
PRINCIPIOS O PRAGMATISMO.
POR: TOÑO NERIO.
Suelen creer los fanáticos del último best seller que la común compulsión de los pobres por lamer el látigo y las botas de su opresor es una consecuencia directa de la guerra cultural o, peor todavía, que es el producto de la última tecnología de la información, y que por eso es que las personas aceptan de modo natural la prédica -narrativa le llaman- de los poderosos.
Olvidan, desconocen o simplemente cierran los ojos -en el mejor de los casos- o mienten y tergiversan de forma descarada -en el peor-, cuando no mencionan la sistemática y perversa acción del enemigo de clase que somete constantemente a los pobres al influjo de su ideología y construye instituciones permanentes como parte del Estado, orientadas a la ejecución de políticas específicas, con la finalidad precisa de condicionar a los individuos a la aceptación sumisa del estado de cosas como algo natural.
El sistema educativo es la columna vertebral del andamiaje estatal dirigido a moldear las mentes de todas las personas que ingresan al mismo. Y desde la Constitución se dice que es un derecho. Y se condiciona a la ciudadanía a llevar a todos sus hijos y menores dependientes a las aulas para recibir el adoctrinamiento que los condiciona para la obediencia sumisa y acrítica.
Las líneas maestras de la producción cultural desde el final de la Segunda Guerra Mundial han tenido como una constante el bombardeo anticomunista. El cine, la radio y la televisión han sido decisivos en la orientación de las mentes contra todo sentido solidario e impulso gregario, y hacia la formación de una mentalidad individualista y compulsivamente consumista.
Las iglesias que le dicen a sus seguidores que la salvación del alma es una cosa individual van en la misma dirección antinatural, encapsulando al Individuo en contra su comunidad y su problemática e intereses esenciales. Aislar a las personas, esa es la idea central.
Otros de estos felones sugieren -y hasta postulan con gesto adusto de profesores que saben lo que dicen y con el índice apuntando hacia el cielo-, que los pueblos están dispuestos, así porque sí -en todo momento y en cualquier sociedad-, a aceptar ciegamente o por hipnosis que les cambien la historia y les nieguen la existencia de
acontecimientos, organizaciones y personajes, causas y azares, como dice el Silvio nuestro de cada día, las razones y los leit motiv que los originaron.
Ni tecnología ni magia. No es nada exótico, excéntrico ni científico ni mágico, que la mayoría de la gente se someta sin rechistar. Es natural: se llama instinto de supervivencia, miedo a perder la vida o a ser apresado. Todos los animales lo tienen. Y, claro, la inmensa mayoría de los seres humanos.
Hace una semana, conversando en la intimidad familiar, sin querer, llegamos a tocar un tema político candente, el de la participación ciudadana, y me reprochaba una de mis hermanas “¿y que han ganado con eso?, los han perseguido, los han apresado, los han matado, los han torturado y desaparecido. Y todo eso ¿para qué? Todo sigue igual o peor. Se meta uno en política o no se meta, todo sigue igual.
Claro que hay oficinas gubernamentales que se especializan en exacerbar el miedo y, por ese medio, la parálisis de la mayoría. Desde los que se especializan en las prácticas más brutales, inhumanas y descarnadas de la tortura, hasta los más sutiles que atacan al raciocinio y al razonamiento.
Generalmente se trata de agentes cuidadosamente formados en escuelas de inteligencia y de contra inteligencia para especializarse en el arte de pervertir y confundir las conciencias. Los hay burdos y bastos como una macana y los hay que son sutiles, cuya ponzoña es evanescente y no deja una huella detectable. Los primeros se mantienen en la vieja trinchera, los segundos se infiltran entre los que resisten al enemigo y combaten su status quo.
En El Salvador hay de ambos, y ambos con excelentes resultados. Uno se apellida Araujo, el otro, Aguilar. Ambos son originarios de San Miguel y los dos pertenecieron al partido de la ultraderecha que estuvo en el poder y lo abandonaron cuando perdió su fuerza. Hoy están en las antípodas: uno como el principal panegirista de bukele, el otro como el más popular de los críticos del tirano, invitado de todos los medios para labrar su candidatura presidencial. Con uno y con otro, la derecha va a triunfar si no se les desenmascara a tiempo y se les rompen los colmillos ponzoñosos de veneno mortal.
Cuando Benjamín “Mincho” Cuéllar habla de liderazgos nacidos desde dentro y desde abajo del pueblo, tiene que ponerle nombre y apellido a los que por ninguna razón debe permitirse que se acerquen a la organización popular, si se quiere conservar un mínimo de coherencia con los intereses de las mayorías hoy apáticas, para evitarles nuevas
frustraciones y los consabidos “ya sabía yo que así iba a terminar todo esto”. Ni muy muy ni tan tan, decíamos de pequeños. “Ni tanto que queme al santo ni tanto que no lo alumbre», decían los abuelitos.
Las alianzas deben hacerse con todos los que quieran arrimar el hombro para derribar a la tiranía. Pero en el corazón de la alianza debe de existir un núcleo duro de organizaciones populares clasistas. Nada entre camagua y elote.
Precisamente por eso es que en el pasado veíamos con desconfianza a la pequeña burguesía -los “pequebu”-, cuyos valores son ajenos a los intereses del proletariado y personalmente no son ni chicha ni limonada. Flojos, timoratos, vacilantes.
Que la mayoría de los grandes líderes revolucionarios que han encabezado muchas de las luchas han sido clasemedieros y hasta ricos. Sin duda. Por eso quizás es que la tarea de redención popular y la revolución se han quedado siempre a medias.
A los proletarios y a los que se han proletarizado siempre les aplicaron la pena de muerte, como a Emiliano Zapata o Pancho Villa. Y después de esas muertes las revoluciones hicieron un giro hacia la derecha y los pobres siguieron en la pobreza. De ahí su frustración, decepción y desilusión.
Miedo natural y frustración histórica tangible son elementos que explican el desinterés generalizado por las cosas de la ciudad, lo cívico, lo político. De ahí la apatía por la Ética y la acumulación creciente del sustrato de la corrupción.
No hay que buscarle la vuelta al asunto de la apatía. Ni en tecnologías ni en metodologías. Esas son coadyuvantes, no la razón de fondo ni el disparador o catalizador. Pero no significa eso que sea imposible la conversión. Aún entre los oligarcas puede haber conversos.
Pablo de Tarso y Longinos son dos ejemplos de que puede haber conversión verdadera, por lo que no me voy a adelantar a tirar la primera piedra. Ahora, cuando veo la controversia entre “principistas” y “pragmáticos” en MORENA, me asaltan los pensamientos preñados de experiencias, más que de academia. Por eso no me atrevo a lanzar piedras en general en contra de los priistas, panistas o perredistas que cual perfectos chapulines han brincado desde la letrina que solían habitar hasta el seno de MORENA.
Pero me atrevo a invitar a la militancia a mantener la mirada puesta sobre las afiliaciones de corruptos y criminales. Esas personas no ocupan un lugar cualquiera en la estructura partidaria o gubernamental. Son cuadros de dirección y funcionarios de la primera línea dentro del gobierno en alguno de sus niveles. Y al afiliarse siempre van acompañados de su séquito del crimen organizado y sus marranadas.
Pienso que hay que ver caso por caso y con mucho detenimiento en cada uno. Hay buenos, rescatables y asquerosísimos. Pero ¡aguas, morenistas!, recuerden que el que mucho abarca, poco aprieta. La Cuarta Transformación no puede permitirse el lujo de albergar víboras y alacranes que la envenenen. Suficiente con un PRI para tener experiencia de traición.