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VIEJAS PÓCIMAS DICTATORIALES El retorno del caudillo: del sable al smartphone.

Por: Enrique Fernández

Viejas pócimas dictatoriales en Copa Tecno: El experimento salvadoreño y su eco regional

En biología, una especie que no se manifiesta por tres décadas se considera extinta. En El Salvador, tras los Acuerdos de Paz de 1992, se creyó haber sepultado el autoritarismo que marcó a sangre y fuego el siglo XX. Las promesas de democracia, derechos humanos e institucionalidad parecían un dique contra el retorno de las tinieblas. Pero los casetes de los noventa se rayaron, y la música de la reconciliación suena hoy como un eco lejano, opacado por el ruido de un nuevo caudillo.

El retorno del caudillo: del sable al smartphone.

Con la llegada al poder de un líder de verborrea confusa y cantinflezca, barba estilizada y cuenta de Twitter permanente y de otras miles pagadas que lo replican (retuitean), El Salvador ha experimentado un viraje tan abrupto que haría envidiar a cualquier dron de vigilancia. Las formas autoritarias, que parecían cosa de abuelos y manuales de historia, han regresado disfrazadas de modernidad.

El Salvador dio un volantazo hacia un autoritarismo que no galopa en caballo, sino que vuela en drones y se amplifica en redes sociales. Este mesías algorítmico, como lo define la antropóloga Rita Segato en sus estudios sobre populismos contemporáneos (La Nación y sus Otros, 2023), no solo promete soluciones, sino que reescribe el pasado como un error colectivo y el presente como su monopolio.

Las reformas legales, en el sector judicial ,en asuntos electorales y políticas parecían sentar las bases para una convivencia democrática, un dique contra la reincidencia autoritaria. Sin embargo, la llegada al poder de Nayib Bukele, un líder de origen árabe con un carisma disruptivo, ha reabierto ese portal, ahora con un giro tecnológico que maquilla viejas prácticas bajo un lustre moderno. Lo que parecía extinto no lo estaba: las pócimas dictatoriales han vuelto, servidas en una copa tecnológica con algoritmos, tuits y una narrativa que seduce y somete a la vez.

En su libro El Mito del Caudillo (2020), Lomnitz describe cómo el caudillismo latinoamericano se reinventa mediante la construcción de un líder mesiánico que promete resolver todos los males, despreciando el pasado institucional como corrupto e ineficaz. En El Salvador, Bukele encarna esta figura: el «Estado soy yo» del siglo XXI, donde el líder se presenta como la solución única a problemas complejos, desde la inseguridad hasta la pobreza.

Este modelo se sustenta en lo que el sociólogo argentino Juan Carlos Torre denomina «populismo de resultados», una narrativa que prioriza el pragmatismo aparente sobre las instituciones democráticas. La promesa de Bukele seguridad a cambio de libertades apela a una falacia de bienestar: para lograr progreso económico y social, los ciudadanos deben renunciar a derechos fundamentales.

Esta narrativa, respaldada por un aparato mediático que desprecia la ideología en favor de la emocionalidad, utiliza técnicas de neuromarketing político.

Es un Luis XV con emojis: «El Estado soy yo, pero con datos manipulados y leyes a la carta.»

Bukele no inventó el caudillismo, pero lo perfeccionó con un arsenal tecnológico. Su maquinaria mediática, respaldada por miles de cuentas coordinadas en X, convierte cada tuit en un decreto emocional. Como señala el politólogo español Pablo Simón (La Democracia Vigilada, 2022), este modelo de «gobernanza emotiva» sustituye la razón por el miedo y la esperanza prefabricada. La verdad no importa; solo importa que lo parezca. Y en este juego, la ley ya no es un marco, sino una servilleta de restaurante elegante donde el poder firma lo que quiere ,perpetuando su poder con leyes a medida de los intereses de concentración del poder total . Y la verdad… bueno, la verdad se convierte en una materia prima que se tuerce, como si fuera masa para hacer un reel más convincente.

En este contexto, la consigna de «donde las ideas muerden» cobra vida literal: porque si no mordemos el poder con pensamiento crítico, el poder nos masticará con su propaganda pagada con los impuestos del ciudadano.

La falacia del bienestar a cambio de derechos

El nuevo contrato social es tan crudo como brillante: «Renuncia a tus derechos y te daremos orden.» Seguridad a cambio de sumisión. Progreso a cambio de silencio. Los derechos humanos, antaño conquistas de sangre, son ahora reliquias incómodas, acusadas de ser herramientas de «enemigos del pueblo.» Según el sociólogo Boaventura de Sousa Santos (La Cruel Pedagogía del Virus, 2021), este autoritarismo pragmático seduce porque ofrece resultados visibles calles seguras, proyectos vistosos mientras desmantela los cimientos de la democracia.

Según analistas en estudios sociopolíticos contemporáneos, esto se enmarca en un modelo de **autoritarismo pragmático**, donde el fin justifica cualquier medio… siempre que el fin se vea bonito en una infografía y en un renders de cadena nacional. Los derechos humanos, en este contexto, son tratados como reliquias incómodas del siglo pasado. Se los acusa de ser herramientas de los enemigos del pueblo, cuando en realidad son su último escudo.

La narrativa hegemónica impone una visión de mundo en la que toda crítica es traición, toda oposición es enemiga del desarrollo, y todo cuestionamiento es sospechoso. “No pienses. Obedece. Mira lo bien que vamos.” Y así, se inaugura un nuevo tipo de ciudadanía: **el súbdito entusiasta** que apoya y se calla con tal que lo dejen respirar cada día.

El mensaje oficial estigmatiza la disidencia: criticar es traicionar, cuestionar es sabotear. Así nace el súbdito entusiasta, un ciudadano que no solo acepta su despojo, sino que lo celebra. Como en una distopía orwelliana, la población internaliza que la vigilancia masiva, las detenciones arbitrarias y la censura son «el precio del progreso.» Y mientras tanto, los recursos naturales desde la amenaza de minería en Chalatenango y Cabañas hasta los bosques talados para megaproyectos se entregan a élites cercanas al régimen, bajo la promesa de un bienestar que nunca llega.

PAS: La Receta del Control Emocional

El corazón de este experimento es el método PAS (Problema-Agitar-Solución), es una técnica utilizada en el marketing  y usada como táctica de neuromarketing político diseccionada por el filósofo Byung-Chul Han (Psicopolítica, 2014). Primero, se fabrica o exagera un problema: inseguridad, corrupción, caos , el politico opositor. Luego, se agita emocionalmente a la población hasta convertir el miedo en pánico u odio colectivo, señalando enemigos difusos sean estos , delincuentes reales, opositores, periodistas. Finalmente, el caudillo emerge como salvador, envuelto en una épica digital que no admite matices.

Un ejemplo reciente: el colapso vial en Los Chorros, reflejo de una planificación deficiente. En lugar de asumir responsabilidades, el régimen activó el PAS. Problema: caos vehicular y obras fallidas. Agitación: los transportistas son señalados como saboteadores, una «mafia» que obstaculiza el progreso. Solución: mano dura, detenciones masivas y, como guinda populista, ordena pasaje gratis a nivel nacional por una semana.

El método PAS en acción: problema, agitación, salvador… y negocio oculto

El modelo comunicativo que sostiene esta arquitectura de poder no es nuevo, aunque lo maquillen con gráficos en 3D y música épica de fondo. Se trata del método PAS, una receta tan antigua como eficaz en tiempos de crisis (o de encuestas que no favorecen). Su mecánica es simple, pero brutalmente funcional:

Primero, se construye o exagera un problema real, y con él, se fabrica un enemigo funcional. Luego, se agita emocionalmente a la población para que el miedo, la rabia o la frustración sustituyan al pensamiento. Finalmente, se presenta una solución “salvadora”, personalizada en el caudillo omnipresente, que aparece no para gobernar, sino para “rescatar”.

Te damos un ejemplo reciente: tras el colapso vial en Los Chorros y el evidente fracaso en la ejecución de las obras, el gobierno no asumió responsabilidad alguna. En su lugar, activó el guion PAS en tiempo récord.

Problema: caos vehicular monumental, incompetencia en la planificación, retrasos y colapso de la infraestructura.

Agitación: se difunde que los culpables son los transportistas —sí, esos mismos que deben maniobrar entre huecos y montañas derrumbadas. Se les acusa de sabotaje, de desorden, de ser una mafia.

Solución “salvadora”: encarcelamientos de empresarios de transporte que causó la muerte de uno de ellos, mano dura, y como guinda del pastel populista, pasaje gratis en todo el país.

El truco es brillante en su cinismo pues mientras que miles de ciudadanos aplauden la medida sin saber siquiera dónde están Los Chorros (probablemente, más de la mitad nunca ha pasado por ahí), pero sienten que “el gobierno está actuando”, que “al fin alguien pone orden”.

¿Y el telón de fondo? Lo que se esconde, convenientemente, es la inminente privatización con un artificio legal publico-privado del sistema de transporte, que será entregado a operadores cercanos al régimen esa misma élite que suele viajar en helicóptero pero decide cómo debe moverse el pueblo de a pie.Y así, el ciudadano acaba aplaudiendo leyes que lo empobrecen, defendiendo discursos que lo desinforman y atacando a quienes, ingenuamente, intentan recordarle sus derechos. Una ironía digna de tragedia griega… o de telenovela post-apocalíptica.

El resultado: la ciudadanía aplaude sin preguntarse por qué, mientras se oculta la verdadera jugada la privatización del transporte público en favor de aliados del poder. Este teatro de legitimación por desplazamiento del enemigo, como lo describe Segato, convierte el despojo en espectáculo.

El Laboratorio Salvadoreño: Una franquicia regional

El Salvador no es un caso aislado, sino el prototipo de un Vivero Biotech Político que exporta su modelo a América Latina. Argentina, Ecuador, Perú y hasta la democrática Costa Rica observan con interés esta franquicia de Neodictadura Digital. En República Dominicana, Luis Abinader ha replicado medidas de control social inspiradas en Bukele, mientras que en Costa Rica, el discurso populista empieza a tentar a una sociedad hastiada.

Es parte de un experimento regional de los partidos de ultraderecha global cuyo mentor master es e presidente norteamericano Donald Trump . Y representa , el primer prototipo funcional de una franquicia regional de neodictaduras digitales. Un vivero de biotech político. Un Silicon Valley del populismo . Las “soluciones salvadoreñas” están siendo observadas con atención por gobiernos  e incluso por democracias consolidadas como Costa Rica, que ya sienten el cosquilleo del experimento.

Los algoritmos no conocen fronteras. Tampoco los manuales de propaganda emocional. Y si algo ha demostrado este nuevo modelo de dominación es que puede disfrazarse de innovación mientras recicla las peores formas del poder.

Como advierte el geopolitólogo Parag Khanna (Mover, 2021), estamos ante una ola global de «tecnocracias autoritarias» que combinan eficiencia aparente con vigilancia total.

Este modelo no solo recicla las peores prácticas del poder, sino que las disfraza de innovación. Como dijo Umberto Eco, «el fascismo moderno no grita, susurra.» Y lo hace con la sutileza de un algoritmo que sabe qué quieres ver antes de que lo sepas tú.

El aplauso al verdugo: Síndrome de Estocolmo digital

Lo más trágico de este experimento es su capacidad para convertir a las víctimas en cómplices. Sectores empobrecidos, afectados por políticas regresivas, defienden con fervor al régimen que los oprime. Este síndrome de Estocolmo digital, analizado por el psicólogo social Erich Fromm (El Miedo a la Libertad, 1941), surge en contextos de vulnerabilidad: ante la promesa de orden, la gente prefiere una mentira cálida y piadosa a una verdad incómoda y realista.

Así, el ciudadano ataca a los defensores de derechos humanos, acusándolos de «traidores» repitiendo lo que el gobernante y sus altos funcionarios repiten, mientras aplaude leyes que lo despojan de libertad y derechos. Es una tragedia griega con Wi-Fi.

El maquiavelismo digital y la paradoja del lobo: Cómo El Salvador abraza a su verdugo

El régimen de Nayib Bukele en El Salvador ha perfeccionado un maquiavelismo 2.0 que no solo concentra poder, sino que logra una hazaña perversa: convertir a las víctimas de sus políticas en defensoras de su verdugo. Este fenómeno, que el filósofo Thomas Hobbes describió como el hombre es lobo del hombre, se manifiesta en una sociedad fracturada donde sectores vulnerables, golpeados por la precariedad y la represión, alaban al líder que los somete mientras atacan a quienes defienden sus derechos.

Y explica por qué las víctimas suelen defender a su opresor o renunciar a la libertad parece un precio justo ante la promesa de seguridad.¿Cómo se logra esta paradoja? A través de un control social sofisticado que combina tecnología, neuromarketing y narrativas polarizantes.

El lobo del hombre: La sociedad se vuelve contra sí misma

El maquiavelismo de Bukele no solo reprime, sino que divide. Al estigmatizar a defensores de derechos humanos como «traidores» o «defensores de pandilleros», el régimen incita a la sociedad a volverse contra sí misma. Organizaciones como Amnistía Internacional (2024) han documentado cómo ciudadanos, manipulados por narrativas oficiales, atacan a activistas que denuncian violaciones de derechos, acusándolos de obstaculizar el «progreso». Este fenómeno, que el filósofo Byung-Chul Han describe como la «sociedad del cansancio» (La Sociedad de la Transparencia, 2012), refleja una población agotada por la crisis y seducida por la simplicidad de un líder que promete resolverlo todo.

El resultado es una sociedad donde el lobo no es solo el régimen, sino los propios ciudadanos que, fanatizados por la propaganda por la propaganda oficial, se convierten en detractores de quienes luchan por sus derechos. Esta fractura social, según el politólogo Steven Levitsky (Cómo Mueren las Democracias, 2018), es la clave del éxito de los regímenes autoritarios modernos: no necesitan ejércitos para controlar, solo narrativas que enfrenten a la gente entre sí.

La Alquimia del Control Social

El aparato mediático de Bukele, respaldado por lo que el sociólogo Manuel Castells llama «poder de la comunicación» (Comunicación y Poder, 2009), utiliza redes sociales y campañas digitales para moldear percepciones. La estrategia es simple pero efectiva: se bombardea a la población con mensajes que glorifican al caudillo como un salvador mientras demonizan a los defensores de derechos humanos, tildándolos de conspiradores o enemigos del progreso. Este enfoque, estudiado por la antropóloga Ainhoa Montoya (Revista de Estudios Latinoamericanos, 2024), crea una «hipoxia mediática» que nubla el juicio crítico y convierte verdades fabricadas en dogmas.

La antropología política lo llama **identificación con el agresor**. Es un fenómeno psicosocial donde, en contextos de inseguridad o vulnerabilidad, los pueblos prefieren someterse al que los controla, si este les promete orden y pertenencia ,como aquí en nuestro pais al estilo de los colonos en las fincas y haciendas  desde los tiempos de la independencia hasta los tiempos de conciliación a finales de los 80s. En términos crudos ,prefieren una mentira cálida y piadosa que una verdad dolorosa.

Esta maniobra tiene nombre en antropología política: teatro de legitimación por desplazamiento del enemigo. Se traslada la culpa, se distrae con espectáculo y se normaliza lo impensable. Y lo más grave: se entrena al pueblo para aplaudir su propio despojo.

Este formato, según estudios del politólogo español Pablo Simón y la antropóloga argentina Rita Segato, responde a una lógica de “gobernanza emotiva”: no se gobierna con leyes, sino con emociones. No se persuade con razones, sino con miedos y esperanzas prefabricadas. En esta lógica, la verdad no importa. Solo importa que *lo parezca*.

¿Cómo se rompe el hechizo cuando la víctima abraza a su verdugo?

La respuesta está en recuperar la reflexión crítica y la solidaridad social, antes de que el maquiavelismo digital termine de convertirnos en lobos unos de otros.

La genialidad maquiavélica de este sistema radica en su capacidad para hacer que los vulnerables defiendan al lobo que los devora. Pero, como enseña la historia, los espejismos se desvanecen. Los golpes de realidad desigualdad creciente, represión desmedida, promesas incumplidas están empezando a despertar a sectores de la población. La pregunta es si El Salvador, atrapado en esta danza macabra, dirá «basta» antes de que el lobo devore lo que queda de su alma colectiva.

El Despertar inevitable

La historia, esa maestra paciente y vengativa, nunca cierra sus ciclos sin un giro final. La hipoxia mediática, las promesas incumplidas y los golpes de realidad desigualdad, represión, precariedad están erosionando el hechizo. La ciudadanía comienza a preguntarse si el orden vale su dignidad. Como enseña Hannah Arendt (Los Orígenes del Totalitarismo, 1951), el autoritarismo prospera mientras la sociedad renuncia a pensar. Pero ningún algoritmo puede sofocar para siempre el deseo de libertad.

Porque, como reza el lema, donde las ideas muerden, el poder tiembla. Y tarde o temprano, el pueblo dirá: Basta.

El Salvador está en una encrucijada: seguir bebiendo la pócima tecno-dictatorial o decir «basta» y reclamar las bases democráticas que, aunque frágiles, costaron décadas de lucha. Como advierte Hannah Arendt en Los Orígenes del Totalitarismo (1951), el autoritarismo prospera cuando la sociedad renuncia a su capacidad de reflexión crítica. La pregunta es: ¿cuánto tiempo más aceptará El Salvador este prestidigitador que, con hilos digitales, expropia no solo los recursos, sino el alma misma de su sociedad.

Como en todas las experiencias autoritarias del pasado, el hechizo no dura para siempre. La hipoxia mediática, el exceso de promesas incumplidas y el despertar de las preguntas incómodas terminan, tarde o temprano, por erosionar el relato.

Y entonces ocurre lo temido: el pueblo comienza a pensar. A recordar. A preguntarse si todo esto no fue, en realidad, un espectáculo de ilusionismo político que, mientras vendía orden, mientras expropiaba dignidad.

Quizás estemos justo en ese punto de inflexión. Quizás no. Pero una cosa es segura: ningún algoritmo puede suprimir para siempre el deseo humano de libertad. Aunque lo intente.

Este análisis se basa en una lectura crítica de la coyuntura salvadoreña, respaldada por estudios de expertos en antropología, politología y geopolítica. Invito a los lectores a reflexionar: ¿es el progreso a costa de la libertad un precio justo, o estamos ante un espejismo que, tarde o temprano, se desvanecerá?

Una amplia reflexión inspirada en estudios, es un llamado a la reflexión crítica , para intentar comprender lo que tenemos  y como llegamos allí. ¿Es el precio de la sumisión un futuro digno, o solo un espejismo digital que nos roba el alma? Que cada lector decida dónde se apunta.

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