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DIOS SABE LO QUE HACE.

POR: TONO NERIO.

Dios sabe lo que hace es una expresión muy común en personas de todas las clases sociales de El Salvador. La escucha uno de boca de los estudiantes que estrujan sus manos en esos días de exámenes finales; en la orilla de la tumba donde van a enterrar al que murió en la flor de la vida; en la madre soltera que se entera que la hija embarazada ha sido abandonada por el novio. Incluso, madres de inocentes prisioneros recluidos por bukele en ergástulas de la muerte, a merced de hombres sádicos que los torturan, abusan sexualmente y matan sin piedad. Dios es el único que sabe por qué permite que sean así las cosas.

Pocas veces la expresión se dice con absoluta fe y convicción, con mucha firmeza en la voz; pero, en la mayoría de los casos, se desliza casi inaudible, trémula, llorosa, fatigada, abatida, con una profunda duda que se esconde para no desatar la iracundia, la de dios o la del opresor terrenal. En todo caso, esa frase es propia de gente que se siente derrotada y va resignada en pos de su destino, cualquiera que sea, porque sabe que su vida está siempre en manos ajenas.

Pero, realmente, ¿sabe dios lo que hace?

No me voy a detener ni por un instante para cuestionar la existencia o inexistencia de un ente todopoderoso, omnisapiente y omnipresente, ni en cuanto a si se trata únicamente de la manipulación de una vieja entelequia que es nada más ni nada menos que una conveniente invención, igual que la Siguanaba o el Cipitío. Ese es tema de los interesados, no mío.

Lo que sí puedo afirmar con absoluta certeza es que la idea de la existencia de un ser de esa naturaleza es real y universal y que es la más potente de las ideas políticas creadas por la humanidad.

Es tan fuerte como el duro metal de los grilletes y las cadenas de los tiempos del esclavismo; y tan insuperable como una cárcel en el centro de una isla perdida en el océano. El temor que suscita la idea de dios es al mismo tiempo fascinación que atrae de manera irresistible a los que viven atrapados en esa cárcel. Los cautivos de esa idea son como presos de un castillo que se asoman a la ventana para atisbar los colmillos de las bestias hambrientas que pululan y esperan a los que traten de sortear los fosos llenos de cocodrilos.

Por eso, cuando alguien dice “dios sabe lo que hace” o “yo todo lo dejo en las manos de dios” o “pongo mi vida en sus manos”, simple y llanamente está renunciando al reconocimiento de su dignidad como ser humano y a los derechos que son inherentes a dicha condición.

La obnubilación que produce la idea de dios en la conciencia de las personas establece barreras que impiden la adecuada percepción del mundo real y ciega toda posibilidad al conocimiento.

Cuando se combina esa creencia acerca de la existencia de una entidad que ha escrito en un misterioso libro de la vida cada acontecimiento que nos ocurre, con la doctrina de la obediencia debida a la autoridad terrenal (dar a dios lo que es de dios y al César lo que es del César), el candado se cierra y la llave se tira al mar. No queda nada que decir.

Si dios todo lo sabe y como padre de cada uno de nosotros solo desea nuestro bien y la más grande felicidad, entonces debemos agradecerle cada humillación, cada tortura, cada secuestro, desaparición y cada sepultura en cementerios clandestinos o toda violación sexual y muerte por hambre o deshidratación en las cárceles regidas por los sádicos que bukele ha seleccionado meticulosamente para ese fin (aparentemente) tan perverso. Está clarísimo que todo eso lo ha pensado cuidadosamente en su prodigiosa bondad e inmenso amor el dios padre todopoderoso. Porque no es maldad, es solo el destino que dios nos ha deparado y bukele el CEO que ha nombrado para el territorio nacional.

En El Salvador, las iglesias sionistas del estilo del Tabernáculo Bíblico Bautista “Amigos de Israel” –fundado por un militante de ultraderecha, ya fallecido, y dirigido por su hijo, otro sionista-, la Luz del Mundo –fundada por un pederasta preso en California y condenado por pederasta- y muchas otras similares, además de una importante fracción pro oligárquica de la Iglesia Catolica, son la base ideológica férrea que sostiene y empodera a la familia bukele. El sustento político-militar y económico real de ese poder terrenal se lo otorgan las mafias del crimen organizado internacional y sus administradoras, la CIA y la DEA.

Dicho poder ideológico es una reminiscencia de la ordalía que predominaba por sobre todas las cuestiones jurídico políticas en la Alta Edad Media de Europa, y que incluso predominó hasta la llegada de la Edad Moderna.

Cuando en El Salvador de la familia bukele se apela a dios, tanto para reconocer al tirano como enviado divino como para aceptar su palabra y sus mensajitos de texto en sustitución de la ley, toda la sociedad se retrotrae mil años, por lo menos.

Æthelstán, fue el rey que unificó los reinos anglosajones de las islas británicas, anexó Escocia y expulsó a los vikingos, y con todo ello fundó Inglaterra en el siglo X. Creó legislaciones, decretos y ordenanzas que formalizaron el derecho inglés y establecieron un sistema legal unificado y permitieron el avance de la administración pública; desarrolló leyes de orden social, para la protección de la familia y la promoción de la juventud, la educación, las garantías jurídicas para la propiedad privada, y la persecución del delito y el castigo del robo, la falsificación y la estafa. Puso atención a

la mitigación de la pobreza y a la reducción de las penas para jóvenes y niños delincuentes.

Una tradición jurídica cuestionada por Æthelstán fue precisamente la ordalía, la ley de dios.

Según la creencia dominante, por ejemplo, si a una mujer se le acusaba de adulterio la llevaban a la hoguera y si sobrevivía era prueba de que era inocente y se castigaba al que la acusó. Al perjuro se le hacían pruebas de inocencia obligándolo a tragar hierro fundido, si no le pasaba nada era probo, íntegro y honesto. Al que se acusaba de ser ladrón se le hacía meter las manos en el fuego o coger un hierro al rojo vivo; si no se quemaba era inocente de robo. La ordalía era, pues, lo máximo en materia de justicia, porque era la ley de dios.

Mil cien años de continuos avances en materia penal y de Derechos Humanos, la “moderna” sociedad salvadoreña retoma las ideas jurídicas medievales.

Leyes retrogradas y reyes caprichosos –caligulescos- que declaran que los policías y los soldados son los jueces de la calle, que están plenipotenciariamente autorizados para encarcelar a su antojo, es decir, amarrar y secuestrar a toda persona a quien ellos quieran llevarse, por razones personales -pecuniarias o sexuales, incluso- y, muy especialmente, a quienes les ordenen sus superiores en la jerarquía política, policial o militar, sacar de circulación para silenciarlos. O, simplemente, para seguir demostrando que tienen el poder sobre la vida y hacienda de cualquier persona y que nadie estará a salvo de la mafia, mientras un bukele usurpe el control gubernamental.

Allá, en un rincón cualquiera de la geografía nacional, sometido bajo la nube oscura y mórbida del terrorismo de Estado, el hombre y la mujer callan para evitarse sufrimiento y dolor inmerecido e innecesario… y musita “dios sabe lo que hace”.

“La religión es el suspiro de la criatura atormentada, el alma de un mundo desalmado, y también es el espíritu de situaciones carentes de espíritu. La religión es el opio del pueblo…”, escribió Marx en la Crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel, publicada en 1844.

El sustrato de temor y obediencia que dejan las creencias religiosas en el fondo de las almas, son como los restos de café en el fondo de una taza, e igual que estos engordan a las cucarachas y provocan morbilidad y muerte. Perdónenlo, porque dios no sabe lo que hace.

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