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DILEMAS DEL PERIODISMO HONESTO.

Por: Miguel A. Saavedra.
Dilemas del Periodismo Honesto: Entre el Silencio Cómplice y la Valentía Ética
«Si el periodismo deja de ser incómodo, se convierte en publicidad. Y si no molesta a nadie, probablemente no está diciendo nada.»
Por esos lares sombríos donde la verdad camina descalza y el periodismo serio es una especie en vías de extinción, aparece el dilema más corrosivo de todos: callar por conveniencia o hablar con consecuencias. Bienvenidos al mundo donde la libertad de expresión existe, siempre y cuando no se use.
Vivimos tiempos sombríos para el periodismo serio. En una región donde la libertad de expresión es celebrada con cinismo “Aquí puedes decir lo que quieras… pero atente a las consecuencias”, la autocensura se ha convertido en un escudo, y el silencio, en estrategia de supervivencia.
Frente a esta realidad, voces como la de Yolanda Ruiz, periodista mexicana y consultora en ética periodística, iluminan con lucidez un terreno cada vez más contaminado por la conveniencia, el miedo y el control. Su enfoque desde el «periodismo de soluciones*, que no rehúye los grises, sino que los analiza con rigor y responsabilidad, invita a repensar no solo qué contamos, sino cómo y para qué lo hacemos.
¿Narrar o Callar? Ese es el Dilema
En países donde se premia el “no meterse en líos”, muchos medios y comunicadores optan por la tibieza: abordan los temas delicados “por encimita”, como si hablar a medias fuera suficiente para cumplir su rol social. Pero cuando el silencio se convierte en una decisión editorial, cuando lo que no se dice termina favoreciendo al poder de turno, ese silencio se vuelve cómplice.
1. Hablar claro en tiempos de susurros
En la era del «no digas eso porque te puede ir mal», el periodismo que busca soluciones y no solo titulares sensacionalistas se convierte en un acto de resistencia. La periodista mexicana Yolanda Ruiz, con su mirada afilada y su experiencia como consultora en ética periodística, ha puesto sobre la mesa sin mantel y sin filtros una verdad incómoda: hoy no se censura con balas, sino con promesas. La autocensura es el chaleco de fuerza más efectivo.
En este contexto, el mayor pecado ya no es mentir, es no incomodar. Se prefiere la paz de los sepulcros mediáticos al estruendo de una verdad incómoda. Y así, los grandes medios se convierten en templos del eufemismo.
2. El falso dilema: seguridad o verdad
La antítesis es brutal: el periodismo debería ser una brújula moral, pero muchas veces se convierte en un mapa turístico del poder. Se nos repite, con voz melosa y sonrisa prefabricada: “Aquí hay libertad de expresión… pero atente a las consecuencias”. Es decir, puedes decir lo que quieras, siempre que no importe.
En este juego de máscaras, la ética se convierte en el último refugio del periodista honesto. Decir la verdad o al menos intentar contrastar versiones, buscar matices, dar voz a los múltiples lados de una historia se vuelve un acto de rebeldía.
3. Contra el periodismo de binarios: conmigo o enemigo
El periodista serio no debe buscar certezas sino preguntas, contradicciones, conflictos. Pero vivimos en una época donde toda complejidad se simplifica hasta el ridículo: buenos contra malos, rojos contra azules, patria o enemigo. El pensamiento crítico se arrincona en la esquina de lo políticamente incómodo.
Frente a esto, el periodismo ético debe recuperar su vocación de servicio público, no de propaganda. Y eso implica permitir que las múltiples verdades se escuchen, incluso y sobre todo cuando son incómodas. Porque un periodismo que incomoda informa; uno que adula, deforma.
4. La obligación ética de contrastar y contar lo que otros callan
Informar no es repetir. El periodismo que importa no solo cuenta lo que pasa, sino cómo y por qué pasa. La obligación de contrastar versiones no es un formalismo: es la esencia del oficio. Si alguien acusado no quiere hablar, hay que decirlo. Pero hay que buscarlo primero.
No es lo mismo el silencio por descuido que el silencio informado. En ambos casos hay consecuencias, pero en lo primero falta agudeza investigativa, pero el segundo, sí, hay responsabilidad.
5. El espejismo del periodismo “positivo”
Muchos poderes políticos, corporativos, incluso religiosos prefieren un periodismo optimista, que celebre los logros, que no agite las aguas. Pero la verdad rara vez es cómoda o alentadora. El periodismo serio no es ni positivo ni negativo, simplemente debe es ser veraz. Y en su verdad cabe lo feo, lo injusto, lo desgarrador, pero también lo noble, lo resiliente y lo esperanzador.
La cronista roja no es el demonio. El reportaje humano tampoco es un oasis moral. Lo esencial no es el tono, sino el rigor.
6. Premios, convocatorias y el precio de la independencia
Sí, los premios importan. Dan visibilidad, recursos, legitimidad. Pero también pueden ser espejismos si se aceptan sin reflexión. ¿Quién los otorga? ¿Qué tipo de periodismo promueven? ¿Qué intereses se esconden detrás?
Aceptar un premio no debería hipotecar la independencia. Si lo hace, más vale la coherencia silenciosa que el aplauso con condiciones.
7. ¿Y la audiencia? Esa gran olvidada
Los periodistas trabajan para la audiencia, no para sus jefes ni para sus sponsors. Pero cuando se prioriza la línea editorial sobre la veracidad, el público es traicionado. El periodista debe ser incómodo como una piedra en el zapato del poder, pero también claro como un cristal ante sus lectores.
La confianza es el único capital que queda. Y se gana solo con verdad, diversidad y profundidad.
8.Cuando se impone la verdad oficial, darle voz a los demás se hace no solo necesario… se hace urgente
Hay momentos históricos y este es uno de ellos en los que la verdad oficial se disfraza de consenso. Se instala como única versión válida, como dogma incuestionable, y cualquier intento de disidencia se percibe como traición. En ese escenario, la pluralidad se vuelve subversiva y lógicamente incómoda.
Porque cuando el poder habla con voz monocorde, los matices desaparecen. Y si algo nos enseña la historia es que todo régimen autoritario empieza silenciando versiones alternativas bajo el pretexto de la estabilidad y el orden.
Darle voz a los demás a los que dudan, a los que denuncian, a los que viven una realidad que no entra en el boletín oficial no es un gesto de cortesía es una obligación democrática. El periodista ético no es un repetidor de comunicados, sino un buscador de ecos, un amplificador de lo que se quiere ocultar.
9. ¿Quién decide qué es verdad? ¿El Estado? ¿Los algoritmos? ¿Los medios masivos cooptados por intereses empresariales o políticos? En esta encrucijada, el periodismo de fondo tiene la misión urgente de reventar el cerco de lo unívoco, abrir grietas en el relato dominante para que otras verdades menos pulidas, más incómodas, pero auténticas puedan respirar.
Porque si el discurso oficial es un espejo deformante, lo mínimo que puede hacer un periodista es acercar otros reflejos, aunque sean borrosos o fragmentarios. Esa es, quizás, la única forma de justicia que nos queda, y es mostrar que la realidad no cabe en un solo relato.
La obligación ética de contrastar y contar lo que otros callan
Informar no es repetir. El periodismo que importa no solo cuenta lo que pasa, sino cómo y por qué pasa. La obligación de contrastar versiones no es un formalismo como la esencia del oficio. Si alguien acusado o interpelado sea este público o privado no quiere hablar, hay que decirlo. Pero hay que buscarlo primero y aclararlo en la nota.
No es lo mismo el silencio por descuido que el silencio informado. En ambos casos hay consecuencias, pero en lo primero falta agudeza investigativa, pero el segundo, sí, hay responsabilidad.
Cerrar los ojos no es Neutralidad, es renuncia
La verdadera neutralidad no es eludir los conflictos, sino enfrentarlos con honestidad intelectual, haciendo lo posible por que todas las voces tengan su espacio sin caer en relativismos flojos. Mostrar la realidad con matices no es debilidad, es compromiso con la audiencia.
En un continente donde proliferan los “líderes fuertes” que no toleran la crítica y ven en la prensa libre a su enemigo más peligroso, el periodismo tiene dos caminos: alinearse o resistir. Y resistir, aunque cueste, es el único camino digno.
10. ¿Qué nos queda cuando la verdad oficial es negativa y la información, un botín reservado?
Cuando la verdad oficial se torna un monólogo sombrío una narrativa que repite tragedias maquilladas y fracasos presentados como avances, el periodismo entra en su fase más esencial: resistir narrando, insistir preguntando.
En estos tiempos de decretos de reserva que esconden más que protegen, de silencios disfrazados de prudencia y de coacción a veces encubierta, otra brutal y sin disfraces contra periodistas y medios, surge una pregunta tan cruda como inevitable: ¿qué nos queda?
Nos queda, justamente, la ética como trinchera. La posibilidad de hacer periodismo desde las grietas, desde los márgenes, desde los resquicios que el poder no logra clausurar del todo. Nos queda la convicción de que contar lo que pasa, con rigor y sin adornos, sigue siendo un acto de defensa pública.
Nos queda también la memoria como arma. Porque cuando todo se quiere olvidar, tergiversar o archivar bajo siete llaves, el periodista se convierte en guardián de lo que no se debe perder. El archivo vivo de lo que otros quisieran borrar.
Nos queda la red, ese tejido invisible entre profesionales, medios independientes, audiencias críticas y plataformas emergentes. Cuando se cierran las puertas grandes, se abren ventanas pequeñas desde donde sopla todavía un poco de aire fresco. No es suficiente, pero es algo ya que muchas veces, es lo único que impide el colapso total.
Nos queda la palabra. La que incomoda, la que revela, la que persiste.
Porque si hasta la esperanza está en reserva, contar lo que pasa, aunque duela, aunque asuste es la única forma de no renunciar a ella por completo.
Epílogo: el deber de incomodar con elegancia
En un continente donde los dictadores se visten de demócratas y los medios bailan al ritmo del poder, ejercer el periodismo ético y serio es como hacer equilibrios en la cuerda floja con los ojos vendados. Pero sigue siendo posible.
No para agradar. No para sobrevivir. Sino para servir.
«Porque si el periodismo deja de ser incómodo, se convierte en publicidad.
Y si no molesta a nadie, probablemente no está diciendo nada.»
Un Periodismo Valiente, Consciente y Ético
El periodismo serio debe volver a su raíz y servir al bien común desde la verdad, aunque esa verdad moleste. No se trata de tener siempre la razón, sino de ejercer con responsabilidad el arte de contar lo que pasa, sin atajos, sin máscaras, sin miedo.
En tiempos donde el silencio es premiado y la complicidad disfrazada de prudencia, pero por hoy, elegir la ética es un acto de rebeldía.
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