CulturaDestacadas

Libro: «SOBRE EL PODER».

POR: JOSÉ GUILLERMO MÁRTIR HIDALGO.

El filósofo, ensayista y teólogo surcoreano, Byung-Chul Han, publica el libro “Sobre El Poder”, en el dos mil cinco. La edición española aparece en el dos mil dieciséis. El libro “Sobre El Poder”, es una crítica a las nociones tradicionales del poder. El poder disciplinario, ejercido por la coerción y la prohibición, ha sido reemplazado por un poder seductor y sutil que opera a través de la libertad, la positividad y la auto explotación.

El poder disciplinario prohíbe y castiga, busca normalizar y hegemonizar a los individuos confinándolos en instituciones. Por ejemplo, el panóptico de Jeremy Bentham. El poder pastoral se basa en la guía y la manipulación a través del “pastor” espiritual, que conoce todas las “verdades” del individuo. Como es el marketing y la literatura de auto ayuda. En el poder neoliberal no ejerce coerción, el individuo se convierte en su propio supervisor y explotador, porque se siente libre y empoderado. Es una forma de dominación interna que presiona a ser productivo, optimizar el rendimiento y mostrar positividad. El poder neoliberal es efectivo, porque el individuo se está realizando a sí mismo, sin darse cuenta que está trabajando para el sistema. Por ende, la auto explotación nunca se detiene generando fatiga mental y agotamiento crónico. En el poder neoliberal, el individuo no tiene un enemigo visible contra quien rebelarse, porque el explotador y el explotado son la misma persona.

La noción habitual del poder es la coerción y el dominio sobre los otros. En esto se dan cita varios elementos: la fuerza, la opresión, la jerarquía, la destrucción y el estruendo. El poder exige obediencia, neutraliza la voluntad, se irradia desde arriba hacia abajo; opera negando, quitando, eliminando, inhibiendo, restringiendo, etc. y se deja notar de manera aparatosa. Lo que brinda poder al poderoso es la posibilidad de imponer sanciones negativas al otro. Pero cuando la amenaza deja de surtir efecto, se acaba el poder.

El poderoso tiene que ser libre, debe de tener margen de maniobra y capacidad de elección para tomar una decisión. Si no tiene capacidad de movimiento y está encajonado por las circunstancias, estará expuesto a la decisión, estará coaccionado por esa decisión. Si no es libre no tiene poder. El poderoso tiene que poder elegir o escoger entre varios cursos de acción. Si no puede decidir, estará siendo obligado por algo o por alguien y no tiene poder.

Lo decisivo en el poder como libertad estará en motivar a los otros individuos, estará en persuadirlos hasta conseguir que quieran por sí mismos, lo que quiere el poderoso. El poder trata de hacer que la voluntad del otro se amolde voluntariamente a su voluntad. El poder trata de configurar el futuro del que realizará la acción. Por eso, trabaja sobre los entornos de la acción. Actúa como catalizador, provoca y acelera una reacción, hasta hacer arrancar una acción. El que ejerce el poder es un titiritero que mueve los hilos, consigue transformar los improbable en algo imposible. La voluntad del Yo del poderoso puede actuar a través de los otros, mediante coerción o mediante la libre decisión del otro.

Mediante la coerción, el poder es frágil porque la intermediación es débil. Mediante la libre decisión del otro, el poder capacita al Yo del poderoso para continuar en el otro, para verse a sí mismo en el otro. El poder, como coerción o como libertad, se diferencian en el grado de intermediación del poderoso con los súbditos. El poder siempre está inscrito en un proceso de comunicación. Un Yo del poderoso trata de decirle algo a algún otro: haz esto, haz aquello por las malas (coerción) o por la buenas (libertad). Aunque el poder como violencia pura y ciega no es poder, porque no hay intermediación. La aparición de la violencia es el fracaso del poder. El poder se diferencia de la pura violencia por el sentido, es decir por la relación, comunicación e intermediación.

Han confirma la vertiente positiva del poder como creador y transformador de la realidad. El poder crea formas. Por sí mismo, no se basa en la represión ni en la violencia. El poder va tejiendo un nexo de costumbres, se va haciendo cotidiano, se automatiza hasta hacerse continuo y obvio. Efectivamente, el Yo del poderoso quiere imponer su decisión, su elección, su perspectiva sobre la voluntad del otro. El otro hace lo que el Yo del poderoso quiere. El Yo del poderoso entabla una tremenda sensación de libertad, cuando no encuentra trabas en la voluntad del otro. El otro se comporta como una materia pasiva y se limita a padecer la voluntad del Yo del poderoso. El otro percibe su falta de libertad y la distribución asimétrica de la libertad. Ante esta inestabilidad, el poder puede establecer una relación más sólida, cuando logra la capacidad de recobrarse a sí mismo en el otro.

La primera relación del poder con el otro es exteriorizada. El otro puede obedecer al Yo del poderoso, pero, no ha interiorizado en sí mismo el Yo del poderoso. Cuando ocurre la interiorización, es decir, cuando se ha asimilado lo distinto poco a poco hasta hacerlo idéntico, el otro obedece al Yo del poderoso porque ha asumido su elección, su decisión, su perspectiva en su propio yo. El poder, dirá Han, es un fenómeno de interioridad y subjetividad. Lo decisivo en la cuestión del poder es, el grado de intermediación entre el Yo del poderoso y el otro. A mayor conexión, relación y comunicación con el otro, mayor será el poder.

El soberano teológico es poseedor de un poder absoluto que prevalece “sobre toda norma jurídica positiva”. El soberano teológico niega la intermediación con sus súbditos al suspender la normativa jurídica. El soberano absoluto va configurando un círculo de poder conformado por ministros, secretarios, consejeros y expertos. El soberano no puede alcanzar a todo el mundo, la solución operativa es que el soberano alcanza a su círculo de poder y estos son los que alcanzan a los súbditos. El aparato de poder aísla al soberano de la realidad, elimina la intermediación y termina sustrayéndole todo el poder.

El soberano formal procura que la normativa jurídica tenga vigencia. El soberano formal tiene un poder relativo. Tiene que establecer un aparato organizado de poder, por lo que la intermediación vuelve a disminuir. En las sociedades moderna, el poder está sometido a una dispersión, división y multiplicación de centros desde donde irradiarse.

El poder necesita de un espacio donde habitar y moverse que lo afirme y legitime. Si el Yo del poderoso estuviera encerrado en sí mismo, podría conquistar la voluntad del otro solo por la violencia. El Yo del poderoso violenta al otro porque no tiene poder sobre él. La violencia es un síntoma de impotencia, no de poder. Cuando el Yo del poderoso se continua a sí mismo en el otro, es cuando aparece el poder. La continuidad de unos y otros procura el poder al poderoso. La fractura genera violencia.

En una revolución también puede intervenir la violencia, esta violencia no surte efecto mientras se quede en violencia, mientras no se apoye en un poder. Sin poder, sin el consentimiento del otro, está condenada a fracasar.

Según Hannah Arendt el poder tiene dos momentos. El primer momento surge por la capacidad del Hombre para la acción, nace para conectarse con otros y actuar de acuerdo a estos. Es la dimensión colectiva del poder, donde los Hombres actúan conjuntamente. El segundo momento es que esa actuación conjunta no genera poder alguno, si la comunidad no se acompaña de un nivel de organización, una planificación táctica y un fin determinado. La política real esta simulada de transigencias, cesiones, concesiones, negociaciones, etc. Aceptan las ideas y los actos de los otros, incluso, cuando están en contra de la propia perspectiva.

La ubicación es ocupar un lugar, un espacio, una tierra, etc., es un acontecimiento del poder. A lo largo de la historia, el poder ha necesitado ocupar un territorio, formando los Estados Nacionales. En la actualidad globalizada, el poder ya no ocupa territorios, pero, eso no significa que no necesiten ubicación. Asistimos a una reubicación en los nuevos espacios digitales, en las luchas por las cuotas de mercado, etc.

El poder tiende a la centralización, a succionar y arrastrarlo todo hacía su espacio propio. El poder es centrado en sí mismo por defecto propio. El poder se auto justifica y se centra en sí mismo. El poder aparece en presencia de libertad. La libertad es la condición de posibilidad del poder. Libertad es la capacidad del Hombre de elegir, decidir, asintiendo o negándose. Con pura violencia, el otro es una cosa pasiva, no tiene capacidad de elección.

El poder encierra en sí mismo la posibilidad de resistencia. El otro puede elegir entre obedecer o decidir no hacerlo. El poder que no tiene resistencia alguna es aquel que, se las arregla para convencer a todos los otros que acojan la perspectiva del Yo del poderoso. Ejercer el poder es imponerse uno mismo a todos los otros, es continuarse a sí mismo en el otro. El poder arrastra a todos hacía sí mismo. Intenta someter a su propia voluntad todo lo que hay en la vida y apropiarse de todo ello.

La justicia es prescindir de sí mismo, es poner en suspenso la propia convicción, la propia decisión, la propia perspectiva, es un abstenerse de sí mismo. Se opone al poder, ya que el poder será siempre colocarse uno mismo por delante y, antes que nada.

En consecuencia, Han desecha la concepción del poder como violencia. Los elementos fundamentales del poder son la libertad y la intermediación. Solo así el poder del Yo del poderoso es estable, bien establecido y seguro de sí mismo. No teme al otro, ni su acción, si su decisión, ni su resistencia, porque ha construido los cauces necesarios y las conexiones indispensables, para que todo transcurra como estaba decidido.

Si te gustó, compártelo

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Social media & sharing icons powered by UltimatelySocial