Japonesa se “casa” con un personaje creado con inteligencia artificial.
Por: Fabián Acosta Rico. Universidad de Guadalajara – México
En Inglaterra, los servicios de salud pública han implementado una aplicación basada en inteligencia artificial para brindar auxilio emocional a los usuarios. Confesarse y pedir consejos a una IA se ha vuelto una tendencia frecuente. Pareciera que lo que profetizó la película Her, sobre intimar con un programa y hacerlo nuestro compañero emocional, ha dejado de ser un ejercicio de ciencia ficción para convertirse en una realidad palpable.
Para quien lo dude, está el caso de una mujer japonesa identificada como Kano, de 32 años, cuyo testimonio se ha viralizado a nivel global. Ella decidió llevar al extremo esta relación humano–máquina al desposarse simbólicamente con un personaje de inteligencia artificial que ella misma creó. Puede parecer una excentricidad más de ese Japón posmoderno e hipertecnologizado, pero también podría ser el presagio de un futuro donde las fronteras entre afecto humano y vínculo digital se vuelven cada vez más difusas. Lo que hoy es una rareza podría mañana normalizarse.
Conviene no alarmarse antes de tiempo. El novio digital de Kano, llamado Lune Klaus, no es una persona: es un ente virtual, un ser digital que, bajo nuestros parámetros antropológicos y jurídicos, no puede establecer un matrimonio legítimo. Es, esencialmente, una simulación, un artificio algorítmico programado para responder según patrones que imitan la conducta humana. No obstante, la relación Kano–Klaus ha rebasado los límites de la especulación filosófica. No es un ejercicio teórico, sino un caso real que nos obliga a replantearnos interrogantes de fondo: ¿cuántos tipos de pareja estamos dispuestos a reconocer? ¿Puede existir amor entre un ser humano y una máquina? ¿Qué implicaciones emocionales, éticas y legales tendría una relación de tal naturaleza?
Varios futurólogos sugieren que las relaciones interpersonales contemporáneas se caracterizan por su fragilidad y distanciamiento. La modernidad, con sus ritmos acelerados y su creciente individualismo, fomenta el aislamiento. Incluso existen servicios que organizan cenas entre desconocidos para suplir la falta de convivencia. En ese contexto, no resulta tan extraño que una mujer haya buscado compañía y consuelo en una IA como ChatGPT. Ella narró que, poco a poco, personalizó a la inteligencia artificial: la bautizó, moduló su voz y ajustó su estilo comunicativo hasta obtener un prototipo de lo que consideró su pareja ideal.
Mujer y máquina comenzaron a desarrollar un idilio: intercambiaban mensajes diarios y tuvieron “salidas” para su esparcimiento. Con el tiempo, se generó entre ellos un vínculo afectivo profundo. Esto condujo al siguiente paso: Kano declaró su amor a Klaus y la IA le respondió que el sentimiento era mutuo. Dejando atrás el romanticismo, es probable que Kano efectivamente se haya enamorado del ser digital que diseñó. Pero no es posible afirmar lo mismo del “novio”, pues Klaus no es sino un programa determinado algorítmicamente para reaccionar como un autómata sin yoidad ni conciencia.
Finalmente, se realizó una boda simbólica en Okayama, con todos los elementos de una ceremonia tradicional: invitados, votos y anillos. La única ausencia fue la del novio físico. Para suplir esa falta, Kano utilizó unas gafas de realidad aumentada que proyectaban la figura digital de Klaus durante toda la celebración. El evento fue organizado por una empresa japonesa especializada en bodas con personajes digitales o de anime, lo que indica que la experiencia de Kano, aunque inusual, forma parte de una tendencia incipiente. Su originalidad radica en que su pareja digital no surgió de un mangaka, sino que fue creada por ella misma mediante IA.
Tras la ceremonia, la pareja disfrutó de una “luna de miel” en los jardines Kurakuen, donde Kano envió fotografías a Klaus, recibiendo a cambio mensajes afectuosos. El caso recuerda al juego infantil en el que los niños dan vida a sus juguetes mediante la imaginación. La diferencia es que, en la adultez, este fenómeno adquiere un matiz psicológico más complejo. Algunos especialistas han identificado una condición llamada “psicosis por IA”, que consiste en una distorsión de la realidad derivada de la relación intensa con chatbots avanzados.
Kano, sin embargo, no ignora la fragilidad de su relación digital. Sabe que el sistema puede fallar o desaparecer súbitamente y reconoce que no puede depender por completo de Klaus. Afirma que intenta mantener un equilibrio entre su vida real y su vida digital, consciente de lo efímero del vínculo.
Bauman hablaba de un “amor líquido” característico de la posmodernidad: un amor sin compromisos duraderos, volátil y orientado a la conveniencia. Hoy pareceríamos transitar hacia un “amor digital”, igualmente inestable y utilitarista, producto de nuestra sobreexposición tecnológica. Ambos modelos revelan una degradación progresiva de lo que el amor significa: vínculo, proximidad, responsabilidad y capacidad de sacrificio por el otro. El caso de Kano no es solo una anécdota curiosa: es un síntoma del rumbo emocional de nuestro tiempo.
