
Museos: Las nuevas antigüedades.
Por: Diego Fernando González Argumedo*
El Consejo Internacional de Museos (ICOM) define a los museos como “una institución sin ánimo de lucro, permanente y al servicio de la sociedad, que investiga, colecciona, conserva, interpreta y exhibe el patrimonio material e inmaterial. Abiertos al público, accesibles e inclusivos, los museos fomentan la diversidad y la sostenibilidad. Con la participación de las comunidades, los museos operan y comunican ética y profesionalmente, ofreciendo experiencias variadas para la educación, el disfrute, la reflexión y el intercambio de conocimientos”.
A partir de esta definición, vale la pena preguntarse: ¿están cumpliendo todos los museos con este ideal?
Para empezar, los museos deberían ser espacios de investigación constante, capaces de abordar las preguntas e incertidumbres que preocupan a la sociedad. Ya sean museos generalistas o especializados —de arte moderno, historia natural, antropología o arqueología—, montar una exposición requiere de una investigación rigurosa que permita al curador comprender a fondo la temática y transmitirla con claridad al público. Esta tarea no se hace en solitario: requiere del trabajo articulado con museógrafos, diseñadores y comunicadores.
Sin embargo, en muchas regiones del mundo contar con un equipo de investigación permanente es un lujo, principalmente por falta de presupuesto, a pesar de que existen investigadores con el conocimiento y la capacidad necesarios. Si se superara esa barrera, los museos podrían generar repositorios de investigaciones que sirvan de base para exposiciones permanentes o temporales, o bien para publicaciones accesibles y rigurosas.
Uno de los grandes problemas de muchos museos es que parecen estar dirigidos solo a académicos, olvidando su función social. No es raro que el público los perciba como espacios excluyentes, debido a barreras como el costo total de la visita (transporte, entradas, consumo) o el uso de un lenguaje técnico difícil de comprender, sin apoyos didácticos que ayuden a interpretarlo. A esto se suma la falta de accesibilidad para personas con discapacidades visuales, auditivas, cognitivas o motrices.
Para cerrar estas brechas, los museos deben apoyarse en la tecnología: réplicas de piezas, textos en braille, narraciones activadas por bluetooth o infrarrojo, videos subtitulados, rampas de acceso y otras herramientas son claves para hacer de la visita una experiencia verdaderamente inclusiva.
Por su propia naturaleza, los museos son diversos, ya que casi cualquier tema puede ser “museable”. Esta diversidad se manifiesta tanto en la temática (arte, ciencia, historia, etc.) como en la manera en que se presentan las exposiciones. Por ejemplo, un museo de arte puede optar por mostrar obras modernas o clásicas, artistas locales o internacionales, arte académico o arte popular. Ya desde la planificación de las exposiciones, los museos pueden incorporar a grupos históricamente excluidos, como minorías étnicas o comunidades vulnerables. Las exposiciones deben hablarle al visitante, permitirle verse reflejado y sentir que el museo le habla directamente.
Visitar un museo debe ser una experiencia memorable. No solo por las exposiciones, sino por todo lo que las rodea: desde la llegada al edificio hasta las conversaciones que esa visita genera tiempo después. Este enfoque más amplio es el que define al “ecomuseo”: una institución que no se limita al inmueble, sino que integra también el territorio, los recursos naturales y culturales, y a las comunidades locales. Eso sí, hay que encontrar un equilibrio: un museo puede ser comunitario sin convertirse en un centro comunal. Las actividades deben responder a los intereses y saberes del público, sin perder la identidad museística, y deben realizarse con regularidad para mantener al museo como un espacio vivo, dinámico y significativo.
En este sentido, la función educativa de los museos es clave. Ya se llame educación, mediación, facilitación o moderación, lo importante es que exista una planificación clara, con espacios, materiales y personal capacitado para ejecutar las actividades. A diferencia de la escuela, el museo es un espacio de aprendizaje libre: cada visitante decide qué recorrer, qué mirar y qué aprender. Por eso, debe aprovecharse al máximo la tecnología y los recursos digitales. La Web 2.0 permite ofrecer catálogos en línea, exposiciones virtuales, guías de estudio, materiales complementarios, juegos interactivos y más. También permite crear contenidos para redes sociales, democratizando el acceso a la cultura y atrayendo nuevos públicos.
El impacto educativo de un museo es incalculable, pero solo si está bien pensado: debe despertar curiosidad, responder preguntas… y, por qué no, ¡plantear nuevas! Un museo que provoca reflexión es un museo vivo.
Es hora de que los museos se actualicen. No podemos seguir “innovando” con ideas que fueron revolucionarias en los años setenta, como la llamada nueva museología. Los profesionales del sector deben superar las viejas fórmulas académicas y conocer lo que se está haciendo en el mundo, con el buen juicio de adaptarlo a contextos donde aún falta formación y sensibilidad cultural. No será fácil, pero es necesario si queremos que los museos cumplan su verdadero rol social y cultural en el siglo XXI.
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* Arqueólogo, docente e investigador independiente