
La aporofobia en la política de Nayib. La aporofobia en la visión educativa: disciplina militar y olvido de lo social. (Parte dos).
Por: Mauricio Manzano.
El presidente inconstitucional de Bukele ha enmarcado, según su publicidad, su proyecto educativo en dos pilares: la inversión en infraestructura, dos escuelas por dia, y la imposición de «orden y disciplina» en las aulas. Mientras el primer pilar es celebrado como un avance necesario, pero de dudoso cumplimiento, el segundo revela una profunda aporofobia pedagógica, un rechazo a la complejidad social de la pobreza y la marginación que históricamente han alimentado el fenómeno delincuencial.
La aporofobia en la educación bukelista no es únicamente la dudosa inversión, sino la elección de una metodología que castiga el síntoma, la indisciplina y la violencia; sin atender la enfermedad, la exclusión social y la desigualdad.
La militarización de la educación pública como solución es la manifestación más clara de esta aporofobia. Con la llegada de figuras de origen militar a la dirección del Ministerio de Educación y la promoción de la disciplina castrense en las escuelas, el gobierno traslada el modelo de su política de seguridad, criminalización y estigmatización de los pobres, al aula.
La exigencia de «orden, disciplina y valores» a través de controles estrictos de vestimenta, cortes de cabello y modales, si bien puede generar un ambiente escolar de respeto, tiene un efecto colateral, imponer la obediencia ciega como el valor supremo, reemplazando la formación de la ciudadanía crítica, imponiendo la uniformidad como normalidad. Este modelo, basado en el adiestramiento y no en la pedagogía civil formativa homogeneiza a los estudiantes. Se asume que la única manera de «salvar» a un joven de los barrios pobres y estigmatizados es a través de la disciplina del cuartel, negando el valor de la diversidad y la necesidad de una formación que fomente el pensamiento crítico y la autonomía.
Además, se percibe un estigma reforzado, pues al introducir la lógica militar en las escuelas, se refuerza la idea de que los jóvenes de las comunidades marginadas son intrínsecamente «peligrosos» o «indisciplinados» y que solo la fuerza coercitiva del Estado, y no la pedagogía formativa y critica puede reformarlos. Se ve al pobre no como un alumno con potencial intelectual, sino como un potencial criminal que debe ser reprimido.
Asimismo, se percibe un veto a la educación crítica y social.
La visión educativa de Bukele, además de militarizar, ha adoptado una postura de purga ideológica que ataca directamente los contenidos diseñados para abordar la complejidad social.
Sin duda hay una especie de prohibición y retroceso. La eliminación de la perspectiva de género y la prohibición del lenguaje inclusivo en las escuelas públicas no son actos pedagógicos, sino políticos, estas prohibiciones suprimen temas que abordan la desigualdad, la diversidad y la violencia de género, problemas que afectan a la población pobre y marginada.
Al desechar la educación con enfoque de género, inclusivo y social, el gobierno niega a los estudiantes las herramientas conceptuales para entender las estructuras de la exclusión social (como la pobreza, el machismo y la homofobia) que históricamente han sido el caldo de cultivo de las maras. La aporofobia aquí es una negación ideológica de las raíces sociales de la violencia.
Por otra parte, la inversión es inverosímil, y no es una novedad sino una deuda pendiente
Aunque el gobierno promociona la inversión en infraestructura (programa dos escuelas por día o tres) y tecnología (entrega de tabletas y computadoras), que ya lo hacia el gobierno del FMLN, la aporofobia se manifiesta en lo que la inversión no resuelve, porque la infraestructura se opone a la Inclusión.
De nada sirve una escuela nueva si el modelo educativo sigue siendo excluyente. La inversión en ladrillo y cemento oculta la falta de un plan de desarrollo que abordar el abandono escolar, se habla de más de 100 mil jóvenes que abandonaron la escuela el 2024, no sabemos el dato, pues el gobierno todo lo tiene en reserva y los pocos datos que revela son dudosos. Además, el rezago académico en las comunidades más pobres sigue enfrentando barreras como la desnutrición, la migración o la necesidad de trabaja.
Otro tema excluido es la formación docente, la base de una educación de calidad son sus docentes bien formados y con mística de trabajo. Sin embargo, la visión que se percibe no prioriza el fortalecimiento de las habilidades de los docentes en psicopedagogía, didáctica, evaluaciones etc., que les permita trabajar y comprender los problemas de aprendizaje de los estudiantes, o la desigualdad, optando en cambio por la simplicidad del mando y la obediencia.
En fin, la visión educativa que se percibe en el gobierno inconstitucional de Bukele es un espejo de su visión política general, a saber, un enfoque de mano dura que privilegia la percepción de orden sobre la realidad de la justicia social. Al tratar a los jóvenes de las zonas empobrecidas como sujetos de disciplina marcial en lugar de agentes de cambio social, y a rehusarse a debatir las estructuras de la desigualdad en las aulas, Bukele corre el riesgo de convertir la escuela pública en un simple centro de adiestramiento que perpetúa, en lugar de sanar, la aporofobia que ha plagado a El Salvador. La educación debería ser la herramienta más poderosa contra la pobreza; en este modelo, corre el riesgo de convertirse en un engranaje más de control social.