
México. UNA ENCRUCIJADA CLAVE.
POR: MIGUEL BLANDINO.
Hay una leyenda que dice que en los lugares donde los líderes narcos tenían sus raíces y familias se construían clínicas, escuelas y buenas carreteras. Esa leyenda dice que eso era debido a la necesidad del capo de blindarse creando una sólida base social entre una población desde siempre olvidada por parte del Estado. En Colombia y México se han conocido diferentes versiones de esa leyenda.
De esas historias resulta que el narco es bueno, porque resuelve problemas ancestrales. El jefe criminal termina siendo considerado por muchos como una especie de Robin Hood: alguien que está fuera de la ley, pero para beneficio de los pobres. Es el tipico final feliz de las películas clásicas del género Spaghetti Western. El malo no es tan malo, al final de cuentas, como los simpáticos Terence Hill y Bud Spencer.
Eso es cierto. Algunos miembros de la comunidad, incluso familias enteras, lograron niveles de vida en los que la mayor parte de las necesidades materiales estaban satisfechas, es decir, que salieron de la pobreza material y se convirtieron en ricos ganaderos, hacendados, productores y comercializadores de muchas especies vegetales para el consumo humano y para la industria. Generaron empleo y mejoraron la vida para muchas otras familias. Algo así como la promesa neoliberal del derrame económico que nunca se cumplió en ninguna parte.
Sin embargo, el precio que pagaron esas y otras comunidades fue elevado en términos de vidas humanas sacrificadas. Las que se perdieron a manos de los narcos y las que se perdieron a manos de los policías y soldados en la falsa persecución de los delincuentes y en el falso combate de la narcoactividad, en los países de producción y tránsito de las drogas que consumen con ansias los habitantes del norte rico en vicios.
Visto políticamente eso es “paternalismo”; si la gente se porta bien se le da un premio, si no, un castigo. En ese mundo de relaciones de poder, “la gente” es un objeto -de ningún modo un sujeto- de la política que diseñan otros, desde arriba y desde fuera.
Las decisiones las toman desde el poder económico, político, militar, cultural, local, nacional o internacional. El pueblo, a lo sumo, participa como espectador de lo que se hace con sus vidas. Para bien y para mal. Y, la mayor parte de las veces, ni se entera.
Hace unas pocas semanas se ha conocido la encuesta de hogares en México, por medio de la cual se conocen los avances o retrocesos en materia de pobreza. Hoy, gracias a la decidida lucha del gobierno de Andrés Manuel López Obrador, por medio de los programas sociales de bienestar, se sabe que más de trece millones de personas han salido de las peores condiciones de ese síndrome llamado pobreza.
Antes de la llegada de la Cuarta Transformación, México era un país con altísimos niveles de pobreza que alcanzaban al setenta por ciento de la población total. Al mismo tiempo, era el país con los más graves índices de desigualdad entre ricos y pobres.
Pero, casi todo el sexenio que duró el mandato constitucional de AMLO, una campaña estuvo presente: la que designaba al gobierno como un narco gobierno.
No obstante, la decisión política resumida en el lema “por el bien de todos, primero los pobres”, minimizaba el impacto del golpeteo de los detractores. Los beneficiarios de la inversión de miles de millones de pesos que año tras año se destinaron a superar las condiciones de pobreza, no estaban interesados en saber el cómo ni el porqué de esas decisiones que les mitigaban su situación y hacían menos difícil el tránsito por la vida.
Lo importante para los pobres no es el conocimiento de las razones, sino su efecto. Y si el efecto es que hoy hay un plato con comida en la mesa, eso es lo importante. A nadie en esas condiciones la interesa que lo inviten a “focus group”, seminarios, ni ninguna actividad orientada a la obtención de información cualitativa. Basta con que le regalen una tarjeta bancaria y que periódicamente le pongan dinero en esa cuenta, o que haya trabajo y pueda conseguir un sueldo de manera permanente, o que el gobierno le lleve muebles, electrodomésticos, ropa y comida gratis cuando hay un desastre. Eso es todo.
Están bien, indudablemente, esos paliativos. Está bien que se ayude a la gente de la inmensa mayoría pobre de la sociedad. Ni qué decir en contra de ello.
Desafortunadamente, por ahora, todavía, esa es la realidad: paternalismo puro y duro. Es que, como decía el querido e inolvidable Eduardo del Río, el genial RIUS, “la panza es primero”. En ese sentido, la siguiente tarea, la que yo considero más estratégica de todas, es la organización de la ciudadanía, casa por casa, cuadra por cuadra, barrio por barrio. Que todos analicen su situación, que se identifique y haga una lista de los problemas y se establezca un orden de prioridades para su resolución, que se diseñen las políticas y se hagan los cálculos presupuestales, desde abajo y desde adentro, y se haga el más minucioso seguimiento de la ejecución de todos los planes de desarrollo.
Hoy, cuando se han golpeado estructuras del crimen organizado en las que aparecen involucrados altos cargos del poder ejecutivo estatal, federal y de la Marina, es urgente ir a fondo para cimentar el prestigio del proyecto de la Cuarta Transformación. No es posible que quede la mínima duda de que el lema de “primero los pobres” es solo la tapadera del crimen organizado dirigido desde el nivel más alto del Estado.
AMLO depositó en la Marina la responsabilidad de los puertos, aeropuertos y aduanas fiscales. AMLO nombró como el Secretario de Gobernación de su gabinete al actual Senador Adán Augusto López, quien antes había sido Senador -de 2012 a 2018- y Gobernador del Estado de Tabasco -entre 2019 y 2021-.
Ahora resulta que Hernán Bermúdez Requena, el ex Secretario de Seguridad de Tabasco nombrado por Adán Augusto, es el jefe de la estructura criminal conocida como La Barredora. Y que dos sobrinos del Secretario de Marina, el Almirante Ojeda, del gabinete de Seguridad del gobierno de AMLO, están involucrados en una red de corrupción de contrabandistas y fraude fiscal. Dos casos en los que altos funcionarios, de primera línea, del círculo íntimo de AMLO están embarrados hasta los codos.
Grave. Gravísimo. Aunque muchas detenciones ya se hayan realizado y que centenares de órdenes de aprehensión ya han sido giradas, queda mucho por hacer para despejar todas las dudas y limpiar de una vez por todas las manchas que estos escándalos están dejando.
López Obrador suele decir que “la mentira tizna” y es verdad. La mancha que deja tarda en borrarse. Por eso, ir hasta el fondo es de lo más urgente. Ni siquiera es bastante con agarrar a los delincuentes de alto perfil en el partido, el gobierno y las fuerzas armadas. Hay que caer sobre todas las personas naturales y jurídicas que lucran en las más altas esferas de la banca y las finanzas.
El volumen de dinero que se mueve es de miles de millones de dólares y eso no se lava en la tiendita de la colonia. La banca internacional y los fondos de inversión están en el tope de la pirámide del crimen organizado internacional. Hasta ahí hay que llegar. Ya basta de únicamente agarrar chapos y chapitos, por muy poderosos que parezcan. Ya basta de agarrar solo militares y funcionarios. Mientras no se ataque la fuente del mal, todos los que hoy son capturados ya fueron relevados por otros que están ansiosos de salir de su condición subalterna y desean ser como los ricos.
“Caiga quien caiga” es la orden que ha dado Claudia Sheinbaum. Sin importar nivel ni condición, todo el que esté relacionado debe ser sacado de circulación y puesto en el lugar al que en justicia deben ir los criminales. Y, sin que sea considerado escarnio, deben publicarse los nombres de las personas individuales y el de las empresas de cualquier tipo que hayan participado en los crímenes contra la sociedad y contra el Estado.
Traidores a la Patria no son únicamente quienes claman públicamente por una invasión militar por parte del ejército de los Estados Unidos en contra de la soberanía del suelo patrio. Traidores a la Patria son todos y cada uno de los que desde lo profundo de la historia han lucrado con la sangre y el hambre de centenares de millones de inocentes.
Hoy la Cuarta Transformación ha llegado a una encrucijada que, valga la redundancia, es crucial. La decisión que hoy se tome marcará por completo el futuro de México.