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¿Comunicación, diálogos o monólogos grupales?

Por: Diego Fernando González Argumedo*

Podemos coincidir en algo fundamental: una de las tantas características que nos distinguen de otros simios es nuestra capacidad de hablar. Esta acción, la de expresar el pensamiento a través de la palabra, revela con precisión lo que sucede en nuestro cerebro: nuestros procesos cognitivos. Aprendemos a hablar desde la infancia, casi por imitación de nuestros padres y el entorno. Al principio es un desafío, pero con el tiempo se convierte en algo natural.

Sin embargo, en este mundo moderno impulsado por la tecnología, hablar ya no es suficiente. Necesitamos comunicarnos, sostener conversaciones, diálogos donde las ideas fluyen, generando estímulos y respuestas.

¿Qué implica comunicar?

Comunicar es el acto de transmitir información, ya sea verbal o escrita, para generar un intercambio de ideas y opiniones. En una sociedad donde compartimos espacio con otros, la comunicación efectiva es crucial para evitar conflictos. Nuestra propia supervivencia nos impulsó a colaborar, dando origen a reglas que van desde las normas sociales hasta las leyes constitucionales y los acuerdos internacionales.

Nuestra evolución social e intelectual nos permite mejorar constantemente a través del estudio y la razón. En la escuela aprendimos el modelo básico de la comunicación: emisor, receptor, mensaje, código y canal. Pero existen otros modelos que profundizan en su complejidad. Desde la antigua Grecia, Aristóteles propuso un modelo basado en el ethos (credibilidad del orador), el pathos (emociones expresadas) y el logos (lógica del discurso), añadiendo la importancia del impacto en el otro, idea que comparte el modelo de Laswell. Esto nos deja claro que la comunicación siempre se dirige a alguien y tiene un efecto, dejando de ser un simple monólogo para convertirse en un diálogo.

¿Qué define al diálogo?

El diálogo es una conversación donde dos o más personas expresan ideas o sentimientos, tomando turnos y reaccionando a lo que dicen los demás. Lamentablemente, en estos tiempos posmodernos marcados por la hipersensibilidad, el diálogo parece estar perdiéndose. Se impone criterios de forma arbitraria, etiquetándolos como «buenos» o «malos», lo que dificulta encontrar la verdad y solo crea ganadores y perdedores de un intercambio comunicativo.

Jürgen Habermas propuso la idea de la comunicación dialógica, donde los participantes se turnan para expresar sus ideas basándose en lo que otros han dicho. Para lograr un diálogo ideal, es necesario un dominio del tema, el uso de un lenguaje común y el respeto por los turnos. De esta manera, la conversación se enriquece constantemente con nuevas ideas y se genera una retroalimentación valiosa.

Lo ideal, entonces, es siempre fomentar el diálogo. No solo comunicamos, sino que también participamos en un proceso informal de enseñanza-aprendizaje sobre diversos temas. Practicamos la tolerancia y expandimos nuestros horizontes intelectuales al considerar otras

perspectivas, saliendo de nuestras «cámaras de eco» para llegar al enriquecedor punto de «estamos de acuerdo en estar en desacuerdo».

Los monólogos grupales.

No es raro encontrar en diferentes esferas sociales: reuniones de negocios, eventos familiares o citas, que lejos de estar sosteniendo un diálogo con nuestros semejantes estamos inmersos en monólogos grupales, es decir, cada uno se habla a sí mismo y se responde a sí mismo. No es raro que en estos monólogos grupales se hagan preguntas, pero estas no se contesten o se respondan con otra pregunta o que se cambie el tema diametralmente para luego volverlo a abordar unos minutos después, todo esto llena la comunicación de ruido y no de información. Este ruido es lo que impera en las pláticas donde todos hablan, pero nadie comunica solo están esperando su turno de hablar. Estos monólogos grupales impiden poder sostener intercambios nutritivos de información fomentando la charla superficial que verdaderamente no aporta nada, claro que no todo intercambio necesariamente debe ser un debate profundo y sesudo, pero tampoco se puede esperar que cada interacción comunicativa con los semejantes debe de ser un mero entretenimiento o “para pasar el rato”.

¿Cómo superar un monólogo grupal?

Una vez señalado el problema es menester proponer una solución. Pues sostener un diálogo no es tan difícil solo falta seguir ciertas pautas de convivencia para poder lograr un diálogo efectivo y comunicar como se debe. Marcos Iván Juárez Martínez y Silvia del Amo Rodríguez de la Universidad Veracruzana sugieren que se debe guardar silencio y escuchar al otro, prestando atención a lo que nos dice mientras evitamos los prejuicios y los juicios de valor ante opiniones que pueden ser contrarias a las nuestras. Otro consejo útil es la claridad del lenguaje, preguntar si no se sabe la definición de una palabra ya que la lingüística puede jugarnos una mala pasada en donde nuestra definición de una palabra puede variar a la de nuestro(s) interlocutor(es). A veces también hay que ser exigentes ya que la pobreza de lenguaje nos puede llevar a ambigüedades como el “coseo” o el “voladeo” en el dialecto salvadoreño: “pásame el volado que voladea que está a la par del cosito para guardar cosas”. Según Jon Andoni Duñabeitia de la Universidad de Nebrija, el hispanohablante promedio solamente usa de 1000 a 1500 de un universo de 30 000 palabras disponibles. Se dice que somos lo que comemos y me atrevería a decir que también somos lo que leemos, y es que la lectura fomenta la adquisición de vocabulario, pero en pleno siglo XXI no podemos solo quedarnos con la lectura, fácilmente se pueden acceder a charlas y conferencias desde plataformas de vídeo o en formato de podcast para ir adquiriendo nuevo vocabulario directamente en contexto. Dada la pauta por el Sr. Duñabeitia hay que ser ambiciosos y utilizar la mayor cantidad del vocabulario adquirido, no por jactancia sino por claridad y especificidad: si hay una palabra designada para una cosa o acción ¿por qué no usarla?

Con conceptos definidos y compartidos por todos los interlocutores, respetando turnos, escuchando y guardando silencio sin emitir juicios, entonces y solo entonces podremos ser efectivos en un intercambio rico y productivo dejando atrás los monólogos grupales y comenzando a sostener un verdadero diálogo.

*Arqueólogo, docente e investigador independiente.

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