
Jóvenes occidentales, principalmente de la generación Z, regresan o se están convirtiendo al catolicismo.
Por: Fabian Acosta Rico. *
Desde el siglo XIX, figuras como Friedrich Nietzsche anunciaban el fin de la era religiosa en Occidente. Su célebre declaración sobre la “muerte de Dios” simbolizaba el avance de una modernidad cada vez más secularizada, racionalista y escéptica frente a los antiguos dogmas. A esta tendencia se sumó Karl Marx, quien tachó a la religión de ser el opio del pueblo, un instrumento que adormecía la conciencia de los oprimidos y que debía ser superado para lograr su emancipación. Sigmund Freud, por su parte, desacralizó la religión desde el ámbito de la psicología, interpretándola como una neurosis colectiva, una proyección de la figura paterna autoritaria y amenazante, especialmente visible en el cristianismo.
Pese a estas críticas filosóficas, políticas y científicas, la religión no desapareció. Aunque disminuida en número de creyentes y debilitada en fervor, la fe cristiana —y en especial la católica— resistió los embates de la modernidad. El relativismo posmoderno, que negó la existencia de verdades universales, abrió la puerta a todo tipo de espiritualidades. Se creía en todo y en nada a la vez. Abundaban las prácticas sincréticas, las búsquedas espirituales personales, los cultos de autoayuda, y la religiosidad pasó a ser una experiencia individual, utilitaria y emocional.
Sin embargo, en los últimos años, particularmente después de la pandemia, ha comenzado a gestarse un fenómeno inesperado: un resurgimiento del cristianismo tradicional, en especial del catolicismo, entre jóvenes occidentales de la generación Z, es decir, aquellos nacidos entre mediados de los años noventa y principios de los años 2010. Jóvenes que crecieron en entornos altamente digitalizados, con una formación secular, están retornando a una fe que muchos daban por superada. La pregunta es inevitable: ¿qué está motivando este regreso?
Podríamos hablar del efecto péndulo. Tras décadas de secularización, desencanto espiritual y confusión existencial, los jóvenes comienzan a valorar la certeza, la estructura y el sentido trascendente que ofrece una religión como la católica. Frente a la vacuidad de la modernidad líquida y la promesa incumplida del bienestar emocional como sustituto de lo sagrado, estos jóvenes buscan una experiencia religiosa más sólida, profunda y duradera.
Ejemplos de este fenómeno se multiplican. En Francia, país históricamente católico; pero, también cuna del liberalismo y de una fuerte secularización, se reportó en 2024 un incremento del 32 % en bautizos de adultos respecto al año anterior. Sorprendentemente, más de un tercio de los nuevos bautizados tenía entre 18 y 25 años.
En el Reino Unido, donde el anglicanismo fue dominante durante siglos, los datos revelan una inversión generacional: en 2024, el 41 % de los jóvenes entre 18 y 34 años se identifica como católico, mientras que solo el 20 % se reconoce como anglicano. En 2018, la proporción era inversa: 30 % anglicanos y 22 % católicos.
Estados Unidos, nación con predominio protestante, también refleja esta tendencia. Según el Registro Católico Nacional, muchas diócesis han reportado entre 2023 y 2024 un aumento de entre el 30 y el 70 % en conversiones de jóvenes adultos al catolicismo.
¿A qué se debe este atractivo del catolicismo? Algunos jóvenes provienen de denominaciones evangélicas, pero encuentran en el catolicismo una liturgia más solemne, un sentido de lo sagrado más palpable, una estética rica en símbolos, y una tradición doctrinal firme. Muchos también han sido influenciados por creadores de contenido católico en plataformas como YouTube o TikTok, donde sacerdotes, religiosos y laicos ofrecen catequesis, testimonios y respuestas a inquietudes espirituales contemporáneas.
Otros, en cambio, hastiados de servicios religiosos que parecen espectáculos musicales, buscan el recogimiento y la trascendencia de los ritos tradicionales. En este sentido, es significativo que una parte de estos jóvenes se sienta atraída por la misa en latín, las devociones clásicas, la vida sacramental frecuente y el dogma bien definido.
Sus testimonios son elocuentes: “Queríamos encontrarnos con lo sagrado, y ese sentido de lo trascendente lo encontramos en los rituales, los sacramentos, los íconos y los templos del catolicismo”. Muchos de ellos rechazan la superficialidad emocional de ciertas prácticas religiosas actuales y optan por una experiencia espiritual más sólida y exigente.
Otro dato revelador: por primera vez en años, los varones jóvenes superan en asistencia religiosa a las mujeres en Estados Unidos. Tradicionalmente, la participación femenina era mayoritaria en las iglesias; ahora, los hombres de la generación Z parecen liderar este nuevo impulso religioso.
A todo esto, se suman eventos emblemáticos, como el Jubileo de los Jóvenes, celebrado en julio de 2025 en Roma. En la misa de clausura, presidida por el Papa León XIV, más de un millón de jóvenes de 146 países se congregaron en Tor Vergata.
Si los jóvenes representan el porvenir, entonces la Iglesia católica parece tener una nueva oportunidad. No obstante, conviene no olvidar que esta generación es hija de la modernidad líquida. Sus lealtades son frágiles, sus convicciones volátiles. Hoy abrazan el catolicismo, mañana podrían abandonarlo por otra oferta espiritual. El reto para la Iglesia será acompañarlos, evangelizarlos en profundidad y ofrecerles sentido, verdad y comunidad. No basta con atraerlos: hay que cuidarlos, escucharlos y formarlos. Porque así como se ganan, también se pueden perder.
*Universidad de Guadalajara – México