Entorno

La oposición controlada: Una farsa democrática.

Por: Mauricio Manzano. 

En la política actual una de las jugadas más astutas y menos reconocidas es la creación de una oposición controlada. Este concepto, que parece una contradicción, es en realidad una estrategia engañosa utilizada por regímenes autoritarios para mantener una fachada de pluralismo democrático. La oposición controlada no busca destituir los abusos de poder, sino legitimarlo, ofreciendo una disidencia inofensiva con el objetivo de engañar a la población y a la comunidad internacional.

El mecanismo es simple: el régimen dominante fomenta o tolera la existencia de partidos, intelectuales, o movimientos que se autodenominan «opositores», que en realidad no representan una amenaza para el poder político que gobierna. Estos grupos critican aspectos superficiales del gobierno, participan en debates televisivos, radiales y en redes sociales. Sin embargo, en los momentos cruciales de denuncia de la corrupción, violación al orden constitucional y los derechos humanos, su voz se debilita o se alinea con el poder, ya sea por miedo, por acuerdos secretos o por intereses personales o compartidos.

La función principal de esta falsa oposición es desviar la atención de las violaciones de los regímenes dictatoriales. Mientras el público se enfoca en las conflictos teatrales entre el «gobierno» y la «oposición», el poder real se consolida sin oposición efectiva. Las voces críticas auténticas, como los movimientos ciudadanos independientes, periodistas de investigación, intelectuales imparciales son perseguidos, silenciados, encarcelados, exiliados y hasta asesinados, mientras los «opositores» oficiales gozan de un espacio mediático y político.

Esta estrategia es efectiva para desmoralizar a la sociedad civil. Cuando los ciudadanos ven que los líderes que se supone deben defender sus intereses no actúan con convicción, la esperanza de un cambio real se desvanece. La indiferencia se convierte en la norma y el cinismo político en la única respuesta racional.

La oposición controlada no es un simple capricho de los regímenes autoritarios; es un arma de doble filo que corroe la democracia desde dentro. Al manipular el concepto de disidencia, se destruye la credibilidad del sistema en su conjunto. La gente deja de creer en los partidos políticos, en los proceso electoral, en la separación de poderes y en el valor de la participación política. El resultado es una democracia sin espíritu, un cascarón vacío donde las formas se mantienen, pero la esencia de la libertad ha sido eliminado.

En lugar de celebrar la existencia de múltiples partidos, es importante aprender a distinguir entre una oposición genuina, aquella que defiende principios y busca un cambio real, y una oposición controlada, aquella que solo busca los aplauso sin poner en peligro el statu quo. Solo así podremos defender la democracia de los adictos al poder y los enemigos más silenciosos y peligrosos.

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