Por: MIGUEL BLANDINO.
Parece que fue ayer, como dice Manzanero, el pianista chaparrito oriundo de Yucatán, pero fue hace casi cincuenta años cuando el ministro de Economía de la RDA nos explicaba en una clase la ley económica fundamental que operaba en aquella sociedad socialista concreta.
Y explicaba que la construcción y el evidente desarrollo de esa sociedad socialista era posible precisamente porque se apegaba firmemente a la ley económica fundamental, que era su cauce y razón de ser.
Explicaba con suma sencillez aquel hombre que todo el bienestar social solo era posible porque el modelo de Estado estaba basado en una democracia popular, que en otras palabras significa dictadura del proletariado.
Los medios de producción principales y los estratégicos son del pueblo, señalaba. Existe propiedad privada individual y cooperativa pero, advertía, lo esencial, lo vital, le pertenece a toda la gente y sus beneficios económicos sirven para satisfacer las necesidades de toda la población.
Viviendas, hospitales, escuelas, agua potable, electricidad, comida y vestido asequible para cada quien, cultura y ciencia al alcance de todos se generan con el trabajo de todos.
Y su expresión seria de alemán, con el agravante de ser un alto funcionario -y encima profesor- se suavizaba cuando hacía uso de la frase “uno para todos y todos para uno”.
La mencionada ley -continuaba- se sintetiza diciendo que el socialismo pretende satisfacer de modo creciente las necesidades crecientes de todas las personas que forman la sociedad concreta. Nadie queda fuera en razón de sus características personales, edad, salud, color de piel, origen nacional, creencias personales o estado civil, etc.
Y queda clarísimo que la sociedad espera de cada cual su aporte para el sostenimiento y desarrollo de la misma.
Es decir, de cada cual de acuerdo a su capacidad, a cada cual de acuerdo a su necesidad, de modo creciente porque las necesidades también son crecientes.
Cada individuo protegido por el colectivo y el colectivo defendido por cada uno de sus integrantes.
Decía que esa ley era fácil de explicar y de comprender, puesto que ya había sido experimentada desde tiempos remotos por las sociedades humanas anteriores a las sociedades organizadas sobre la base de la propiedad privada, como el esclavismo, el feudalismo y el capitalismo.
Estas sociedades de propiedad privada son dictaduras en las que una clase minoritaria organiza el Estado para mantener subyugadas a las mayorías, mediante leyes e instituciones y, de manera fundamental, sobre la base de un ejército de hombres armados, cárceles, tortura y muerte.
A mis compañeros y compañeras de Chile, Argentina, Uruguay, Ecuador, Nicaragua, El Salvador y México no nos era extraña aquella plática, soterrados en la pobreza acumulada de siglos de opresión, explotación, de dictaduras militares y partido único fieles a las oligarquías y siervos del imperialismo saqueador de las riquezas de nuestro suelo. Veníamos del infierno capitalista de siglos de dictaduras.
Esa dictadura es “democracia” para los ricos y opresión para el resto, aunque exista apariencia de igualdad a la hora de escoger a los gobernantes que van a preservar el estado de las cosas.
En las sociedades pretéritas, apuntaba el profesor-funcionario, el sistema tenía como base el conocimiento de la necesidad preeminente de la participación colectiva de las personas aptas para el trabajo y para la defensa, para cuidar de la integridad del grupo y para satisfacer las necesidades más perentorias de todos los integrantes de la colectividad , sin dejar abandonados y olvidados a los viejos o a los niños.
Sin idealismos, sin teorías exóticas llegadas desde el extranjero, sino por el puro sentido común de sobrevivencia.
Eran esas las sociedades del comunismo primitivo.
En ellas, todo individuo sometía su interés personal al de la colectividad. Su vida individual y su destino estaba ligada de manera esencial a la de su comunidad. El peor de los crímenes, por lo tanto, era el acto que atentaba contra la integridad y la seguridad de todos y menoscababa su desarrollo. Esos actos atentatorios eran calificados como traición. El castigo para los traidores era el destierro o, en el más severo, la muerte del culpable.
Ese tipo de sociedad era anterior a la que conocieron los europeos cuando llegaron a este continente. Cuando ellos vinieron ya las castas sacerdotal, política y militar mantenían oprimidas a las mayorías. La propiedad privada dividía a la sociedad entre unos pocos ricos y las mayorías pobres.
Y no solo mantenían en el estado de postración al propio pueblo sino a otros pueblos. Esa fue la condición fundamental que facilitó la conquista europea y la destrucción de aquellas castas infames.
El odio de los oprimidos contra los opresores facilitó las cosas. Igual que hoy, las clases oprimidas escogen derribar a los gobernantes para intentar un experimento politico con sujetos desconocidos, supuestos novatos en política, que resultan ser antiguos operadores del crimen organizado internacional, como bukele y Noboa o Milei.
A diferencia de los sistemas de comunismo primitivo, aquellos que se inspiraban en las teorías de Marx, Engels, Lenin y otros pensadores, aplicados a las condiciones específicas de sociedades concretas del siglo XX, como las de Europa, Asia, África y América Latina, no se movían por criterios de urgencia o búsqueda de sobrevivencia inminente en un ambiente internacional de todos contra todos, sino por una planificación económica conscienzuda y una cooperación y ayuda mutua entre las naciones integrantes del Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME).
¿En ese socialismo era todo realmente tal como rezaba la ley económica fundamental? Sí. De modo categórico lo puedo afirmar. No me cabe ninguna duda.
Pero los detractores de la verdadera revolución, del sistema socialista, del Marxismo Leninismo, de la dictadura del proletariado, etc., dicen que aquellas sociedades nacionales estaban formadas por gente pobre, esclava, sin libertad, que vivía en ciudades grises y tristes.
Dos motivos pueden hacer que la gente diga eso. Uno, que sea ignorante y únicamente se haga eco de lo que escucha o lee, sin verificar; y, dos, que deliberadamente diga mentiras para desacreditar a quienes se atrevieron a romper las cadenas de la opresión burguesa.
Para la gente común y corriente, o sea, para más del noventa por ciento de la población mundial, una condición vital deseada es contar con agua limpia y segura y alimentación sana y suficiente para una nutrición adecuada, salud y servicios públicos que le garanticen el goce pleno de ese derecho, vivienda digna con todos sus servicios básicos, educación y cultura e instalaciones apropiadas para su aprovechamiento y disfrute pleno, empleo seguro y sano y salario adecuado para satisfacer las necesidades de la persona trabajadora y de sus dependientes, ropa y cosas elementales como esas. Y ese era el estado de cosas en las sociedades socialistas, en mayor o menor medida, de acuerdo con el nivel de desarrollo económico de cada país concreto.
Pero ello solo era posible porque la propiedad de los medios de producción estaba en las manos del pueblo. La riqueza no estaba concentrada en un grupo de familias oligárquicas, como en la actualidad.
Desgraciadamente esas sociedades perdieron la guerra y el imperio les impuso sus condiciones.
Hoy aquellos pueblos se arrepienten de no haber luchado lo suficiente.
Cuando veo a los salvadoreños arrepentidos al constatar la verdad detrás de los espejitos del vidrio bukelista, me viene a la mente el recuerdo de aquellos pueblos que cambiaron el bienestar por nubes de humo y películas de Hollywood en tiempos de Reagan y Thatcher.