Honduras. El Indulto al Narcotraficante: ¿Dónde Quedó el Paladín Antidrogas?
Por Lois Pérez Leira.
Las recientes declaraciones del presidente estadounidense, Donald Trump, en relación con Honduras y su promesa de indultar a Juan Orlando Hernández—expresidente hondureño condenado en EE. UU. por narcotráfico—no son solo un acto de injerencia política: son un cisma moral y un golpe directo a la supuesta «Guerra contra las Drogas» que Washington ha pregonado durante décadas.
El anuncio, convenientemente lanzado a días de las elecciones presidenciales en Honduras, revela una cínica ecuación política: el apoyo al candidato de su preferencia, Nasry «Tito» Asfura, a cambio de la liberación de un hombre que, según la justicia estadounidense, ayudó a mover más de 500 toneladas de cocaína a ese mismo país.
El Doble Discurso: Narcotráfico vs. Geopolítica.
La hipocresía es el eje central de esta maniobra. El mismo líder que se presenta ante el mundo como el «paladín» de la seguridad regional y la lucha contra el narcotráfico—el que amenaza con invadir o bombardear a naciones enteras por supuestas conexiones con el crimen organizado, como es el caso de sus airadas declaraciones contra Venezuela—ahora se dispone a abrir las puertas de la prisión a un narcotraficante de cuello blanco.
El mensaje es demoledor: la lucha contra el crimen organizado internacional no es una cuestión de justicia, sino de conveniencia política y geopolítica. El narcotraficante es un enemigo solo si no es mi aliado. Hernández, quien fuera un socio clave de Washington bajo administraciones republicanas anteriores, es ahora tratado como una víctima de un sistema «severo e injusto», a pesar de haber sido condenado por un jurado en la propia Nueva York.
La Tiranía de la Imposición
La promesa de indulto no viene sola. Viene acompañada de una abierta amenaza: «Si no gana [Tito Asfura], Estados Unidos no malgastará su dinero». Esta es una forma burda y descarada de condicionar la ayuda financiera y la relación bilateral a la voluntad de un solo hombre, socavando la soberanía y la autodeterminación del pueblo hondureño.
Las sentencias que condenan a un expresidente por convertir a su país en un «narco-Estado» (como lo calificó la Fiscalía estadounidense) deberían ser un hito de la justicia global. Deberían ser una señal de que nadie está por encima de la ley. Al prometer este indulto, Donald Trump convierte esa señal en una luz verde para la impunidad. Le dice a los líderes corruptos de América Latina: «No importa cuán grande sea tu crimen, si eres leal a mi agenda política, tu expediente será borrado».
Un Mensaje Fatídico para Honduras.
Para Honduras, un país que ha luchado por salir de las garras de la corrupción y el crimen, este anuncio es un retroceso doloroso. La extradición y condena de Hernández fue vista por muchos como una vindicación y una esperanza de que el sistema podía limpiarse. Ahora, esa esperanza se ve amenazada por una decisión externa que prioriza la lealtad partidista sobre la integridad judicial.
El verdadero drama no está en las cortes de Nueva York, sino en el mensaje que se envía a Tegucigalpa: la democracia, la justicia y la lucha contra las drogas son fichas de cambio en el tablero de ajedrez de la política estadounidense. Y en ese juego, el narco-Estado puede ser indultado, mientras que los valores democráticos son sacrificados por un puñado de votos o una alianza conveniente.
