Escalada represiva del régimen, una grada más para la resistencia.
Por Miguel A. Saavedra.
Escalada represiva de Bukele: Una grada más para la resistencia.
«Hay países que parecen tener la memoria de un pez y la piel de un rinoceronte.»
En El Salvador se avanza una grada más hacia el régimen autoritario que encienden las brasas vivas de la resistencia. En un país, donde tristemente, se debate entre ambos extremos: olvida con rapidez los horrores del pasado, pero soporta con una tenacidad estoica los embates del presente. El resultado es un bucle histórico que se repite, solo que esta vez, con Wi-Fi de alta velocidad y cámaras en 8K.
Un análisis sobre tiranías recicladas y valentías tercas.
Hay algo profundamente inquietante en los bucles históricos: esa capacidad de una sociedad para tropezar, no con la misma piedra, sino con una versión smart de la misma, corregida y aumentada. El Salvador, hoy, no revive los fantasmas de los años 80 los ha invitado a vivir en casa, les ha dado Wi-Fi y un contrato indefinido, no en balde tiene como asesores a figuras de inteligencia y de batallones especiales de la guerra como asesores de seguridad.
La figura de Nayib Bukele se alza como el emblema de esta paradoja: un presidente millennial que, bajo la promesa de modernidad, ha desempolvado los viejos libretos de la represión con una eficiencia digna de Silicon Valley.
¿Qué obtienes cuando mezclas el autoritarismo clásico con tecnología y storytelling digital? Un régimen que no solo encarcela cuerpos, sino que manipula conciencias con la sutileza de un algoritmo y la contundencia de un tanque. Pero no, esta no es la dictadura de tu abuelo. Esta tiene filtros de Instagram y drones.
Una represión de rostro lavado.
Bukele no inventó el autoritarismo, simplemente le hizo un rebranding. En lugar de botas sucias y discursos en blanco y negro, ahora tenemos trajes entallados por diseñador europeo y transmisiones en vivo. Pero debajo del barniz, la madera es la misma: censura, miedo y una obsesión por eliminar la disidencia como si fuera un bug y estorbo del sistema. El gobierno del poder total reafirma su plan de eliminar todo pilar ideológico disidente de su estilo de gobernar, acaba de aprobar una ley que graba a toda organización no gubernamental con el 30% de los fondos recibidos para ahogar económica y funcionalmente los proyectos de apoyo social a comunidades donde nunca llega el gobierno con sus proyectos y programas sociales pues se han suspendido o porque la corrupción estatal hace que los recursos públicos no alcancen.
Cabe aclarar que en el país no existe impuesto similar para ninguna empresa oligarca
local o extranjera o de sus amigos bitcoiners que tienen sus inversiones en el «Criptoparaíso» que la familia presidencial (también socia) les ha facilitado sin impuestos, pero si tiene una dedicatoria hostil contra casi todas las Ongs a quienes ve con paranoia hitleriana como sus detractoras o enemigas de su agenda presidencial y su grupo cercano.
La nostalgia del verdugo.
¿Es este el progreso que El Salvador merece, o un retroceso disfrazado de modernidad?
Una Historia que ya vivimos en los 80: El manual del tirano
El escenario actual recuerda los días oscuros de las dictaduras latinoamericanas, cuando los manuales de seguridad nacional de la CIA guiaban la eliminación de opositores. Bukele responde como un «león herido» ante las fisuras en su popularidad, una reacción típica de los tiranos históricos.
La prensa internacional lo describe como una «escalada que sube una grada más en el régimen autoritario», y no exageran.
Fanatismo ciego: Aprovechando la vena conservadora de la sociedad salvadoreña, Bukele ha cultivado un apoyo incondicional que defiende incluso lo indefendible. Algunos añoran al general Maximiliano Hernández Martínez, quien masacró a 30,000 indígenas como podar un jardín en los años 30 bajo pretextos similares.
Esa sensación de nostalgia pone en evidencia una falla estructural en el país, donde desde la escuela, la iglesia y otras instituciones se ha formado a la población más para obedecer que para cuestionar, y para aceptar lo injusto como algo normal «porque siempre ha sido así». Bukele lo comprende perfectamente y se aprovecha de esa inclinación autoritaria, actuando como un hábil pero inescrupuloso publicista que promueve la narrativa del “antes y después” y del “nunca en la historia se había hecho…”, aunque durante sus primeros cinco años de gobierno haya inaugurado obras previamente gestionadas por administraciones anteriores, fruto de acuerdos con países y organismos internacionales de cooperación, presentándolas como logros propios.
La cárcel CECOT, ese mastodonte de concreto que el régimen promociona como una “joya arquitectónica”, es en realidad una catedral del miedo. Como un castillo medieval con fibra óptica, sirve tanto para encerrar cuerpos como para enviar un mensaje subliminal: aquí manda el miedo, y el miedo no debate.Promocionada como una «joya», es un símbolo grotesco de coacción y una campaña de marketing para atraer deportados desde EE. UU., aunque denuncias legales en los EE.UU ,han frenado ese «negocio».
El cierre a la información pública y el blindaje legal a funcionarios buscan ocultar corrupción y abusos. Sin embargo, las cloacas del poder comienzan a desbordarse con filtraciones que el régimen no puede contener. Esta no es solo una dictadura clásica; es una oligarquía familiar de origen árabe que se disputa la élite oligárquica y que se enriquece a aceleradamente desde la llegada al poder total, mientras la sociedad pierde derechos ganados tras décadas de lucha.
Un régimen que no teme la oscuridad, porque la produce.
El cierre de la información pública, el blindaje legal para funcionarios y la represión judicial sistemática tienen un objetivo claro: vaciar el lenguaje de significados. “seguridad” ya no implica tranquilidad, sino presencia militar. “orden” no significa justicia, sino silencio. Y “progreso” se ha vuelto sinónimo de obediencia.
Todo esto ocurre mientras una nueva oligarquía, perfectamente adaptada a los códigos del capitalismo global, florece bajo la sombra de la represión. Ya no son militares de alto rango, sino asesores, hermanos, primos, cuñados y empresarios con acceso directo al poder.
Ese estado de excepción prolongado, que comenzó como una medida contra las pandillas se ha transformado en un arma para justificar desalojos, despojos y la represión de protestas. Desde vendedores ambulantes hasta comunidades enteras, todos son blanco bajo esta excusa legal. Esta aberración legal se aplica desde vendedores ambulantes hasta jueces con conciencia, nadie está a salvo del latigo que castiga. Esa medida que se suponía de carácter transitorio, se ha vuelto una especie de «modo oscuro» del país: permanente, invasivo, pero cómodo y necesario para el poder actual.
Mientras tanto, una maquinaria digital de trolls y bots inunda las redes con narrativas favorables al régimen, atacando agresivamente a críticos y periodistas independientes. Es un bombardeo constante que fabrica una ilusión de apoyo masivo. Se trata cientos de trolls gubernamentales patrullan las redes como perros de presa digitales, masticando reputaciones, atacando opiniones con emojis de risa, fake news y amenazas criminalizantes (ordenan capturar) como lo promueven muchos Youtubers y opinólogos oficialistas ya reconocidos.
Un “nuevo autoritarismo» con aroma a naftalina.
Nayib Bukele, el presidente que se disfraza de millennial rebelde, pero actúa como un general con ínfulas de emperador romano, ha logrado lo que parecía impensable: reciclar los métodos represivos del siglo XX con la estética de Silicon Valley. Es como si Pinochet , Strossner ,Somoza o Videla ,hubieran hecho un curso de Neuromarketing digital.
El fenómeno no es original, pero sí inquietantemente eficaz. Porque Bukele no solo gobierna con mano dura, sino con pulgar rápido: el dedo que aprueba leyes exprés silencia a la prensa y firma selfies mientras se derrumba el Estado de derecho.
El Simulacro del Progreso.
Lo que en los años 80 se hacía con bayonetas y listas negras (de los próximos), hoy se ejecuta con algoritmos y storytelling. Y eso lo hace más peligroso. Porque mientras las dictaduras clásicas eran toscas pero predecibles, el autoritarismo actual se disfraza de eficiencia de modernización, incluso de justicia. Con medios y recursos tecnológicos a su servicio hasta sofisticados softwares israelís de espionaje como «Pegasus», que monitorean a todo tipo de actores clave perfilados desde la OIE (Organización de Inteligencia del Estado), bajo mandato de la casa presidencial.
Y, sin embargo, algo no cuadra. Porque cuando el control es total, toda grieta se vuelve subversiva. Las renuncias como la del comisionado de derechos humanos, Andrés Guzmán, no son casuales: son síntomas de un sistema que empieza a «olerse a podrido desde dentro.»
Se ha confirmado que a mediados de mayo presentó su renuncia el el comisionado de derechos humanos, el colombiano Andrés Guzmán, cuya gestión de tres años pasó prácticamente desapercibida(sin pena ni gloria). Durante su tiempo en el cargo, se distinguió no por defender los derechos fundamentales, sino por proteger con firmeza la imagen del gobierno, ocultando evidencias y minimizando violaciones graves a los derechos humanos que han ocurrido desde la pandemia de COVID-19 y a lo largo del cuestionado régimen de excepción.
Este mecanismo, instaurado como medida extraordinaria, se ha transformado en una herramienta para justificar cualquier acción del régimen en contra de la población organizada o no. Pero no hay antes sin memoria, ni después sin resistencia.
La tercera fuerza: Grietas que Iluminan.
En un país polarizado hasta el absurdo donde cuestionar al presidente equivale a “defender pandillas” y denunciar abusos es “apoyar agendas oscuras”, existe una tercera fuerza. No tiene millones, ni medios, ni megáfonos, pero tiene algo más potente: coraje y dignidad.
Esa resistencia está compuesta por comunicadores que escriben y comunican como si no tuvieran miedo, sindicalistas que marchan aunque los vigilen drones, y ciudadanos de todo tipo y ocupaciones que entienden que vivir en paz no es lo mismo que vivir en silencio,sumisos y con miedo.
Y, paradójicamente, es allí donde el régimen encuentra su verdadero límite. Porque el poder absoluto solo funciona si nadie se atreve a pensar en voz alta. Y en El Salvador, cada vez más personas comienzan a murmurar.
Hay comunidades enteras que, sin permiso de la historia oficial, han decidido seguir creyendo que la dignidad no es negociable. En medio de este panorama nefasto, surge una luz: la resistencia. Hombres, mujeres, movimientos y organizaciones se niegan a rendirse al fanatismo o al miedo.
Aunque minoritarios, estos actores son la esperanza de un El Salvador diferente:
Voces críticas, comunicadores, activistas y empresarios medianos desafían las amenazas y las capturas, también hay un sindicalismo valiente donde gremios no alineados protestan pese a la represión. Y se está gestando a paso lento una ciudadanía consciente.
Como un contingente que, como en otros momentos históricos, cree que otro país es posible y lucha por ello. Esta resistencia no es solo reacción; es proactividad. En una sociedad que aún no comprende plenamente sus derechos, estos luchadores son los verdaderos ejemplos a seguir, rompiendo el bucle de oscurantismo y retroceso.
Un escenario nefasto que no queríamos recordar.
Utilizan el miedo como arma: Con un aparato de seguridad operando con impunidad, el régimen infunde terror mediante capturas extrajudiciales y juicios masivos sin el debido proceso legal. Donde se calcula que cerca de 25,000 personas estarían detenidas sin causa clara, algunas hasta tres años.
A cada paso, la democracia se convierte en una estética vacía, como esas fachadas restauradas que esconden ruinas detrás. Ya el patron represivo , esta un larga lista de capturas y encarcelados sin derecho a defensa: enemigos politicos ,veteranos de guerra ,activistas sociales, defensores de D.H. , cooperativistas , lideres comunitarios ,trabajadores municipales,organizaciones que denuncian corrupción ,transportistas, es decir criminalizan la denuncia,la lucha social y sus organizaciones. Y la pregunta de cada día es ,¡Quien seguirá? , pues organizarse y defender derechos ¡No, es NINGUN delito¡.y hasta los vendedores ambulantes descubren que su verdadero delito fue no encajar en el diseño urbano del nuevo régimen y de sus agendas de acumulación de poder y riqueza.
El estado de excepción prolongado suspende derechos y legitima capturas que terminan en desaparición forzada y el secuestro institucionalizado para reprimir a activistas, opositores, periodistas, vendedores y sindicatos no alineados. El presidente, desde la asamblea legislativa «puyabotones» y el fiscal atacan con agresividad a las organizaciones humanitarias, acusándolas de agendas «extrañas», mientras un sistema judicial maniatado fabrica causas contra la sociedad civil. Los medios de comunicación en total obediencia, bajo órdenes directas, presentan a priori como culpables a los capturados sin presunción de inocencia, silenciando a la población con miedo y autocensura.
Gasto militar desmedido: Con 40 mil efectivos militares y más del 2.5% del PIB en seguridad, el régimen mantiene un aparato de guerra,donde se invierte 5 veces más en un elemento uniformado que en un estudiante universitario de la UES. El BID que aparente estar preocupada por las finanzas públicas (cuidan a su deudor-cliente) bien podría sugerir redirigir esos fondos a la economía productiva en lugar de obligar a los despidos masivos de personal esencial en ramos de salud educación y otros.
Polarización deliberada: El caos social encubre el enriquecimiento de una nueva oligarquía, familiar que controla los tres poderes del Estado. Este neofascismo tecno autoritario no es invencible. La tecnología que reprime también puede ser la herramienta de la resistencia para organizarse y denunciar globalmente.
Un futuro que no está escrito (todavía).
La historia salvadoreña ha sido escrita con sangre, pero también con tinta de dignidad. Lo que hoy vivimos no es un epílogo, sino un capítulo más. Y cada capítulo admite giros inesperados.
¿Hasta cuándo podrá sostenerse este castillo de naipes erigido sobre el miedo? ¿Cuánto tardará la sociedad en entender que los derechos no son regalos del poder, sino conquistas que se defienden día a día? ¿Qué pasará cuando la tecnología que reprime se convierta en el arma del pueblo que se organiza?
En esta encrucijada, Bukele vende falso progreso,pero practica y ofrece regresión histórica. La verdadera innovación está del lado de quienes se atreven a imaginar un país sin miedo. Un país donde gobernar no sea sinónimo de imponer, y disentir no sea motivo de encierro.
A lo largo de nuestra historia, hemos sido testigos de momentos oscuros que dejaron heridas profundas en el tejido social: dictaduras, exclusión, corrupción, represión, impunidad y desigualdad han marcado el rumbo de generaciones enteras. Estos hechos nefastos no deben olvidarse, pero tampoco deben repetirse. Reconocerlos con honestidad es el primer paso para sanar como nación.
¿Qué se necesita para romper el bucle?
Quizá más que una revolución, una revelación de la conciencia de que lo “nuevo” puede ser más viejo que lo viejo. Que la tecnología, sin ética, solo refina la brutalidad. Y que una sociedad que entrega su libertad por promesas de seguridad acaba perdiendo ambas.
Necesitamos construir un país que no repita hechos nefastos de nuestra historia, sino que por fin la reescriba con propósitos de que un país de todos y para todos sea posible. Un país donde la justicia no sea privilegio de unos pocos, donde la diversidad el pensar y ser diferente no sea motivo de exclusión, y donde el poder no se use para imponer el miedo, sino para sembrar esperanza.
Reescribir la historia no significa borrarla, sino darle un nuevo rumbo. Uno que esté impulsado por la dignidad humana, el respeto a las diferencias, y la voluntad colectiva de crear una sociedad más justa y solidaria.
Un llamado a la Acción.
El Salvador no está condenado a repetir su pasado. Este retroceso es una oportunidad de resiliencia para que la sociedad despierte y resista. Pues hay más ejemplos donde el pueblo vence dictaduras…
A la sociedad salvadoreña: Es hora de educarse en derechos, organizarse y exigir. La resistencia y la lucha social a todo nivel ,es inevitable.
A la comunidad internacional: Observar no basta; hay que presionar e incidir por el respeto a los derechos humanos y la democracia.
A los actores sociales: La lucha es ardua, pero la historia favorece a quienes persisten. Como dicen los evangelios, la audacia por la verdad es el camino y multiplicar el mensaje que en esta cruzada nacional de lucha social .»todas y todos cabemos».
Bukele se vende como cool innovador, pero su «novedad» es regresiva que aplica viejos esquemas represivos recilados en la era techno. La verdadera originalidad está en la resistencia, en una sociedad que aprenda a reclamar lo que le pertenece. Con compromiso y conciencia, otro El Salvador es posible.
El Salvador no está condenado, pero sí advertido. La historia a veces parece repetir ciclos superados hace 40 años . Hoy suena a una canción que ya escuchamos: represión, miedo, propaganda, riqueza concentrada… Pero también, a esa otra melodía suave pero insistente que siempre resurge: la de la resistencia, la organización, la esperanza que no se rinde.
Porque la verdadera innovación no es gobernar con Twitter (ahora X). Es negarse a olvidar. Es mirar al poder a los ojos y decir: hasta aquí.
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