
La hora de las mujeres y la cobardía del poder masculino.
Cuando los hombres callan, las mujeres gritan.
Por Walter Raudales.
«¡Tengan decencia! Esto un día se va a acabar. No se pueden prestar a esto», se convierten en un lema poderoso, una llamada a la conciencia que interpela a la vez a los captores y a la sociedad.
Mientras el poder se peina frente al espejo y se enamora de su propio reflejo, en las calles, en los estrados y en las redes, son las mujeres quienes están rompiendo el silencio con un eco fuerte. No es metáfora ni romanticismo: la resistencia salvadoreña tiene nombre de mujer y tono de advertencia.
En un país donde el liderazgo masculino parece haber entrado en huelga de testosterona, son las mujeres quienes están poniendo la cara, su cuerpo, el nombre y la voz, mientras muchos hombres optan por el cómodo silencio de los espectadores con miedo. Y eso, en tiempos de autócratas hipersensibles, no solo incomoda, desarma.
Cuando el poder se siente ofendido por el criterio.
El análisis de un artículo reciente en nuestro periódico, El independiente SV, lo dice muy claro: La «tolerancia» del autócrata, dice el autor, es «inversamente proporcional a su narcisismo», manifestándose un comportamiento patriarcal que «se le sale por los poros»; como bofetada en reunión de gabinete; el actual régimen no soporta mujeres con pensamiento propio. Lo que le irrita al autócrata no es la oposición per se, sino que esa oposición venga vestida de firmeza femenina y no se arrodille ante la narrativa oficial.
En su espejo, solo caben mujeres calladas, decorativas, obedientes. Las que piensan, preguntan y denuncian, se convierten en amenazas existenciales.
Esta alergia al criterio tiene nombre clínico: narcisismo político, con ataques agudos de intolerancia y fantasías de invulnerabilidad. Pero como toda burbuja autoritaria, no puede evitar reventar cuando la realidad se encarna en mujeres con uñas bien pintadas y argumentos afilados.
Mientras el poder masculino, que mueve los hilos, se mira al espejo, pregunta a los oráculos y suspira enamorado de su propio reflejo, las mujeres están dando la cara. No por capricho ni por cuotas. Sino por ausencia pues los hombres del poder, muchos de ellos blindados de testosterona verbal y cobardía operativa, han optado por refugiarse en la obediencia o en el cinismo.
Así que ellas avanzan. Con voz, con rostro y con riesgo.
El presente tiene rostro, nombre y voz femenina. No estamos hablando de arquetipos, sino de mujeres reales que hoy desmontan la pantomima oficial con argumentos, denuncias y presencia pública. En un país donde el liderazgo masculino ha sido secuestrado por la sumisión al caudillo, las mujeres han ocupado el vacío con coraje. En los medios, en los tribunales, en las calles, ellas hablan cuando otros bajan la cabeza.
La pionera que se adelantó a su siglo.
Ante la falta de huevos, lo que sobra son ovarios. Y dignidad. Gracias, madres, hermanas, hijas, sobrinas, compañeras, respetos a todas de cualquier sector y ocupación, que, ante esta parte de la historia, dicen presente.
Esta historia tiene raíces, y una de ellas se llama Prudencia Ayala, la primera mujer que desafió el machismo salvadoreño postulándose como candidata presidencial en 1930, cuando ni siquiera se reconocía el voto femenino. A ella no la detuvo ni la ley, ni el qué dirán, ni los insultos: quería un país más justo, y lo dijo alto y claro. Aunque fue ridiculizada y rechazada, encendió una chispa que hoy arde en miles de salvadoreñas que no piden permiso para existir en el debate público.
Son esas «mujeres de fuego y hielo » que menciona el poeta, las que a mediados de los 80 ,cuando se había anulado toda expresión en la calle, fueron un grupo de mujeres del Comité de Madres de desaparecidos políticos las que salieron por primera vez a la calle rompiendo el miedo aún en medio de la guerra civil que estaba en pleno fragor, exigiendo y reclamando por sus familiares capturados y desaparecidos aún con sus manos temblorosas sosteniendo carteles y consignas, mientras empleados de inteligencia les fotografiaba de cerca y la mirada torva del gendarme que esperaba órdenes para lo que fuera.
Muchas mujeres actuales activistas, periodistas, abogadas valientes, defensoras de derechos humanos se reflejan en su legado. Están en los estrados defendiendo a capturados sin garantías, en redes alternativas desmintiendo al aparato estatal, en las organizaciones que resisten los despidos masivos donde también son miles de mujeres las despedidas.
El protagonismo femenino en la oposición y la resistencia social es indiscutible. No es algo nuevo; se remonta a la guerra civil y la participación política, tanto de izquierda como de derecha, tanto tenías a una Febe Elizabeth Velásquez, lideresa sindical (muerta en atentado en Fenastras) como a Gloria Salguero Gross (líder fundadora de Arena) ambas desde distintos lados de la historia, pero con argumentos y posiciones claras. Pero hoy, en la era digital, mujeres con una «ejemplar determinación» se encuentran al frente, mientras que muchos hombres, se muestran «ruborizados y cabizbajos», constatando una «crisis de líderes masculinos».
Misoginia institucional: del silencio al golpe y ataque cobarde.
Y mientras estas mujeres levantan la voz, la respuesta del sistema no es democrática, es violenta. No solo desde el Ejecutivo quien no oculta la actitud desafiante y firme de esas mujeres ante los abusos de poder, este comportamiento misógino también es replicado fielmente por el resto de los funcionarios que no solo insultan, atacan y humillan públicamente a las mujeres de la oposición, sino también desde las filas internas de su partido, donde las diputadas oficialistas deben callar o son llamadas al orden por sus propios compañeros. Calladas, obedientes y decorativas: esa parece ser la cuota femenina que se tolera en el poder.
Pero la ironía más cruel está en las calles. En el Centro Histórico de San Salvador, recientemente remodelado como vitrina para el turismo, es una mujer quien lidera las agresiones más brutales contra otras mujeres. Elementos femeninos del CAM (Cuerpo de Agentes Metropolitanos) han sido vistas golpeando a vendedoras informales, incluso ancianas, como si hubieran olvidado que la violencia no se redime cuando cambia de género. El machismo, cuando se viste de uniforme y se pinta las uñas, sigue siendo brutalidad disfrazada de orden.
Y qué decir del alcalde capitalino, cuyo afán de sacar a los pobres del centro histórico porque afean el escenario se mezcla con un desprecio específico hacia las mujeres: ordena ataques, manda a desalojar y a golpear a quienes estorban su estética urbana, aunque vivan de vender un par de pupusas o bolsitas de mango con chile, panes con algo… para sobrevivir.
“¡Tengan decencia! Esto un día se va a acabar. No se pueden prestar a esto.” No es un lamento. Es una sentencia. Una frase que perfora la armadura de la obediencia con la sutileza de una daga bien dirigida.
Coser lo advirtió: cuando el sistema no escucha, el conflicto ruge.
Lewis Coser, sociólogo estadounidense en su «Teoría del Conflicto» lo dijo mejor que muchos: los sistemas que no canalizan los conflictos, los incuban. Y el salvadoreño los está criando con esmero. Porque en lugar de abrir cauces, el gobierno tapa bocas. En lugar de diálogo, impone espectáculos. En vez de instituciones que resuelvan, ofrece burbujas de poder personal donde la contradicción se castiga como traición.
Así, el conflicto no desaparece. Se hace más íntimo, más irónico y más potente. Nace en las conversaciones familiares, en los gestos cotidianos de desacato, en la risa sarcástica que circula en redes cuando ya nadie cree en la solemnidad del poder.
Resistir ya no es una opción. Es un deber.
El protagonismo femenino en la resistencia salvadoreña no es casualidad. Es respuesta directa a una masculinidad política fallida, a una institucionalidad que solo funciona como utilería y a un narcisismo autoritario que no tolera espejos honestos.
Por eso, visibilizar, amplificar y proteger las voces de estas mujeres no es solo una causa feminista. Es una causa democrática. Porque donde ellas resisten, muchos se salvan. Y porque cuando la historia se escriba, los que hoy callan serán simples notas al pie.
Esto no es solo una lucha feminista. Es una lucha por la verdad.
La hora de las mujeres no es una moda, es una necesidad histórica. Porque cuando la democracia se vacía de sentido, cuando el miedo se vuelve regla, cuando el poder solo escucha su propio eco, las mujeres aparecen no como invitadas, sino como protagonistas.
El Salvador no necesita una presidenta como símbolo. Necesita mujeres con criterio ocupando cada espacio que la cobardía masculina ha dejado libre. Y necesita hombres que acompañen, escuchen y se sumen sin miedo a ser eclipsados por la verdad.
¿Y los hombres? Algunos aplauden en privado. Otros callan por conveniencia. Y unos pocos, muy pocos, acompañan sin competir, sin opacar, sin explicarle a las mujeres lo que ellas ya saben.
Porque hoy, resistir no es solo hablar. Es no prestarse al teatro del silencio.
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