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La paradoja de la apariencia: gobiernos que exigen lo que no ofrecen.

Por: Mauricio Manzano. (Investigador y Consultor Educativo).

En las imposiciones políticas a menudo surgen temas que revelan profundas hipocresías. Uno de los más recientes es el memorando, girado por la ministra de educación, en el cual ordena y amenaza a directores de escuelas e institutos el cumplimiento de los estudiantes de educación pública una «buena presentación», uniformes impecables, cabello corto y una apariencia pulcra, mientras ellos mismos dan un ejemplo de todo lo contrario: diputados, ministros, asesores y directores con una presentación inadecuada, tatuados como vallas publicitarias, el mismo presidente hace alarde de su gorra con la visera hacia atrás.

Esta contradicción no es un simple detalle estético; es una paradoja moral que socava la autoridad de la propia credibilidad o institución que representan.

La lógica detrás de la exigencia de una buena presentación es que la disciplina externa conduce a la disciplina interna. Que el orden en la vestimenta prepara a los jóvenes para un futuro de respeto y seriedad. Pero esta premisa se desmorona cuando quienes la predican son un vivo ejemplo de falta de ética, de un comportamiento inapropiado y de corrupción. No es raro ver a ministros involucrados en escándalos, en discursos agresivos o en actos que distan mucho de lo que se considera una conducta ejemplar.

El problema no es la vestimenta en sí, sino el mensaje de la doble moral. Cuando un gobiernos que ha sido visto en imágenes o videos de comportamiento poco ético o que ha sido señalado por malos manejos y poca transparencia exige a los estudiantes que se vean como ciudadanos modelo, el mensaje que se envía es confuso y para los jóvenes cínico. Los jóvenes de hoy no son ingenuos, son expertos en detectar la falta de autenticidad.

Esta doble vara de medir les enseña que la apariencia es más importante que la verdad, que las normas son para los que están abajo en la jerarquía social, y que el poder se ejerce a través de la imposición arbitraria, no del ejemplo. La lección que se llevan no es sobre el respeto, sino sobre la hipocresia. El mensaje que les están enviando es que la verdadera decencia no importa tanto como la aparentarla.

El verdadero liderazgo no se basa en dar órdenes, sino en ser un modelo a seguir. Un gobierno o ministro que exige honestidad debe ser honesto, trasparente y rendir cuentas claras a la sociedad. Un líder que exige respeto debe ser respetuoso, y la primera falta de respeto es amenazar a los educadores mal pagados y a los estudiantes con una educacion sin infraesrructura adecuada, ni un modelo educativo claro. Un ministro que pide a los jóvenes que sean el futuro del país debe demostrar con sus acciones que él mismo es un ejemplo digno de seguir.

Si queremos que los jóvenes crean en el sistema, en las instituciones y en los valores cívicos, no podemos darles la espalda con nuestras propias acciones. La verdadera «buena presentación» no se mide por la raya de su pantalón o por el peinado, sino por la rectitud de su carácter y la integridad de su conducta. La sociedad no necesita ministros que solo sepan dar órdenes, sino líderes que inspiren con su ejemplo. De lo contrario, seguiremos produciendo generaciones que, al igual que sus líderes, aprenden a vestir un traje sin habitar la ética y la moral.

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