
Relato de Manuel Alcántara: ¿Qué hacer en Soledad?
No se sabe a ciencia cierta cual es el estado más propio de los seres humanos. El animal social se confronta con el genuino egoísta. Lo colectivo frente a lo individual. En ese contexto, posiblemente el miedo sea el factor común presente en ambas situaciones. El temor a la violencia que pueda engendrar el otro sobre uno o la angustia de una vida ríspida que solo concluye con la muerte. El pánico como motor de la existencia en común, pero también del devenir individual.

Fuera de ello, sociabilidad y soledad suponen dos escenarios que se alternan en la vida de la gente. Las personas saltan de la primera al aislamiento con mucha frecuencia, algo que incluso se produce a lo largo de la misma jornada. Resulta difícil encontrar un patrón para entender ese comportamiento. A veces, se dice, es una cuestión que está presente en los individuos desde su nacimiento, otras es el resultado de la interacción con el medio en que se vive. En muchas se impone el azar. La biología y la cultura se entrelazan.
El comportamiento habitual que se deriva de una realidad a otra es de sobra conocido. La sociabilidad conlleva compañía, conversación, ciertas formas de altruismo, de mutualismo. También se relaciona con el espíritu gregario y el sentido cooperativo. Supone algún tipo de preocupación a prestar dedicación al embellecimiento personal, a adornos y acicalados que enaltezcan la presencia para llamar la atención de los demás. Tiene que ver con el establecimiento de códigos compartidos para regular el comportamiento, así como para fijar límites, canalizar la comunicación y entender las urgencias del resto a veces solo con una rápida mirada. La sociabilidad ayuda a expandir el potencial de la gente al crear redes, llenar de contenido a los mercados y hacer que el espectáculo sea una modalidad usual donde se den cabida en un solo espacio a actores y asistentes.

Por el contrario, la soledad supone incomunicación e introversión, así como la conciencia de la densidad del tiempo, la relatividad de las reglas, el individualismo y el triunfo del onanismo. En ocasiones, tiene que ver con el fracaso de un plan de vida, pero en otras se trata de una forma escogida de existencia no solo de carácter monacal. Para mucha gente requiere de entrenamiento frente a aquellas personas para las que su ejercicio es un estado natural. Su lugar teórico de ubicación es la naturaleza ejemplificada en el beatus ille, si bien cada vez más la soledad habita en numerosos hogares de edificios de muchas plantas en las grandes ciudades. El aislamiento se disimula entre la muchedumbre y su representación nunca requiere de público. Quien lo reclama se expone al repudio general, aunque en ocasiones pueda ser objeto de alabanza.
En cualquier caso, la cuestión tiene que ver con dilucidar en qué medida la forma en la que se realiza la actividad humana se relaciona con uno u otro estado. ¿Qué tipo de cosas se hacen mejor en soledad que en compañía? ¿En qué escenario la productividad es mayor? ¿Cuál favorece más la creatividad? ¿No es más cierto que la soledad auto impuesta, a diferencia de otros tipos de soledad, puede aumentar el bienestar que tan a menudo se asocia con la sociedad?

La pandemia y sus secuelas ayudaron a aclarar algo una situación que parecía definitiva. El denominado trabajo en casa, lejos del ambiente impersonal de oficinas, comercios o de centros fabriles multitudinarios, supuso una nueva forma no solo laboral sino de vida. Al cabo de unas semanas la gente tenía más o menos claro qué hacer en soledad. En un extremo, al final no había casi diferencia con las prácticas de siempre, aunque ciertas rutinas de carácter social como las impuestas por las pausas para tomar café cambiaran substantivamente. Pero en el otro extremo la confusión entre lo público y lo privado suscitaba una atmósfera tóxica que resultaba desesperante. En medio no dejaron de tenderse puentes con el vecindario al que se desconocía por completo.
Por otra parte, el quehacer solitario sufría de la ausencia física del público testigo tan habitual en la modalidad presencial. Entonces se trataba de interlocutores que en su caso lo eran de modo virtual y ya no se diga de los meros espectadores pasivos ahora completamente ausentes. El contraste en el panorama era llamativo y afectaba no solo al resultado de la acción sino al talante en el que la empresa se realizaba. Se compraba a través del teléfono y la comunicación personal requería de artimañas muy diversas a la hora de llevarse a cabo.

En una ocasión lo invitaron a pasar un fin de semana en un municipio muy próximo a Barranquilla. Algo que le fascinaba particularmente de aquel lugar era su nombre. ¿Cuál sería su origen? ¿Se habría inspirado García Márquez en el mismo a la hora de escribir la más famosa de sus obras? ¿El gentilicio de sus habitantes sería el de solitarios? Tampoco tenía ni idea de cómo se podría pasar el rato allí. ¿Existiría algún entretenimiento particular, museos, sitios de comida típica, lugares de especial significado? Para ello no dudó en preguntar a su inseparable oráculo al que poco a poco confiaba todas sus cuitas y era su guía cada vez que emprendía un traslado.
¿Qué hacer en aquella ciudad? Tecleó. La respuesta inmediata le aturdió pues una retahíla de propuestas de actividades insólitas se sucedió: leer, escribir, hacer una llamada, ver series, usar redes y tecnología sociales, intentar hacer un voluntariado en línea, practicar la autocompasión y el autocuidado, buscar ayuda profesional, le decía, si te sientes abrumado o no la puedes controlar… De inmediato se dio cuenta del error cometido. No había escrito correctamente con mayúsculas el nombre del sitio en el que se encontraba donde esperaba llevar a cabo otro tipo de actividades más sociables. Soledad, en el departamento del Atlántico.