Cultura

Poemas de Alberto Férrera

Por: Alberto Férrera.

Predicas del espíritu desvariante

Soy el relámpago cojeando,

recorriendo a paso de larva entumecido;

el rebelde agasajado, sonriente poco amigo,

el que de tanto en tanto, y en la mala hierba,

estira las correas que aún conserva

sin motivo.

Y poco admito mi firmeza indócil,

que de bien en bien, también es señoril;

por veces juego a bebé de manto agazapado, riñendo con desdén en la raíz:

Me ha consagrado por prolijo,

vicio sutil de insensato adolescente;

es que lo quiero todo a mi tiempo,

y al tiempo entre el sol y el viento,

no le busco nada inerte.

Vivo con suela de caucho,

pisando al ortodoxo conforme en silencio

y, a veces, sin prudencia;

viajo de hipócrita indecente

venerando las costuras de la paz,

pero alabando a la violencia.

Esta es la verdadera antítesis

del sabio y del necio,

el que gateando va a desnivel

de gradas sin firmeza.

Soy el escéptico del escéptico,

de la madera resquebrajada en el somier;

pasajero que de cuando en cuando,

verborreando va palabras de dolencia.

En el gollete del bovino

 

En los presagios de la ira,

de la idoneidad y la convulsión

de las sienes explosionando con el calor

del fuego al alba,

la que va derrochando de vena

a vena la pasión encarnada:

Allí heme acoplado al ojo del hombre hueco,

corriendo a fuerza de bestia y sus mugidos.

[Leve suspiro renqueando;

disminuye entre la inercia

de los silbidos]

Y en la arena carmesí, arruinada

por el vibrato de las espadas,

se ha dado inicio a la sentencia:

[El cielo se tiñe de gama roja]

El incitador seduce con agilidad,

y en un mismo acontecer,

el iris del sansón,

a granuja de porras y fervor,

con la sangre fría se moja.

Pues soy la búsqueda de la libertad,

regañada a astilla de garrote

en la maleza del cuero aguado;

me deslizo sin ropaje

por el lecho del puto inculturizado,

el que se espabila a punta de coñazo,

cebando la furia del toro salvaje.

Agnus Et Lupus

 

Cordero de Dios:

Bendice la carne infecunda

Disgregándose con el fruto

De la arpía alargada.

Dios bendiga al cordero,

Bendice el setro que

Resbala a ciega conveniencia

Y matando al cielo eterno.

En tierra sacrílega se estremecen,

Untándose de sangre las manos

Y palpándose con la mierda de los cerdos.

En la hendidura de un bocado

Han devorado a los lobos,

Regateando sus mandíbulas estrechas

Con el miedo del culto amado.

De pronto, los farsantes explotan

A fachada de vísceras y desperdicios vanos;

Flotan y se transforman, arrebolándose

En la ciudad de los escombros,

Esos muros devastados por la ciénaga

Del cordero convertido en lobo.