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¿VUELTA P’ATRÁS?

POR: TOÑO NERIO.

A propósito de muchos comentarios de los opinólogos salvadoreños (los que se niegan a ser “oposición”, pero que bukele los tiene marcados con una cruz en su lista de enemigos), según los cuales ha habido un retroceso de años, décadas y hasta de siglos, en los magros avances que se habían alcanzado en materia de democratización, debo reconocer que, en efecto, están en lo cierto… Pero, cuidado, pienso que eso es solo una apariencia. En la sociedad salvadoreña, como conjunto, como formación social concreta, estamos en pleno retroceso respecto de las conquistas democráticas, pero no para regresar a una época y a un tiempo predemocrático, sino para avanzar a una formación social poblada solo por quienes sean necesarios para el funcionamiento óptimo de la economía y con el descarte de los innecesarios excedentes de población. Póngale usted el nombre que guste a semejante adefesio de formación social del individualismo sublimado.

El Salvador solía ser, hace un siglo, y como parte del sistema capitalista, un país en el que todas sus dinámicas iban orientadas hacia la desaparición de lo que de feudal existió en esa parte de la Capitanía General, hasta la independencia respecto de la monarquía española, y su lentísima superación -en un proceso que duró medio siglo- para comenzar a sentar las bases materiales del capitalismo con la incorporación de la economía cafetalera a los circuitos comerciales y financieros del mercado mundial. Medio siglo después de aquel lentísimo inicio, los resabios feudales eran todavía muy fuertes en la mayor parte de la sociedad. Apenas en 1932, tras el golpe de Estado que puso fin a la primera experiencia de elecciones democráticas burguesas, la dictadura del General Maximiliano Hernández Martínez inició la creación de las instituciones modernas del régimen burgués que pusieron fin al viejo régimen semifeudal sobreviviente. Hasta la primera experiencia electoral burguesa, los comicios eran absolutamente fraudulentos. Los candidatos obtenían votos de sus partidarios, que eran dueños de territorios en los que toda la peonada y servidumbre contaba como votantes, aunque ni se enteraban de nada. Los cargos públicos eran transferidos de un familiar a otro, hasta que una guerra o golpe de Estado terminaba con el derribamiento y expulsión de la familia gobernante y cambiaba todo para empezar de nuevo sin cambiar nada. El grupo oligárquico modernizante que movía los hilos detrás del General Martínez mantuvo el control siempre a través de los militares, aun después de la caída de ese tirano y hasta la llegada de militares formados en escuelas de corte más moderno, acorde con los intereses de la oligarquía y, sobre todo, con los intereses imperiales de los Estados Unidos.

Los Estados Unidos se habían convertido en el único y el nuevo hegemón del mundo capitalista. Tras la Segunda Guerra Mundial, con los yanquis como indiscutible líder, toda América Latina en fila aceptó los lineamientos de aquel único centro de comando periférico. Desaparecidos Inglaterra, Francia y Alemania, los que fueron aspirantes a la conquista del papel hegemónico, todas las oscilaciones perturbadoras también desaparecieron del mundo. De hecho, ni siquiera la Unión Soviética representaba una amenaza, porque el único país con armamento nuclear eran los Estados Unidos. A América Latina los estadunidenses les orientaron a la implementación de la Industrialización por Sustitución de Importaciones (ISI), con el propósito de aumentar el empleo, ahorrar divisas y desarrollar el sector industrial, para que cada país lograra su desarrollo y permitiera a los gringos adueñarse del resto del mundo, especialmente de las, hasta entonces, decenas de colonias europeas a las que les estaba consiguiendo la independencia de sus respectivas metrópolis y unciéndolas como bueyes para jalar su nuevo carruaje imperial. En ese cambio paradigmático, El Salvador iba a comenzar a forjar en serio su ruta hacia el pleno capitalismo, con clase obrera y todo sus atributos y desafíos.

La dictadura hereditaria de los militares siervos de las familias oligárquicas era la rectora de los cambios desde el gobierno central y las gobernaciones departamentales. Incluso la existencia de un solo partido era contraria a la nueva formación social que se estaba construyendo. La apertura hacia nuevas alturas democráticas exigía la existencia legal de partidos de toda la paleta de colores políticos e ideológicos. Hasta el Partido Comunista Salvadoreño (PCS) fue legalizado. Se reconoció el Derecho a la Educación, a la Salud, a la Vivienda, a la Seguridad Social, a la Organización Sindical y a la Asociación de los Trabajadores del Estado, entre otros, algunos de los síntomas de que una nueva vida estaba naciendo. Los últimos resabios del feudalismo que aún pervivían languidecieron hasta extinguirse por completo. El marco constitucional y legal, la novedosa institucionalidad y la promoción de una cultura cívica avanzaron de una manera acelerada, hasta el punto en que los individuos comenzaron a tener conciencia de sus propios intereses. Dejaron de ser solo una turbamulta y pasaron a ser sindicalistas, socios, feligreses, miembros de comunidades organizadas a todo nivel. Hasta que, con la llegada de un nuevo paradigma -coincidente con la victoria imperialista sobre el mundo socialista-, la economía de libre mercado dio un giro vertiginoso hacia la reducción del aparato estatal y el alejamiento de la institucionalidad gubernamental respecto de la población mayoritaria real y, con la concentración del capital en unas cuantas manos y la privatización de las empresas estatales, el antiguo trabajador -público y privado- se vio lanzado al desempleo y al abandono.

El nuevo paradigma económico traía consigo la destrucción de la anterior formación social, concebida con un cierto sentido democrático, y se erigían las bases de un nuevo mundo en el que millones de personas se convertirían en material descartable. Ese es el actual momento del desarrollo histórico, no solo de El Salvador, por cierto, porque es un fenómeno que se vive a nivel mundial. ¿Está el mundo frente a un retroceso o es esta solamente una nueva etapa de la fase superior y última del capitalismo parasitario? De la caracterización exacta de esta etapa del imperialismo va a depender la formulación de las estrategias de los miserables que hemos sido puestos ya en la bandeja del descarte.¿Pueden solos, de manera individual, aspirar a su salvación, o deben buscar la alianza frente a los poderosos? El imperialismo forjó su victoria desde el mismo día en el que consiguió romper la unión entre mujeres y hombres y los convirtió -a esos que en aquella fase del capitalismo tenían en común ser proletarios- de aliados en enemigos feroces. De ahí para adelante todo fue coser y cantar. Tirar a Polonia del dominó de países socialistas desencadenó el derrumbe de toda una utopía en construcción. Mataron hasta la fe en que solo combatiendo triunfaríamos y, ahora, casi nadie cree en la lucha. Desde el Anti-Düring y las Tesis sobre Feuerbach, tanto Engels como Marx nos explicaron puntualmente que debemos buscar en la infraestructura económica de la sociedad la razón de la existencia de una u otra superestructura ideológica. Y que armados de ese conocimiento teórico debemos agarrarnos para ir a la acción. La teoría debe iluminar a la práctica para que no se quede en el tacho de la basura.