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LOS BURROS DELANTE DE LA CARRETA.

POR: MIGUEL BLANDINO

¿Contracorriente? Para nada. Siempre listos para obedecer a pies juntillas, como buenos “boy scouts” del imperio que sea, español, estadounidense o chino.

La llamada oligarquía criolla salvadoreña, por estos días todavía dependiente del imperialismo yanqui, ha seguido puntualmente a lo largo de los últimos cinco siglos todas las instrucciones que llegan de la metrópoli sean estas cualesquiera que sean.

Antes de 1821 la “orgullosa” y rebosante de “soberbia” oligarquía lamebotas, fue dócil al llamado del Capitán General que en Guatemala representaba al monarca ibérico. Cuando en la metrópoli peninsular se produjo el intervalo constitucional -entre 1820 y 1823- y el rey felón perdió el control férreo que había impuesto desde 1814 -y con ello su hegemonía- y las familias dueñas de la tierra en las provincias centroamericanas se declararon independientes del reino, los oligarcas de la provincia de San Salvador se embarcaron y fueron a buscar un nuevo amo en los Estados Unidos, rogando por la anexión, que fue infructuosa en lo legal, pero exitosa y vinculante en los hechos.

Fieles sirvientes de su nuevo dueño, a su regreso al terruño, aquellos primeros vendepatrias se dedicaron a socavar la unidad del naciente imperio mexicano y lo debilitaron para que, con la ayuda del tiempo y la asfixia provocada por el embargo financiero, sus amos lo despedazaran y le arrebataran a México los territorios que hoy son los actuales estados de California, Nuevo México, Arizona, Nevada, Utah, Colorado, Wyoming, Kansas y Oklahoma.

Dos millones trecientos mil kilómetros cuadrados fueron arrancados y sus pobladores asesinados en un genocidio. Millones de habitantes de centenares de pueblos fueron exterminados y robadas las tierras en un latrocinio inconcebible. La extensión sustraída es equivalente, por cierto, a la superficie actual de España, Francia, Alemania, Italia, Reino Unido, Portugal, Suiza, Bélgica, Holanda, Dinamarca, Hungría y Croacia juntas.

Sé muy bien que lo que digo líneas adelante es una idea sacrílega en este mes de la independencia que dirigieron en el siglo XIX los primeros oligarcas, y que reivindicar el proyecto político de Agustín de Iturbide y Arámburu, el efímero Agustín I, suena a broma trasnochada. Pero pienso, con entera sinceridad, y digo con plena conciencia, que tuvimos en la mano la oportunidad histórica de ser grandes y autosuficientes, como infructuosamente lo soñó también el Libertador Simón Bolívar.

En lugar de dos docenas de fragmentos incapaces de levantar la mirada para retar al anglosajón, los cobardes jefes de las familias oligárquicas de cada territorio del continente prefirieron servirle como alfombra, para no variar, a un señor extranjero.

En lugar de pensar en el bienestar de millones de habitantes de esta tierra, escogieron uncir su cuello al yugo del saqueador de las riquezas, con el afán de lucrar para ellos también y sus secuaces. De México al Cono Sur. De entonces, hasta la actualidad.

El 11 de marzo de 1941 se aprobó el decreto ejecutivo An Act to promote the Defense of the United States, literalmente “ley para promover la defensa de los Estados Unidos”. Dicha ley fue derogada en septiembre de 1945. Mediante ella pagaron para asegurarse de que Europa se destrozara de norte a sur y de este a oeste, hasta los cimientos.

La de Europa fue una guerra proxy, como se les dice ahora, o algo muy parecido a ese concepto. Los Estados Unidos mandaron comida, petróleo, armas, buques de guerra, aviones, y todo lo necesario para que se mataran entre sí las viejas casas reales.

Aquella ley se conoce como Ley de Préstamo y Arriendo. De esa manera, al finalizar la Segunda Guerra Mundial, la potencia económica sobreviviente era solo una: la de los Estados Unidos. Y era también la única con poder militar suficiente disponible para imponer sus decisiones políticas sin objeción de nadie ni de ninguna clase.

Para ocuparse de la consolidación de su hegemonía en el mundo capitalista, los Estados Unidos necesitaban concentrarse en el sojuzgamiento de lo que quedaba de los imperios coloniales que habían sucumbido devorados por las llamas de la guerra.

Todas las antiguas familias reales y todos los gobiernos republicanos de Europa y Japón, recibirían préstamos suficientes para la reconstrucción de sus infraestructuras, civiles e industriales, a cambio de dos cosas: permitir la independencia de las que hasta el fin de la segunda gran conflagración mundial habían sido sus colonias y posesiones ultramarinas, y permitir la instalación de bases militares en sus territorios metropolitanos y, además, claro, extraer las riquezas en todas las excolonias.

Pero, pensando estratégicamente, la potencia emergente no podía darse el lujo de distraer tiempo, dinero ni capacidades intelectuales en atender los asuntos de la gran isla-continente. América Latina tendría que aprender a auto gestionarse, bajo la tutela imperial, pero caminando sola.

La potencia sobreviviente tenía que impulsar para ese fin descentralizador, por una parte, la autosuficiencia controlada de las economías de los países del continente americano y, por otra, la modernización política de los estados –también controlada-.

Para ello, estableció dos líneas convergentes de trabajo: el control político a través de tiranías militares y la sustitución de importaciones. La primera línea se nutrió con la transfusión a cada país de la doctrina de seguridad nacional de los Estados Unidos a través de la nefasta Escuela de las Americas (SOA, por sus siglas en inglés), fundada en 1946 en suelo panameña; y para la ejecución de la segunda línea creó la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), como el organismo regional dependiente del Consejo Económico y Social (ECOSOC) de la Organización de las Naciones Unidas, fundada en febrero de 1948, con sede en Santiago de Chile.

La primera reforma económica de la CEPAL “sugerida” a los países latinoamericanos fue la estrategia de Industrialización por Sustitución de Importaciones (ISI). Mediante ella se buscaba reemplazar la importación de bienes por productos elaborados por los propios países, para lo cual se requería el fomento de la industria a nivel local.

En El Salvador, la “Revolución del 48”, encabezada por el coronel Oscar Osorio, mostró la obediencia de la oligarquía al dar ese paso al frente que exigían sus dueños. Permitieron, incluso, la redacción de una nueva Constitución Política cargada de garantías para las personas y avances en materia de democracia, como nunca antes. Democracia bajo la bota militar, sierva de la oligarquía dependiente del imperialismo.

Pero, aunque en lo jurídico-político-administrativo y de infraestructura se avanzó sin que se presentaran problemas mayores, en la dimensión social la cuestión era poco menos que imposible. Y no por oposición oligárquica o boicot de la izquierda comunista, sino por taras objetivas, deficiencias insalvables en el corto y mediano plazos.

La Estrategia de ISI de la CEPAL exigía como condición sine qua non la existencia de una masa de trabajadores preparados para asumir el encargo de transformar la economía. Sin embargo, la realidad era un muro de contención insalvable. Veamos:

La mayor parte de la población vivía en zonas rurales, y estaba vinculada a actividades agrícolas que no requerían estudios de ninguna clase. Las zonas rurales carecían de los servicios básicos de energía eléctrica, agua potable, sanidad y educación. En 1950 la población completamente analfabeta era del 60% del total de habitantes del país.

Los gobiernos militares al final de la Segunda Guerra Mundial realizaron muy bien su tarea en cuanto a las reformas institucionales para impulsar la nueva estrategia económica. Dieron vida al Ministerio de Trabajo y Previsión Social (1946), Instituto Salvadoreño del Seguro Social (1949), Ministerio de Economía (1950), Instituto de Vivienda Urbana (1950), por poner unos pocos ejemplos. Y crearon instituciones para construir las infraestructuras necesarias para la industrialización: Comisión Ejecutiva Hidroeléctrica del Rio Lempa (1945), Comisión Ejecutiva del Puerto de Acajutla (1952), Administración Nacional de Acueductos y Alcantarillados (1961), Administración Nacional de Telecomunicaciones (1963), porque aquellos gobernantes pensaban que hacer eso era lo necesario para hacer realidad la estrategia cepalina y asaltar el cielo.

Solo les faltaba pensar en la gente y el desarrollo humano… Aquellos gobernantes, igual que los de ahora, no rebuznan porque las cuerdas vocales no les ayudan.

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