Arranco diciendo que para mí todas las dictaduras son malas ¡sin excepción! Y me reafirmo en ello luego de ver nuevamente en los medios la foto del anónimo ciudadano que se plantó frente a un tanque en la plaza china de Tiananmén hace 36 años. Ahí, la noche del 3 al 4 de junio de 1989, masacraron a cientos o miles de personas, una cantidad que nunca sabremos, como tampoco el nombre y destino de ese valiente que no dudó en arriesgar su propia vida para proteger la de otros e intentar detener la barbarie. Desconocer la verdad de lo ahí ocurrido no debe sorprendernos, de eso van las dictaduras, no solo de reprimir violentamente las protestas, sino también de restringir los derechos, y la información es uno de ellos.

Recordemos que el mundo entero fue víctima del oscurantismo chino cuando, ante la incontrolable pandemia que ahí se había originado, en lugar de ofrecer toda la información posible mandaron a la policía a «investigar» a Li Wenliang, el médico que intentó alertarnos de lo que pasaba. Estoy seguro de que el mundo entero se habría ahorrado una buena parte de los millones de muertos si las autoridades chinas hubiesen compartido información médica sobre la COVID-19 en lugar de querer tapar el sol con un dedo.

1989 fue un año movido, ese año también cayó el Muro de Berlín. Intuyo que, mientras se disparaba contra los manifestantes de Tiananmén, estaba en marcha la operación Picnic Paneuropeo, esa gran merienda de verano con la que se comenzó a correr la cortina de hierro en la frontera entre Hungría y Austria. En Suramérica todos los países tenían gobiernos democráticos o estaban a punto de tenerlos. Solo faltaba Chile, donde el dictador Pinochet remoloneaba, ahí estaban en plena campaña del referéndum sobre la constitución que preparó el terreno para las elecciones presidenciales de finales de ese año.

Los cambios ocurridos a nivel internacional hicieron pensar a los optimistas que China sería uno más de los países cuyo régimen se liberalizaría durante la tercera ola de democratización, pero no fue así. Más bien, se iniciaron reformas para posibilitar que la dictadura del proletariado del Partido Comunista Chino aplicara con éxito, desde el Estado, la peor versión del capitalismo. A partir de ahí ha sido un vertiginoso ascenso hasta ser la segunda economía mundial. Para ello contaron con la inestimable ayuda de las empresas que se deslocalizaron buscando salarios baratos, más productividad y menos derechos laborales. Los gobiernos de otros países también se sumaron al plan con entusiasmo creyendo ver una oportunidad en la apertura china al presuponer que ese país sería un fiel y sumiso aliado. Sin embargo, fue más bien al revés y los que acabaron controlando la política y economía internacional fueron los chinos.

Es evidente que China supo aprovechar la deslocalización para crear una potente industria y desarrollar el sector tecnológico como bases de su economía. Para ello, sin duda fue muy provechoso el impulso inicial que tuvieron gracias a la capacidad de sus ingenieros para hacerse con tecnología que se suponía protegida por patentes; pero, a la vista de los resultados, la patente que más se respetó fue la de corso.

Los defensores del modelo chino destacan que millones de personas salieron de la pobreza. Y así fue. Pero ese modelo está mostrando signos de agotamiento y ahora el país busca la forma de redirigir una economía que pierde su capacidad de generar empleo a gran escala. Como en toda sociedad enriquecida, está mutando a una economía de servicios con el consecuente aumento de la desigualdad y la caída de la capacidad adquisitiva de los salarios; proceso que hemos visto ocurrir en Europa, Estados Unidos o sectores de América Latina.

La dictadura del proletariado ha generado 823 fortunas que superan los mil millones de yuanes (127 millones de euros). De esa particular lista Forbes, me llama la atención un señor que se forró con una embotelladora de agua, lo que me hace sospechar que la calidad de la que sale de los grifos no es buena y por eso un sector con tan poco I+D, como meter agua en botellas, dé tanto dinero.

China pasó de ser un país que tuvo más muertes que nacimientos por la Gran Hambruna de 1960 a ser hoy un jugador de veto en la política mundial. La simpatía que despierta y su poder quedaron patentes en la reciente Cumbre China-CELAC. Ahí se pudo ver lo bien que se entiende con los países de América Latina y el Caribe gracias a una interacción basada en la búsqueda del beneficio mutuo, tal y como se refleja en los proyectos y negocios que salieron de esa reunión. La diferencia es clara respecto a los magros resultados de las cumbres UE-CELAC, donde la agenda que tiende a imponer la Unión gira habitualmente en torno al cansino acuerdo UE-Mercosur, los ininteligibles gateways y las transiciones digitales o ecológicas, aspectos que, a la vista de los resultados, sin duda no están entre las prioridades de los países CELAC.

Los países ricos también quieren ser amigos de China: Trump ha sido más agresivo con Canadá que con los asiáticos. El presidente Sánchez acaba de visitar ese país buscando mejorar las relaciones comerciales, y no es el primer gobernante español que lo hace, desde González todos han viajado allí: Zapatero, con sus cuatro viajes, tiene el récord y le sigue Rajoy con tres. Pero no nos engañemos, la simpatía hacia China está en su dinero, de manera similar a lo que ocurre con las dictaduras del Golfo Pérsico, cuyos fondos soberanos son accionistas de referencia de varias empresas del IBEX 35. Y es acá donde quería llegar: la diferencia entre una dictadura del eje del mal y aquellas con las que todos quieren tener una buena relación está en la cantidad de dinero que posee el país. Realidad que recuerda al meme que comparaba dos fotos de un conocido futbolista donde era evidente el cambio físico experimentado desde sus humildes orígenes. La leyenda decía: no eres feo sino pobre.

Vivimos en un orden internacional y social en el que la defensa irrestricta de la democracia y los derechos humanos no importa»

Así se explica el distinto trato de los políticos españoles y europeos a las dictaduras latinoamericanas frente a la china o a las del Golfo, las mismas que no solo se están comprando las grandes empresas, sino que tienen a sueldo a ex altos cargos como Bernardino León, quien en su época de Secretario de Estado para Iberoamérica iba por la región pontificando sobre el valor de la democracia. Pasa también con las universidades que ahora hacen fila para abrir un Instituto Confucio, afán que acaba de culminar la universidad en la que trabajo y que el periódico local titula como «anhelado». La foto del artículo muestra sonriente al alcalde mientras reseña las palabras de un emocionado rector que recurre al tópico sobre «el siglo de China».

Yo me pregunto si en lugar de la Cátedra Confucio se hubiese montado una Cátedra Martí de las que promueve Cuba, ¿qué habría pasado? ¿Cómo habría reaccionado la prensa local? ¿Qué habría dicho el alcalde del PP? Seguro que se habría activado la alarma anticomunista en defensa de la libertad y la democracia; pero claro, la diferencia entre los chinos y los cubanos está en que los primeros pueden pagar por los principios y los cubanos ya no. Vivimos en un orden internacional y social en el que la defensa irrestricta de la democracia y los derechos humanos no importa. Importa la expectativa de ganancia derivada de la lisonja, llegando al colmo de desamparar a personas indefensas, muchas de ellas menores y ancianos, cuyas vidas no valen nada para gobiernos que bombardean sobre civiles. Si no es así, que se me explique por qué no se ha parado aún la matanza en Palestina. Estoy seguro de que, si en lugar de vivir en un territorio pobre, estas personas hubiesen sido ciudadanos de un país rico, como Israel, las cosas serían distintas.


Francisco Sánchez es director del Instituto Iberoamericano de la Universidad de Salamanca.

 Publicado en www.elindependiente.com.