
15 de septiembre de 1960 día de festejos y represión.
Por: Dr. Víctor Manuel Valle Monterrosa.
Cualquier interpretación que se tenga del 15 de septiembre de 1821, como hecho histórico, lo positivo es que cada conmemoración de esa fecha es ocasión para que todos los salvadoreños “saludemos la patria orgullosos de hijos suyos podernos llamar.”
Para construir ese orgullo patrio sobre bases de consenso general y, por qué no, de unanimidad, se debe ilustrar a todos sobre las retrancas estructurales que han obstaculizado esa posibilidad y nos llevaron, incluso, a la guerra civil del último cuarto del siglo XX. Sobre eso es necesario “educar al soberano”, es decir a todos, para participar de manera deliberada y consciente en el manejo de la cosa pública.
Es pertinente, entonces, pensar sobre un rasgo inherente a los esquemas de poder que, aunque transitorios, han rezumado sufrimientos y carencias a las mayorías: la dualidad que muestran para celebrar con unos y martirizar a otros.
En lenguaje común y de legos se dice que una situación es esquizofrénica cuando ella presenta dos caras antagónicas o dispares. Quizá por eso una persona con ese trastorno es capaz de mostrar euforia y depresión de manera alterna. Podría decirse que los regímenes dictatoriales que ha padecido El Salvador en los últimos 100 años han padecido esquizofrenia histórica, pues han hecho convivir festejos y fanfarria con dolor y represión.
En 1922, los de la llamada dinastía Meléndez-Quiñonez, celebraron con pompas, carnavales y carrozas la Navidad y al mismo tiempo perpetraron una matanza de mujeres que se manifestaban en favor de un candidato opositor. Por eso el 25 de diciembre de 1922 es conocido como el día de la Navidad Sangrienta.
Igual pasó en 1975 cuando el gobierno militar de Arturo Armando Molina montó un concurso de Miss Universo, empresa que comercializa la belleza femenina y tuvo como dueño por 20 años, a Donald Trump, quien dejó esa empresa en el 2015 para lanzarse a la primera campaña presidencial que ganó el 2016. Molina, en paralelo a la fanfarria del concurso, rodeado de la habitual propaganda de “país de la eterna sonrisa”, perpetró la famosa masacre estudiantil del 30 de julio, cuando muchos jóvenes fueron asesinados o detenidos y algunos desaparecidos para siempre.
En esa dualidad cruel de nuestros regímenes políticos, el 15 de septiembre de 1960, hace 65 años, también se dio un desfile patriótico concluido con ceremonia en la Plaza Libertad con presencia de embajadores, ministros, periodistas, estudiantes de secundaria y los necesarios aduladores de todo régimen que hacen parte de los rituales del poder político.
También ese día, hubo un desfile universitario de luto, por los muertos, encarcelados, desparecidos y exiliados que el gobierno del teniente coronel Lemus había producido en el corto período de un mes, desde el 16 de agosto cuando encarceló y exilió universitarios y sindicalistas, el 19 de agosto cuando reprimió una manifestación universitaria pacífica y el 2 de septiembre cuando organizó una noche de sangre y muerte en el centro de San Salvador. En el marco de su dualidad, ese gobierno que conmemoraba la Independencia con fiestas y alegrías, no tuvo empachó en disolver la manifestación de luto, a balazos.
Quedaron en la historia las fotografías del cadáver del joven Rodolfo Rivas Guardado, en un charco de su propia sangre, asesinado por las balas de los policías que, en un alarde de irrespeto a la vida humana, posaron rodeando al cadáver con sus armas aun en mano después de haber cumplido las órdenes de sus jefes.
Es posible que un historiador haya rescatado una publicación ocasional de Adrián Roberto Aldana, fotoperiodista que dio a conocer, después del derrocamiento de Lemus en octubre de 1960, un trabajo titulado “Lo que no se pudo decir”, con fotografías alusivas a la represión de Lemus y que no fueron difundidas en su oportunidad por temor, censura, complacencia o complicidad de los grandes propietarios de los medios.
Tal parece que los detentadores del poder en El Salvador, que perpetraron los citados hechos violentos, han ejercitado, lo que alguna vez leí en un escrito especializado: narcisismo, maquiavelismo y sadismo. La combinación de dichos atributos hace que puedan celebrar con vistosidad y exhibicionismo un evento, reprimir con crueldad una disidencia y difundir la falacia de que todo es miel sobre hojuelas en el país de la sonrisa.
La “Navidad sangrienta” de los Meléndez Quiñonez en 1922, la celebración patria con muertos y balazos en 1960, y la masacre de estudiantes universitarios al margen de la fanfarria de un concurso de belleza femenina en 1975, son algunos ejemplos de lo que ha padecido este sufrido país, este pueblo que, como escribió el poeta Oswaldo Escobar Velado, ha demostrado ser muy fuerte, a pesar de sus dolores y carencias de siempre, “porque otro pueblo ya se habría muerto”.
Que el día de la independencia patria sirva para reflexionar sobre estos asuntos históricos y para que el pueblo aumente su conciencia sobre las retrancas estructurales que no permiten tener un país desarrollado donde se viva en libertad y con dignidad.