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Libro: Canon de cámara oscura.

Por Manuel Alcántara Sáez.

¿Quién no ha pensado alguna vez componer un Canon con unos cuantos libros que sintiera suyos y a los que pudiera regresar una y otra vez sin agotar nunca su sentido? Esa querencia provocadora está en el sentido de un libro que indaga sobre el sinsentido, el simulacro y la ficción como extrañas formas de vida donde un androide puede incluso llegar a ser el protagonista elaborador del Canon para mitigar o, por qué no, confundir al lector en la medida en que la lucidez del escritor «le hacía ver que estaba fracasando y aun así seguía escribiendo».

Salta del Stanley Kubrick de Eyes Wide Shut a Paul Auster pasando por el cuento de James Joyce «Los muertos» para subrayar cómo descubrir «que sus pasos, al no llevarlo a ninguna parte, lo conducían al interior de sí mismo», una idea que «se convirtió en fuente de felicidad», de manera que «entonces se dijo a sí mismo, con un tono casi triunfante: Estoy perdido». Además, pronto también notó que en realidad «liberarse de los tiempos verbales fue una forma más de intentar ir más allá de los límites de la escritura». Hacer como que oscila «entre ser alguien o nadie» y creer «que sólo eso, aunque en breves ráfagas, me permite de vez en cuando ser un escritor verdadero». ¿Cómo el imprescindible Ribeyro?

Profundizar en la pregunta de en qué momento se sintió escritor confundiéndola con la que suelen hacer a los escritores cuando publican un libro y se busca averiguar «por qué escriben». Una respuesta «que exige ser escrita y nunca dicha de palabra, porque, hablada, perdería mucho y, por tanto, volvería a revivir» momentos insoportables. «Escribir siempre ha sido tratar de escribir lo que escribiríamos si escribiésemos, aunque no escribamos…» Alejado de Dios, porque quizá «Dios sea sólo ese gran puñado de miedo que nos iguala a todos».

«Es evidente que quien vive en el presente puede repetir, si quiere, el presente que ya no existe, pero sólo escribiéndolo… mi deseo de que un día escribir y respirar no sean ritmos diferentes». Llegar al día en que sin darse cuenta se traspase «la frontera casi invisible que separa una frase vulgar de una con un cierto toque literario» y llegar a aceptar «que una parte de los recuerdos son implantados».

«Nada tengo que ver, le dije, con ese tipo de escritores que organizan su mundo de creación en torno a los primeros años de su vida, en torno a ese periodo de pantalón corto, periodo de exagerado prestigio, esos años en los que el tópico más redomado dice que son vitales para nuestra creatividad futura, cosa en la que yo no creo. porque en realidad, hasta los veintipico años, no empezaron a ocurrirme cosas que luego hubieran condicionado mi vida… mientras estuve bajo la protección familiar, no me ocurrió nada, ningún trauma, nada. Y que sólo cuando comencé a estar expuesto a una cierta intemperie me empezaron a suceder historias, hecho más o menos inauditos, y otro no tanto. O eso al menos fue lo que me pareció que veía».

«Vi un mundo que sólo era puro vacío, pero a la vez vi que en el vacío no faltaba nada, que éramos nosotros quienes no veíamos nada en él por culpa de nuestra ridícula visión endeble, tenemos ojos de corto alcance». «Uno escribe su vida cuando cree escribir sus lecturas. ¿No es a la inversa del Quijote«? «Un libro es siempre un intento de reducir una biblioteca, de hacer innecesarios todos los libros que uno ha leído para llevarlo a cabo… Eso nos permitiría llegar a la paradoja de que la única razón legítima por la que escribimos es porque hay demasiados libros… Tienes que leer mil quinientos libros para poder escribir uno».

En el «Ensayo sobre el cansancio» de Peter Handke el autor da vueltas «en torno a la fatiga y acaba diciendo que no sabe nada sobre ella, salvo que los cansancios no se pueden planificar, no pueden ser una meta que uno se proponga, pues en realidad no llegan sin una causa, llegan en la transición después de haber superado algo». ¿Algo que se podría vincular con la bibliomancia consistente en «abrir un libro por una página al azar e interpretar el párrafo adaptándolo a las circunstancias del momento»?

Más aun, en «El hombre sin atributos» de Robert Musil el autor buscó otros finales y ninguno le convencía porque «hay una gran divergencia entre una placentera narración y la realidad brutal del mundo» y Musil añadía: «todo se ha vuelto ahora no narrativo». «En ocasiones tenía la impresión de haber nacido con atributos carentes, hoy en día de validez».

Por todo ello, no menos sagaz el reclamo que recoge en «Imposturas» de John Banville donde sostiene que «si no estoy en mi escritorio, me siento vacío, como si fuera una piel despellejada, sin huesos… Yo me había convertido en un experto en fingir gran erudición acerca de una amplia variedad de temas mediante el diestro empleo de ciertos conceptos clave, espigados de la obra de otros, pero a los que sabía dar un sesgo personal».

Enrique Vila-Matas (2025). Canon de cámara oscura. Seix Barral. Barcelona. 218 págs. ISBN: 978-84-322-4497-7