
El Salvador. La caricatura de la oposición política partidaria.
Por: Mauricio Manzano. * (Investigador y Consultor Educativo).
En el escenario político salvadoreño, la figura del presidente Bukele domina con una fuerza sin precedentes, sustentada en una leguleyada jurídica, con una popularidad masiva y una gestión que ha logrado resultados visibles, especialmente en el combate a la criminalidad. Sin embargo, este poder monolítico no se sustenta en la astucia de Bukele, sino en la notable debilidad de sus adversarios. La oposición política partidaria salvadoreña, especialmente los partidos tradicionales, se han convertido en una caricatura de sí misma, incapaz de ofrecer una alternativa real, por tanto, no presentan un desafío o peligro serio al régimen bukeleano
El primer lastre de la oposición política partidaria es su propia historia. Los partidos que alguna vez gobernaron el país, como ARENA y el FMLN, no solo están marcados por décadas de polarización y estancamiento, sino también son sinónimo de múltiples escándalos de corrupción. La población, cansada de un bipartidismo que prometía cambios y entregaba más de lo mismo, les dio la espalda de forma contundente y permanente. La oposición política partidaria parece incapaz de realizar una autocrítica genuina, negándose a aceptar que el rechazo popular no fue un accidente, sino el veredicto sobre un modelo político que fracasó. Como resultado, su crítica al actual gobierno de Bukele se percibe como la queja de quienes perdieron sus privilegios, no como la voz de un proyecto político alternativo.
Además de su pasado, la oposición política partidaria carece de un discurso que conecte con la realidad de la gente. Mientras Bukele domina las redes sociales con mensajes directos, sus aduladores y seudoacadémicos de mercado, los partidos opositores se aferran a un lenguaje formal y a menudo abstracto. Hablan de la importancia de la institucionalidad, la separación de poderes y el respeto a la Constitución, conceptos vitales para la democracia, pero que suenan sin un contenido o una solución a los problemas de una ciudadanía que durante años sufrió la violencia de las pandillas y la ineficiencia de los gobiernos. La gente no ve en estos partidos a defensores de sus intereses, sino a guardianes de un status quo que los dejó en el abandono.
Lo más grave es la incapacidad de esta oposición política partidaria para articular una alternativa viable. Su estrategia se limita a una crítica reactiva y a menudo desarticulada de cada movimiento del gobierno. ¿Qué harían ellos para combatir la violencia si no fuera con el régimen de excepción? ¿Cómo resolverían la crisis económica sin las políticas gubernamentales? Las respuestas no son claras, la falta de una propuesta unificada, coherente y atractiva hace que sus críticas se diluyan, pareciendo meras pataletas o un eco sin resonancia. Están tan centrados en derrocar a un régimen que no se han tomado el tiempo para construir un proyecto que pueda reemplazarlo.
En resumen, la oposición política partidaria salvadoreña actual no es una fuerza de contención, sino un recordatorio constante de por qué el poder de Bukele es tan abrumador. Su debilidad es la fortaleza del gobierno. Su incapacidad para renovarse, su discurso desfasado y su falta de una alternativa real los han condenado a la irrelevancia. Mientras no logren superar sus fantasmas históricos y conectar con las verdaderas necesidades de la población, seguirán siendo una caricatura política, condenada a mirar desde la barrera cómo un nuevo poder escribe la historia, sin poder oponerse ni siquiera con un trazo significativo.