
INTELIGENCIA ARTIFICIAL: LA TÉCNICA SE DEGLUTE A LA CULTURA.
Por: José Miguel Amiune.
El Siglo XX será recordado como la Era Nuclear, el Siglo XXI como la Era Digital. Caracterizado por “la red de redes: la Inteligencia Artificial”
Tal es, desde la modernidad, el predominio de la técnica sobre la Sociedad humana y el individuo.
Los siglos XVIII y XIX, fueron escenario de las dos primeras Revoluciones Industriales y el Siglo XX presenció dos guerras mundiales, que tenían como fundamento el control, el dominio y el poder desarrollado por las dos revoluciones industriales que le antecedieron.
La última de esas dos guerras terminó cuando la única potencia que había desarrollado la energía nuclear, hasta obtener la bomba atómica, la arrojó sobre Hiroshima y Nagasaki.
La tercera Revolución es hija del descubrimiento del microchip y el fabuloso desarrollo de la digitalización y las redes, hasta llegar a ensamblar una “red de redes” que llamamos “Inteligencia Artificial”.
Es curioso que esta última revolución industrial se haya desarrollado en California, lugar al que acudían en el siglo XIX hombres del todo el mundo movidos por la “quimera del oro”. Allí, en Silicón Valley, una docena de audaces jóvenes se han hecho multibillonarios desarrollando este fenómeno de “hipnosis colectiva” que es el mundo virtual de las redes y su corolario la inteligencia artificial.
El poder que detentan esa decena de individuos y sus respectivas corporaciones le disputa la primacía al Presidente de EE. UU. y tiende a expandirse a nivel planetario. Constituyen lo que Varufakis ha llamado el “tecno-feudalismo”. Alimentan sus redes con todo lo que escriben, filman, fotografían, declaran y polemizan millones de personas desde políticos, intelectuales, teólogos, académicos, estudiantes, artistas, periodistas; y para tener acceso a ello nos cobran a sus siervos (que somos todos los que usamos las redes) un tributo cuya acumulación crece de manera exponencial, en la mediada que sus usuarios aumentan a escala planetaria.
Hay fenómenos que serían incomprensibles si no tomamos en cuenta el bombardeo de informaciones falsas que son una forma de destruir la subjetividad y el pensamiento crítico, como lo anunciara ya en 1939 Martín Heidegger en “La Cuestión de la Técnica”.
El Siglo XXI comenzó con el sospechoso episodio de las Torres Gemelas, que dio lugar a la guerra e invasión de Irak, con el argumento de poseía un arsenal nuclear que ponía en peligro a la humanidad y concluyó con una devastación del país y la muerte un millón de personas, sin que apareciera una sola planta nuclear, así como en la descolonización del Congo murieron ocho millones de seres, antes de reconocer su independencia. ¿Alguien se acuerda de eso? Destrucciones bélicas o formas de dominación política y social que constituyen verdaderos genocidios, como el de la Franja de Gaza en estos días, que ocurren ante el silencio de los gobiernos y indiferencia de la opinión pública, son síntomas de “idiotismo” que impide al hombre contemporáneo pasar del “yo” al “nosotros”.
Otro síndrome, sobre la inteligencia artificial, que ha observado Kate Crawford, es la destrucción del vínculo social y la renuncia al pensamiento crítico. Señala que, si Occidente persiste en el delirio paranoide de mantener su hegemonía sobre el mundo, puede provocar el fin de la humanidad. La aniquilación, a través de la técnica, de la Cultura (de Kultur) que es la construcción colectiva y el Bildung que es la formación de la persona, producen un quiebre de la relación social.
En los años veinte Edward Spengler anticipaba “La Decadencia de Occidente” marcaba la diferencia entre Cultura y Civilización y señalaba la causa de la decadencia de Occidente en la carencia de una raigambre cultural. La Cultura como construcción colectiva, abarca la totalidad de manifestaciones de vida y formas de vida que caracteriza a un pueblo. Aristóteles al hablar del antropos (individuo) y la Polis decía “Fuera de la Polis sólo viven los dioses y los animales”. En la Política de Aristóteles la felicidad de la polis era superior a del individuo. La felicidad es un fenómeno, tanto en la filosofía como en la religión, del conjunto de la humanidad y no del individuo.
Cuando la cultura degenera en civilización empezamos a hablar de era industrial, era atómica, era digital, fenómenos que alcanzan algunos países como instrumentos para colonizar y someter a los demás. Nosotros, los habitantes de la periferia del mundo llegamos tarde a todas estas eras y estamos condenados a vivir en la dependencia o en la marginalidad.
La cultura es totalizante para el folk (pueblo). La civilización moderna mediante la técnica sepulta las tradiciones culturales de siglos y les roba u oculta su identidad. Es necesario que nuestras raíces sean fuertes para defender quienes somos. La civilización genera una domesticación obligada que el hombre acepta voluntariamente. En cambio, el Bildung (el desarrollo personal profundo) nos da una comprensión del mundo más allá de una salida rápida de la técnica al mundo del trabajo y más allá de una instrucción académica. Durante la educación de los jóvenes en el gimnasio al par que se educaba al cuerpo, se daban clases de filosofía y religión. Hegel ataca la religión lo cuál es un error poque es lo único que sostiene la ética. Desgraciadamente por esa declinación descendente partimos de la religión, pasamos a la razón, de esta a la televisión, para acabar en la manipulación de las redes. En un proceso paralelo hemos pasado del estado disciplinario de Foucault a la disciplina del tecnocrontrol autoregulado que describe Byung Chul Han en “La Sociedad del Cansancio”. Al hombre se le hace creer que es libre, cuando está más sometido que nunca.
La racionalidad matemática sostenida por el algoritmo financiero y la técnica informática devora a la cultura, caemos en la hipnosis de las redes y se produce la castración de los vínculos familiares, sociales, laborales, productivos, hasta llegar a una sociedad de solitarios sin vínculos permanentes. Todo es precario, el trabajo, el amor, la amistad y los sueños. Esa devastación de los vínculos tiene que ver con la disolución de las identidades.
Al Globalcapitalismo no le interesa lo diferente e intenta neutralizarlo por todos los medios. Gerusia en griego quería decir anciano que era quien conservaba la memoria y los valores que definían la identidad. Para la visión tecnocrática actual los de hombre y mujeres de la tercera edad son seres descartables, un desperdicio costoso. ¿Cómo se construye la identidad? Con la educación de la red de redes, la inteligencia artificial, la educación tenderá a ser homogénea. En la educación globalista todo debe ser igual y cada individuo se puede suplir, en un instante, por otro con idéntica cualificación, como si fuera una arandela o un tornillo.
Hay quienes piensan que detrás de la IA hay un plan de dominación de las mentes y de la subjetividad, dirigido a nivel de la población mundial, que haga que millones de seres tengan una misma visión del mundo, piensen y sientan de manera uniforme. Una suerte de Big Brother como el de 1984. Esto significaría la aberración de la libertad, se moldearían esclavos que obedecen sus propios caprichos manipulados. Sería como crear una organización social integral bajo técnicas aplicadas a la masificación eficiente, regulando el crecimiento de la población en proporción a los recursos disponibles. Se desarrollaría un individualismo sin identidad, donde cada uno de nosotros sería un número manipulable. Los tecnócratas de esta conspiración entienden la política como el conocimiento del enemigo, por eso la IA se convierte en el mejor servicio de informaciones para detectar a los enemigos y aniquilarles la identidad que pretenden defender.
Si esto fuera así, estaríamos ante un vaciamiento de la substancia del hombre, de la conexión de lo humano con lo divino y caeríamos en la inautenticidad de la existencia, la falta de sentido que oriente la vida. Lo que Guenon llamaba “el reino de la cantidad”. Hoy la postmodernidad considera que nunca hubo sentido o bien el sentido es un producto relativo de condiciones históricas e ideológicas cambiantes.
Intentemos poner este esfuerzo reflexivo en el actual marco histórico. Desde el final de la Segunda Guerra Mundial predomina el “Americanismo”. En EE.UU. nacieron tanto la era atómica como la digital. El Presidente Trump ante el desafío Chino en materia de IA, destinó esta semana 92 mil millones del presupuesto para desarrollar proyectos de inteligencia artificial. Hoy no cuenta tanto el complejo militar industrial como el complejo tecno-militar. Es decir que el primer destino de IA es ganar la guerra y anular la competencia de China. El Americanismo es el final penoso de la Modernidad, su manifestación final. ¿En qué medida la humanidad va a dar una respuesta al americanismo, que ya avanza sobre Groenlandia, Canadá, México, el Golfo de México, Centro América, el Caribe y todo lo que considera su zona de seguridad estratégica, de la que no está excluida la América del Sur?
No soy partidario de las visiones conspirativas, pero solo por citar un caso, el proyecto de Elon Musk tanto en materia de IA, como proveedor del Pentágono, así como en materia satelital, difiere y confronta con el del Presidente Trump. Lo que demuestra que el plan de una formación educativa única, homogénea e indiferenciada puede tener como protagonistas a actores estatales o privados.
Por otra parte, el Papa León XIV, quien toma su nombre como sucesor de León XIII ve a la IA como una revolución técnica equivalente a la Revolución Industrial que tanto preocupara a su antecesor y que dio origen a la Encíclica Rerum Novarum. La aparición del proletariado, las migraciones del campo a la ciudad, las condiciones de vida y de trabajo de los trabajadores de la industria, que incluía el trabajo en las minas de mujeres y niños, conmocionaron ese tiempo, con igual intensidad que los cambios que puede provocar en el mundo laboral la IA.
El flamante Papa León XIV seguramente dictará una Encíclica sobre los desafíos que plantea la IA para afirmar la humanidad y la libertad del hombre que devienen de su conexión con lo divino. El hombre debe salir de la naturaleza y pasar a la humanidad, ese paso es la Historia. Solo cuando el ser humano descubra un horizonte de sentido deviene hombre. Entonces, adquiere su dignidad y autenticidad que le permiten comprometerse creando vínculos con sus semejantes, amando a Dios y a su prójimo.
En suma, el gran dilema de nuestro tiempo es compatibilizar la idea de progreso con la inteligencia artificial y la esencia humanista de la Doctrina Social de la Iglesia. Confiemos que este mundo desacralizado, después de siglos de materialismo, caracterizado por la ausencia de lo sagrado, no sea un impedimento para hacer de la IA un instrumento humanista de progreso y no un factor de poder para someter la libertad humana a la matemática de los algoritmos.