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204 años de Independencia. Los contrapesos ya no pesan.

Por: Walter Raudales.
“La independencia no se celebra en un día, se sostiene en la resistencia.”
La independencia de El Salvador no es solo un hecho memorable, es un fenómeno vivo, un proceso inconcluso que atraviesa los siglos y nos obliga a cuestionarnos: ¿hemos roto las cadenas o simplemente las hemos cambiado de forma? En el contexto histórico de El Salvador, la independencia no es solo un aniversario que se marca en el calendario, es un período que se extiende desde el pasado colonial hasta las realidades actuales, nos invitan a cuestionar como hemos evolucionado como república independiente o no.
Hoy, al conmemorar 204 años, la soberanía de un país parece diluirse en manos de poderes concentrados. Analicemos este camino, no como una mera conmemoración, sino como un manifiesto por la verdadera libertad donde no basta con recordar héroes y fechas sino debemos volver a interrogar la historia y a nosotros mismos.
De las cadenas coloniales al acto fundacional.
En 1821, el istmo centroamericano tomó la decisión audaz y dejar de rendir tributo a un rey lejano que exigía oro y obediencia, para atreverse a pensar con cabeza propia. Pero esa libertad no fue plena donde El Salvador recibió la peor parte de la repartición, quedando reducido al territorio más pequeño y marginal de la Federación Centroamericana.
En esa era, prevalecía el despojo de tierras ejidales y comunitarias. Ladinos, indígenas y pequeños grupos de esclavos asentados en la región apenas eran escuchados; incluso los criollos, con su sangre mixta, lo eran solo a medias. Cualquier resistencia no pagar tributos, no respetar a las autoridades impuestas podía llevar a la prisión, al castigo físico o al exilio como sucedió con algunos de los próceres.
La independencia llegó como una decisión valiente de pensar con cabeza propia y rechazar el poder absoluto. Aun así, con la firma del acta donde hombres y mujeres (donde estas últimas a menudo invisibilizadas en la historia y en las imágenes icónicas) se dio arranque a la vida como república independiente. Una chispa que pronto sería apagada y reavivada, en un ciclo permanente de emancipaciones y sometimientos.
Hitos de nuestra lucha.
Nuestra historia es un recorrido accidentado de rebeliones, dictaduras, guerras y pactos de paz:
1821: Acta de Independencia del Reino de España. liberándonos formalmente del yugo español.
Décadas después: Rebelión indígena contra el despojo de los próceres, que perpetuaron desigualdades heredadas.
1944: Caída de la dictadura de Maximiliano Hernández Martínez.
1980: Estallido de la guerra civil, fruto de la represión y la desigualdad.
1992: Firma de los Acuerdos de Paz, que dieron paso a instituciones civiles, la PDDH, la PNC, el Concejo de la Judicatura, y de reorientar el rol de las fuerzas armadas y un marco constitucional renovado y de una forma de participación electoral más igualitaria.
Cada hito nos revela una constante donde la independencia nunca fue absoluta, siempre fue parcial, disputada y en riesgo.
Del Colonialismo al Neocolonialismo.
Hoy, los nuevos colonizadores no llegan en carabelas, sino en billeteras digitales y cuentas offshore. No exigen tributos al rey, pero sí transferencias de riqueza a menos del diez por ciento de la población que concentra el poder económico y político.
La independencia dejó de enseñarse con profundidad porque en ella se esconden símbolos de rebelión. Mientras tanto, se construyen nuevos yugos con cadenas invisibles, narrativas oficiales repetidas mil veces hasta volverse verdad, un poder que concentra en sí mismo la trilogía de los poderes, logrando construir el Estado a su manera con estructuras gubernamentales anuladas, cooptadas o corrompidas; contrapesos que existen solo como títulos nominales reduciendo a las instituciones a cascarones vacíos, pero con obediencia total al mandato del ejecutivo.
Antes se apresaba y castigaba al indígena por defender sus tierras; hoy se encarcela al activista comunitario que defiende su territorio. Es necesario conmemorar la hazaña histórica y sus avances, marcados por altibajos y retrocesos, ya que se trata de una fecha merecedora de celebración y recuerdo por todo lo que simboliza. A veces surge la impresión de que simplemente hemos pasado de una atadura a otra, adaptadas según las circunstancias, mientras afrontamos fases continuas. En la actualidad, las reformas propuestas en 1992 mediante los acuerdos de paz han revertido su curso, debido a que el líder con su plan propio centraliza, acapara el poder y la riqueza busca arrebatarnos todo, la historia, la nación y sus bienes, al punto de haber proclamado casi que la historia es él mismo y, por ende, todo lo que se exprese o imponga de su gestión en adelante, actualizando la frase antigua de «El Estado soy yo», decretado y ejecutado.
Hoy, desmontan la institucionalidad. Antes, eran los enviados del imperio y unos pocos criollos quienes mandaban en el país. Ahora, es el sector gobernante el que se ha enraizado, emulando al gobierno colonial. Menos del diez por ciento de la población según Forbes controla la riqueza nacional, casi todos los recursos naturales y bienes del Estado, ya comprometidos o a punto de ser valorados comercialmente de forma tradicional o digital (tokens).
Y, sin embargo, aquí estamos atravesando túneles en los que se confunden independencia y esclavitud, libertad y sometimiento. Una dialéctica cruel que parece no terminar. Hoy, las cadenas no llevan el rostro de un rey, llevan la sonrisa de post y el tuit de un gobernante que concentra todos los poderes y se proclama, sin rubor, nuevo emperador. Ayer la riqueza se enviaba en galeones al imperio; Ya no envían la riqueza a un imperio lejano, sino a cuentas en wallets frías y bancos offshore, hoy viaja en criptomonedas hacia paraísos fiscales. Ayer se encarcelaba por no rendir tributo; hoy por defender el río, la tierra, el puesto de trabajo, el sitio para vender o la voz disidente.
Las instituciones que en 1992 nacieron para garantizar la paz, buscando nuevos caminos se desmoronan como castillos de arena. Los contrapesos ya no pesan. La Asamblea aprieta un botón cada semana y se aprueba cualquier arbitrariedad o leyes absurdas. Los jueces son fichas movidas desde una sola oficina. Y mientras tanto, se afinan nuevas cadenas y calabozos, no solo para cuerpos físicos, sino para miles de redes digitales que apresan la mente. Aunque digas que no,te quieren convencer tras oír mil veces en tres días que en el país con este gobierno «ya nadie se muere o es asesinado», sin chance de verificar en datos oficiales que se ocultan y se niega su acceso desde 2021.
¿Eso es soberanía? ¿Eso es independencia?
Lo que se vive hoy es una reedición refinada del colonialismo quizá con menos cadenas físicas, pero más cadenas invisibles. Menos látigo, más algoritmos. Antes los colonizadores querían nuestro oro; ahora quieren nuestra atención, nuestro voto dócil, nuestra mente enjaulada en un relato único repetido miles de veces. Incluso la enseñanza de la historia independentista se ha superficializado o eliminado, evitando símbolos de rebelión contra los poderosos. Ahora, se afanan en quitar del camino voces, organismos y formas de expresión ante el ataque de nuevos colonizadores territoriales y digitales que buscan encarcelar hasta la mente.
Pasados dos siglos, enfrentamos nuevos yugos y cadenas finas para reprimir y coartar, dejando que sobrevivamos por gracia del nuevo gobernante, autodenominado emperador, respaldado ideológicamente por su imperio rector en la región. En esta nueva era, en que se apresan a muchos por defender sus territorios, recursos y derechos. Desaparecen la trilogía de poderes (ejecutivo, legislativo y judicial), concentrándolos en una sola mano. El derecho se disuelve; las instituciones dejan de funcionar para «ahorrar», dirigidas desde la casa presidencial como un núcleo que maneja miles de casilleros, tratando la república como una finca de colonos y plebeyos sin derechos. 
¿Cuánto hemos evolucionado en formas de bienestar, derechos, gobernanza y gobernabilidad? Por hoy, la república ha dejado de serlo, sin autonomía ni soberanía ahora hasta ofrecen el territorio como cárcel internacional, con recursos comprometidos y tokenizados al mejor postor digital.
Por eso, este 204 aniversario no puede ser un ritual vacío. No se trata de banderas, himnos, desfiles militares y discursos oficiales repetidos y vacíos. Se trata de volver a preguntarnos qué significa ser libres, qué cadenas seguimos tolerando, qué yugos seguimos normalizando. La independencia no se hereda sino se conquista todos los días. Y hoy, como ayer, el desafío es el mismo:
ni imperios, ni caudillos, ni algoritmos deberían gobernar más que la dignidad del pueblo.
Que prevalezca la paz, sí. Pero también la justicia. Porque sin justicia, la paz no es más que silencio impuesto.
Y por eso lucharon ayer, y por eso luchamos hoy.
Reflexión y manifiesto final.
Con altibajos, retrocesos y luchas, los salvadoreños hemos caminado dos siglos saltando de una cadena a otra. Los logros de los Acuerdos de Paz se han erosionado; la institucionalidad desmontada, la soberanía comprometida, la república convertida en finca y vitrina digital para el poder.
Pero esta fecha no debe ser resignación, sino rebeldía, tiempo para recordar a nuestros próceres y a quienes desde abajo dieron su vida por justicia como Anastasio Aquino, Prudencia Ayala, los héroes de 1944, los luchadores sociales de los 80. Ellos encarnan un mensaje que trasciende coyunturas lo que rafirma que la independencia no se firma una vez, se lucha todos los días.
En nombre de lo que representa la fecha de independencia, en otro escenario y circunstancias, bien vale retomar ese ideario y luchar por lo que ayer como hoy representa injusticia, esclavitud y falta de derechos. Por, sobre todo, debe prevalecer la paz y la justicia, donde prevalezca el pueblo. Por eso lucharon nuestros hombres y mujeres, y por eso luchamos hoy.
Hoy, como ayer, debemos reclamar paz con justicia, libertad con dignidad, soberanía con pueblo. Porque 204 años después, la independencia no es pasado, es tarea pendiente y en nombre de esa tarea, afirmamos que: No somos súbditos, no somos rebaño, no somos cifras. Somos pueblo, y este manifiesto es nuestra voz.
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