
Níger y el Sahel profundo. Un nuevo frente en África.
Por: Joaquín Andrade Irisity.
Desde el golpe de Estado de 2023, Níger ha pasado de ser una pieza subordinada en el tablero
africano de las potencias occidentales a convertirse en un símbolo de ruptura, soberanía y
desafío.
La frase del general Abdourahamme Tiani -” el enemigo no es el terrorismo, es Francia”-
(The Point Africa). Condensó en pocas palabras décadas de frustración, dominación y
dependencia. Pero este no es un fenómeno aislado: junto con Burkina Faso y Mali, Níger está
reconfigurando la geopolítica del Sahel y, en consecuencia, también la del continente
africano.
Un nuevo frente antioccidental asoma, con alianzas que giran hacia Moscú, Teherán y Pekín,
mientras que la influencia de París y Washington retrocede, derrotada.
Níger fue, durante años, uno de los bastiones de la “lucha antiterrorista” en África. Francia y
Estados Unidos instalaron bases, entrenaron tropas y vendieron tecnología con el argumento
de combatir a los grupos yihadistas. Sin embargo, el resultado fue creciente inestabilidad
interna, desplazamientos masivos de población y una dependencia casi total de la ayuda
militar extranjera: Níger es uno de los mayores productores de uranio del mundo, recurso
clave para el sistema energético francés.
La ruptura llegó tras el golpe militar que destituyó al presidente Mohamed Bazoum. Francia
no solo condenó el acto, sino que también exigió la restitución del poder civil, en un gesto
que enmascaraba su propia desesperación por no perder presencia en su excolonia.
La respuesta del nuevo gobierno fue categórica: expulsión del embajador francés, fin de la
cooperación militar y ruptura de acuerdos bilaterales.
Las tropas francesas se retiraron del país entre abucheos y consignas antiimperialistas. Lo que
en París se presentó como un retroceso táctico, para muchos en Niamey fue celebrado como
una victoria histórica.
Por otro lado, la retirada de ese país dejó un vació que rápidamente fue ocupado por otros
actores. Rusia, a través del Ministerio de Defensa y no bajo el paraguas del Grupo Wagner,
ha enviado instructores militares, equipamiento y asesores estratégicos.
Irán ha reforzado sus lazos diplomáticos y comerciales, ofreciendo cooperación energética y
tecnológica. China, sin tanto estruendo, avanza con acuerdos de infraestructura, obras
públicas y control logístico.
El gobierno busca así diversificar sus alianzas y recuperar control sobre sus recursos, al
tiempo que fortalece un discurso de soberanía que resuena con fuerza en toda África
Occidental
Esta ola de realineamiento no solo se limita a lo militar o diplomático. Es también cultural,
simbólico y profundamente político. El recuerdo de líderes como Thomas Sankara o Patrice
Lumumba aparece reivindicado por una nueva generación que cuestiona no solo el
colonialismo clásico, sino también sus formas renovadas: como el extractivismo y las deudas
impagables.
Níger, en este contexto, se vuelve un nodo clave del nuevo antioccidentalismo africano. No
es casual que, tras los golpes en Malí, Burkina Faso y Níger, se hayan formado en una alianza
militar –la Alianza de Estados del Sahel (AES)- para defenderse de posibles intervenciones
extranjeras o incluso de la CEDEAO, el bloque regional presionado por Francia y Estados
Unidos. Esta alianza expresa no solo un pacto defensivo, sino también un proyecto político:
el intento de construir un polo autónomo en el continente, por fuera del tutelaje europeo
Habrá que ver cómo evoluciona este proceso. No es perfecto ni está libre de contradicciones,
pero marca un quiebre con siglos de subordinación. El Sahel se convierte así en un
laboratorio geopolítico del mundo multipolar que emerge: una región rica en recursos,
politizada y en disputa, donde las potencias no solo compiten por influencia, sino también por
legitimidad. Parece ser que, en ese ajedrez global, Níger ya no quiere ser una pieza más, sino
jugar su propia partida