¿CÓMO TERMINAN LOS DICTADORES EN EL SALVADOR?
Por: Walter Raudales.
El intento de perpetuarse en el poder ha estado en el ADN de unos cuantos gobernantes de El Salvador. Y dado que en la actualidad ha vuelto a surgir la intención de perpetuidad, es importante recordar un par de pinceladas de la historia de quienes, en el pasado, lo intentaron y de cómo terminaron.
Caudillos y el poder absoluto en El Salvador.
Históricamente, la ambición de poder absoluto en El Salvador se ha manifestado a través de presidentes que han buscado perpetuarse en el poder de forma indefinida, rompiendo las normas constitucionales y las tradiciones de alternancia.
Datos históricos de El Salvador, identifican al menos cinco casos notables en los 203 años de república salvadoreña, donde los presidentes decidieron quedarse en la silla presidencial más allá del período establecido por la Constitución que juraron cumplir.
Esta práctica se considera una violación de la alternancia en la presidencia, un principio fundamental establecido para evitar el regreso a una figura de «rey» vitalicio y asegurar la igualdad ciudadana tras la independencia de la monarquía española. (Y quitarse el recuerdo del yugo español).
Las manifestaciones históricas de esta ambición de poder absoluto incluyen:
Gerardo Barrios (Siglo XIX):
Su suegro, Joaquín Eufracio Guzmán, reformó la Constitución para ampliar el período presidencial a 6 años y permitir la reelección inmediata, posibilitando que un presidente estuviera 12 años en el poder. Aunque Guzmán no usó la reforma para sí mismo, su yerno, Gerardo Barrios, se benefició de ella.
Barrios centralizó el poder, ocultó información y fue señalado por actos de corrupción. Se presentaba como el único capaz de resolver los problemas del país.
Llegó a ordenar el cierre de la Asamblea Legislativa, concentrando todos los poderes legislativos en sus manos, y decidió nombrar alcaldes en lugar de realizar elecciones.
Su concentración de poder generó una gran revuelta popular que culminó en su derrocamiento con la intervención del presidente de Guatemala, y fue fusilado por sus enemigos políticos tras intentar una insurrección armada.
Francisco Dueñas (Siglo XIX):
Asumió el poder derrocando a Gerardo Barrios bajo el pretexto de evitar que éste se perpetuara en el cargo. Sin embargo, una vez en el poder, Dueñas anunció su intención de quedarse los 12 años permitidos por la Constitución reformada por Guzmán.
También fue derrocado por un golpe de estado y tuvo que huir de El Salvador, sin poder regresar al país hasta su muerte, siendo enterrado en un cementerio diferente al de Barrios.
Alfonso Quiñones Molina (Siglo XX):
Fue un presidente popular que utilizó la radio (YS-AQM) las siglas de su nombre, como una gran herramienta de propaganda.
Intentó romper la tradición de un solo período presidencial, pero el embajador de Estados Unidos intervino. A través de Ren Kilauer (representante de la United Fruit Company en El Salvador y dueña del ferrocarril) y George Gabit (representante para Centroamérica), se le advirtió que EE. UU. no reconocería su gobierno si violaba la Constitución al reelegirse. Entonces desistió de su candidatura, nombrando a su cuñado Pío Romero Bosquez, creyendo que sería su títere.
Romero Bosquez lo traicionó y le pidió que abandonara el país, obligándolo a huir en medio de protestas y acusaciones de corrupción relacionadas con el uso del presupuesto nacional para allegados y familiares.
Maximiliano Hernández Martínez (Siglo XX):
Asumió la presidencia tras un golpe de estado contra Arturo Araujo, quien había durado solo 6 meses.
Estados Unidos no reconoció su gobierno durante tres años debido a un acuerdo centroamericano que prohibía el reconocimiento de gobiernos surgidos de golpes de estado. El reconocimiento llegó cuando Martínez argumentó haber derrotado la primera insurrección comunista en 1932, cambiando su postura de antiimperialista a anticomunista para obtener el apoyo estadounidense.
Rompió su promesa de que por única vez se reelegiría y solo cumplir el período de Araujo, presentándose como candidato único y ganando las elecciones, con su partido obteniendo la totalidad de diputados.
Como la Constitución de 1886 prohibía su reelección inmediata, convocó una constituyente para eliminar las elecciones y se hizo designar presidente sin votación popular, y más tarde extendió el período presidencial a seis años.
Fue depuesto el 8 de mayo de 1944, después de 13 años en el poder, tras un alzamiento militar y una huelga de brazos caídos.
Salvador Castaneda Castro (Siglo XX):
Fue electo en 1946 en lo que se describe como un fraude, al eliminar la candidatura del Dr. Arturo Romero, el líder de la huelga contra Martínez. Castaneda ganó como candidato único.
En 1948, al anunciar su intención de reelegirse (siguiendo el patrón de Martínez), la juventud militar intervino, le dio un golpe de estado, lo encarceló y luego lo exilió a Guatemala.
En general, la historia de El Salvador demuestra que estos presidentes que intentaron «amarrarse al poder de por vida» terminaron mal, enfrentando derrocamientos, exilio o fusilamiento.
La ambición de poder ilimitado en estos gobiernos también llevó a la corrupción descarada y a la polarización de la sociedad, generando un profundo resentimiento que culminó en demandas de venganza en lugar de justicia cuando estos líderes caían en desgracia.
El rol de la comunidad internacional, especialmente Estados Unidos, siempre jugó un papel importante, retirando o dando su apoyo según sus intereses y el cumplimiento de las normas democráticas de entonces.
Todos estos personajes que han querido ser “dictadores” han estado marcados por contextos y realidades que al principio les parecen favorables y luego se les vuelven adversan. En conclusión. Ninguno ha salido en la historia bien librado.
Hay un apodo despectivo con el cual son reconocidos nuestros países centroamericanos: “Repúblicas Bananeras”. De tal forma que en la actualidad en El Salvador podemos hablar del: «presidente cool bananero»
El término «república bananera», acuñado por los Estados Unidos, e historiadores de la época, describía la forma de gobierno antiética y descarada de ciertos presidentes, principalmente en Centroamérica y el Caribe. Históricamente, este concepto surgió en el contexto de la influencia de la United Standard Fruit Company, que operaba plantaciones de banano en la región. Los líderes de estas «repúblicas» se caracterizaban por sus «mil patrañas» para perpetuarse en el poder, incluso llegando a eliminar a sus cercanos.
