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Posdemocracia. El fin de un orden mundial.

Por: Manuel Alcántara Sáez.

El orden mundial establecido al finalizar la segunda guerra mundial vislumbraba el ideal de alcanzar la democracia como forma de gobierno sobre la base de tres ideas fundamentales: elección popular de las autoridades mediante comicios libres, competitivos, iguales y secretos; división de poderes; y expansión de los derechos humanos en el marco del estado de derecho. Todo ello se llevaba a cabo en un escenario de reconocimiento creciente del pluralismo.

Este panorama se afianzó en el marco de la “tercera ola” teorizada por Samuel Huntington donde se dieron las transiciones a la democracia desde gobiernos autoritarios de diverso signo en las dos décadas que siguieron a las iniciadas en el sur de Europa y culminadas en el este. El fracaso del comunismo, del militarismo desarrollista y de diferentes modelos de regímenes sultanistas fue evidente. La mayoría de los países latinoamericanos se vieron insertos en ese movimiento. Solo se mantuvieron casos desviados como fue el de Cuba, pero para la generalidad se caminó aparentemente en la senda de la denominada consolidación democrática.

El éxito de esa transformación a finales del siglo pasado se tradujo en un impulso novedoso en el seno de la ciencia política en una agenda denominada de la calidad de la democracia consistente en la medición de su comportamiento de acuerdo con aproximaciones teóricas iniciadas y desarrolladas, entre otros, por Guillermo O’Donnell y Leonardo Morlino. El resultado fue la realización de importantes avances en el análisis de la democracia evaluando sus componentes. Freedom House, The Economist Intelligence Unit, la Fundación Bertelsmann, IDEA Internacional y el Proyecto V-DEM fueron los más preclaros agentes para canalizar dichos estudios.

El momento de inflexión global que supuso la pandemia agudizó los síntomas de fatiga que venían padeciendo buen número de los países situados en un nivel u otro del marco democrático. La desconfianza en las instituciones, la minusvaloración de la democracia y la crisis de la representación política evidenciada en partidos fragmentados, volátiles y con una identidad menguada y desdibujada eran patentes. Ello, además, se articulaba con la centralidad de líderes sin experiencia y lanzados al ruedo político por consultores expertos en comunicación. A todo esto, en la mayoría de los países latinoamericanos se añadían dos elementos que incrementaban el descrédito de la política por los resultados deficientes a la hora de confrontar la galopante inseguridad ciudadana y el no menor incremento de la corrupción.

Este escenario se completaba con una sociedad transformada por la revolución digital exponencial. El creciente individualismo; la articulación de las distintas identidades en las recién surgidas redes sociales trastocando las formas de interacción social previas; los nuevos mecanismos de información y de comunicación que llegaban a la gente de forma personalizada, inmediata y viral; el imperio de la posverdad con la presencia de formas de manipulación de la realidad; en fin, la consolidación de una sociedad del cansancio, según Byung Chul Han, profundizadora del estado de sociedad líquida, como teorizó Zygmunt Bauman, a la que había avocado la sociedad de consumo.

En la actualidad pareciera que la democracia dejó de ser el motor del desarrollo político que fue durante el último medio siglo. Hoy pudiera afirmarse que la perspectiva es distinta. Nada permite avizorar que el indudable consenso establecido se esté manteniendo. Las señales así lo evidencian.

Además, el mundo se encuentra liderado por conglomerados tecnológicos empresariales en crecimiento constante y de una envergadura financiera desconocida. Actúan en conjunción con la alienación de los seres humanos que desarrollan formas de acción colectiva nuevas incompatibles con la manera en que evolucionó durante décadas la democracia hoy desarticulada y que abre las puertas a un escenario insólito de posdemocracia que es incierto y donde la polarización afectiva resulta un instrumento eficaz.

Dentro de la ambigüedad del término y en medio del desmantelamiento del multilateralismo como vía hacia un orden mundial mínimamente operativo caben vislumbrarse tres fenómenos recurrentes a los que ahora se suma la disrupción gestada por la inteligencia artificial (IA).

El primero de ellos se refiere al riesgo de la capacidad autodestructiva que siempre fue considerada como inherente a la democracia. Hay actores internos cuyo comportamiento es desleal -o incluso semi leal como denunciaba Juan Linz-. Vladimir Putin fue al inicio presidente gracias al voto popular, pero en su actuación inmediata erosionó constantemente el credo democrático aplastando a la oposición y tomando todos los resortes del poder como un su día hicieron el chavismo, Daniel Ortega o Nayib Bukele con resultados devastadores para sus países.

El segundo se relaciona con la peligrosa vía alumbrada por Donald Trump y la docena de epígonos que tiene en Europa y en América Latina. Su comportamiento cercena los derechos humanos mediante el bloqueo no solo de las políticas de inclusión, diversidad e igualdad sino de la creación de chivos expiatorios sobre los que volcar la ira de una ciudadanía seducida por múltiples formas de manipulación de la realidad. La soflama nacionalista, así como el ataque a los medios de comunicación independientes, a la intelectualidad y a los grupos opositores terminan con cualquier escenario de consideración y de respeto al pluralismo.

En tercer lugar, el éxito del autoritarismo chino es un acicate a la hora de animar el mantenimiento de formas no democráticas en otros países. China exhibe el modelo de su indudable éxito económico y de la enorme transformación social en clave de urbanización y de incremento de los estándares educativos y de salud. El matrimonio entre política y fuerzas económicas de indudable peso mundial es asimismo una apuesta por un modelo triunfante para afrontar los retos actuales de la gran transformación originada por la IA.

Por último, precisamente la IA está siendo un instrumento disruptivo que actúa de forma dramática mediante la desinformación y que ya impulsa el conocimiento de las preferencias de la gente haciendo pronto obsoleta la participación política convencional. La forma en la que el electorado concurre periódicamente a las urnas será de inmediato sustituida al igual que la elección de sus representantes.

La posdemocracia supone un espacio incierto que responde a los retos de la sociedad digital, a la vez que es consecuencia del asedio histórico que sufre la democracia representativa y de sus fracasos a la hora de confrontar los problemas de la ciudadanía, así como de atender a sus demandas.

https://elpais.com/america/iberoamerica-democracia/2025-08-05/posdemocracia-el-fin-de-un-orden-mundial.html

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