DestacadasEditorial

TOJEIRA.

Por: Juan Vicente Chopin Portillo.

El padre Tojeira tenía mucho de socrático: era amigo de los jóvenes, del diálogo y de adversar a los corruptos. Tal vez, como Sócrates, solo hubiera respetado al sofista Protágoras, quien dijo que le caía bien Prometeo, porque era previsor y le era antipático Epimeteo —el hermano de Prometeo—por tonto y descuidado (cfr. Platón, Diálogos, en especial Protágoras).
Todavía andaba en mi cabeza el recuerdo de Rafael de Sivatte y en mi garganta la sensación de su muerte, cuando de improviso alguien me dijo que había muerto Tojeira. ¡No lo podía creer! Hacía solo un par de días que habíamos hablado, durante el funeral de Rafa. La muerte es un misterio a la vez desconcertante y aleccionador.
En el ambiente salvadoreño honesto se respira una especie de orfandad sociopolítica, humanista y cristiana. Tojeira forma parte esencial del consciente colectivo salvadoreño, al menos de los últimos 40 años.
Su nombre se hizo famoso a nivel nacional e internacional cuando asumió con valentía y determinación el esclarecimiento del asesinato/martirio de sus hermanos jesuitas en 1989. El otro período importante fue su rectorado en la UCA de El Salvador. Desde entonces, su presencia en los medios de comunicación y en el mundo socio-eclesial ha sido cosa normal y alentadora.
Yo nunca había visto en persona a José Mari —así le decía yo. Una vez me recibió en su oficina de rector en la UCA. Luis Coto, otro sacerdote ejemplar, me hizo el contacto. Quedé impresionado. Si yo mido 1.86 cm de altura, él podía medir 1.90 cm. Para conversar con él había que verlo hacia arriba. Dicho esfuerzo lo compensaba bien su amabilidad, su mirada profunda y clara, el tono grave de su voz y su sonrisa. Su aspecto exterior es casi una «marca»: camisas en todo claro, a cuadros con frecuencia, jeans azules, zapatos cafés de aspecto envejecido. Cabellos a veces peinados, otras veces en vorágine. Cuando era entrevistado solía cruzar sus brazos y activar su mano derecha para precisar algún punto o abrirlos totalmente cuando algo era incomprensible. Era un maestro en la ironía mayéutica, siempre acompañada de una sonrisa desarmante. En las conferencias en público a veces metía sus manos en las bolsas delanteras de su pantalón vaquero. Era un humanista dispuesto siempre al combate.
«Al filo de la semana», su programa semanal en la YSUCA da cuenta de su esfuerzo por estar siempre informado, de su pasión por el diálogo como método y la defensa de la dignidad humana como vanguardia.
Con frecuencia nos encontrábamos en el Centro Monseñor Romero por motivos académicos. En varias ocasiones me esperaba en el parqueo. Después de saludarme, dándome de «compañero», me pedía que le firmara alguno de mis libros y me explicaba que alguien se lo había pedido o que él quería regalarlo. Me parecía un gesto de mucha humildad y fraternidad. Pienso que es el momento de hacer una edición especial de su libro “El martirio ayer y hoy. Testimonio radical de fe y justicia”.
Espero que el día de su funeral nos demos cita los sacerdotes del clero diocesano salvadoreño. Siempre José Mari nos fue muy cercano y atento a nuestras alegrías y sufrimientos. Sentimos respeto y admiración por su amistad y lealtad.
Alguna vez fue atacado públicamente, incluso por presidentes. Pero eso es normal para quien se toma la vida y su oficio en serio. Aquí se aplican las palabras de Nassim Nicholas Taleb: “Si los imbéciles con poder no te encuentran “arrogante” significa que haces mal algo» (“El lecho de Procusto”, 2025, p. 29). Dicho popularmente, quien quiera arrastrarse que se arrastre, pero que no chille cuando lo pisen.
Confieso que me preocupa el que hayamos perdido dos jesuitas en pocos días, de la talla de Rafa y Tojeira; si a ellos le sumo a Luis Coto y a Rogelio Ponseele, me preocupo aún más. Interesa asegurar el relevo generacional. No dudo que el Espíritu Santo actúa.
Pero como abundan los «perros mudos», como llama a los pastores irresponsables el profeta Isaías: «todos ellos ignorantes; todos ellos perros mudos, no pueden ladrar; soñolientos, echados, aman el dormir» (Isaías 56,10). Y abundan también los «canarios tísicos», como les llamó el poeta Oswaldo Escobar Velado a los intelectuales vendidos en su poema Patria Exacta:
«Así marcha y camina la mentira entre nosotros.
Así las actitudes de los irresponsables.
Y así el mundo ficticio donde cantan
como canarios tísicos,
tres o cuatro poetas,
empleados del gobierno».
Entonces, por razones éticas y cristianas, debemos permanecer incólumes en el testimonio a la verdad y a la justicia. Dios, en sus designios, ha de suscitar dignos sucesores de estos hombres que se tomaron la vida y su fe en serio.
No sé cuánto quieran a Tojeira en Honduras. Está por verse. Pero aquí en El Salvador es un referente indiscutible.
Me quedo con la frase que dijo Tojeira durante el funeral de sus hermanos jesuitas, asesinados en 1989: «¡No han matado a la Universidad José Simeón Cañas! ¡No la han matado!».
Hasta siempre, compañero, nos alienta tu sonrisa y tu mirada, que aquí la cosa arrecia.
Si te gustó, compártelo

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Social media & sharing icons powered by UltimatelySocial