y poblaciones indígenas asentadas en esos territorios, que continuaron en la Crisis de 1929 y sustituidos por inmigrantes europeos.

No está demás recordar que los Diputados que proclamaron la Reforma de 1857 y quienes les juraron obediencia fueron excomulgados, al igual que los diputados que proclamaron la Constitución de 1917 que institucionalizó la Revolución Mexicana, contra la cual se insurreccionan los católicos integristas, pues la consideraban agresiva y lesiva para sus creencias religiosas, rechazando la «herejía» de la Libertad de Cultos.

Las restricciones a la Iglesia Católica no son casualidad pues la Jerarquía Católica fue señalada por conspirar en 1913 para asesinar al presidente Francisco I. Madero y al vicepresidente José María Pino Suárez junto con el embajador de Estados Unidos y otros potentados. La respuesta de los triunfadores de la Revolución contra la Iglesia Católica fue contundente y en esos tiempos las iglesias tenían en México menos derechos que en la Unión Soviética y eran vistos como los ideólogos de La Reacción, el enemigo a vencer. Un testimonio crudo son sus representaciones en el Muralismo mexicano.

En 1992 se cambió la Constitución y las iglesias recuperaron muchos derechos, aunque tenemos varias paradojas, tales como que en un país de mayoría católica, sus propios feligreses están de acuerdo con restringir los derechos de la Iglesia Católica y los sacerdotes son vistos con «sospechas». Es imposible registrar un partido político que tenga alguna identificación religiosa.

La presidenta de la república es una mujer de origen judío, aunque no practicante ni religiosa, los intentos de revivir cuestiones de antisemitismo fracasaron como estrategia electoral, triunfó con el 60% de los votos y tiene indices de popularidad de más del 75% en el segudo años de su triunfo electoral.

El Papa que quiere venir al Santuario de Guadalupe, aunque no mencionó a México será muy bien recibido en el contexto de la tradicional hospitalidad del pueblo mexicano, pero deberá ser muy cuidadoso en aportar a una reconciliación de las distintas visiones del mundo que escinden al pueblo, pero que son cuestiones estrictamente propias de su historia, que pocos quieren olvidar, pero sí aprender de la misma para no repetirla y que sería muy poco prudente que se mencionen desde «afuera», recordando nuestros propios traumas históricos que no se olvida, pero se manejan en la intimidad de una nación.

Doctor en antropología, profesor investigador emérito ENAH-INAH