
1 de mayo 2025: Un déjà vu de lucha, retrocesos y la urgencia de un despertar popular.
Por: Miguel A. Saavedra.
El Primero de mayo de 2025 conmemoraremos el 139º aniversario de la lucha de los mártires de Chicago, quienes en 1886 dieron su vida por la jornada laboral de ocho horas, sentando las bases del Día Internacional del Trabajador. Pero en El Salvador, este día no será solo una efeméride: será un grito contra el retroceso, un diagnóstico crudo de una crisis diseñada y una chispa para incendiar la resignación. En un país donde el salario mínimo es el segundo más bajo de Centroamérica, la canasta básica alimentaria se dispara un 23% o más desde 2021, y la inflación (IPC) crece entre un 24-27% en el mismo periodo, el pueblo enfrenta una ecuación económica brutal: ingresos estancados, precios inalcanzables y un gobierno que niega la pobreza mientras despide maestros, médicos y miles de trabajadores estatales. ¿Qué hacer diferente este 1º de mayo? Aquí desmontamos la narrativa oficial, analizamos la crisis y proponemos un camino sinuoso, pero necesario para romper el adormecimiento colectivo.
El contexto: Un país en punto de quiebre.
El Salvador vive una paradoja cruel. Mientras el gobernante y sus funcionarios repite hasta el cansancio y presume «éxitos» en seguridad y un supuesto bienestar, los números y la realidad cotidiana cuentan otra historia. Desde 2021, la canasta básica alimentaria –que incluye productos esenciales como frutas, verduras, frijoles y tortillas– ha aumentado al menos un 23% en comparación con los precios postpandemia, según datos de mercado y análisis económicos regionales. Este encarecimiento, impulsado por un esquema agro importador que privilegia las importaciones y la especulación de grandes proveedores, asfixia a las familias salvadoreñas. La producción local, abandonada, no logra competir, dejando al país a merced de monopolios que manipulan precios.
El salario mínimo, por su parte, permanece estancado hasta 2025, con un valor promedio de $365 mensuales (según el Ministerio de Trabajo), el segundo más bajo de Centroamérica, solo por encima de Nicaragua. En contraste, países como Costa Rica ($680) o Panamá ($600) duplican o triplican este monto. Este salario no cubre ni el 50% de la canasta básica, estimada en $700-$800 para una familia de cuatro personas. La inflación, medida por el Índice de Precios al Consumidor (IPC), ha escalado entre un 24-27% desde 2021, según proyecciones del Banco Central de Reserva y organismos internacionales. En términos simples: el dinero no alcanza. La gente deja de comprar alimentos esenciales, reduce comidas diarias o, como cínicamente sugieren funcionarios, «junta comidas para ahorrar». Este eufemismo es un insulto a un pueblo que enfrenta hambre y precariedad.
Mientras tanto, los diputados oficialistas ganan entre 12 y 16 veces el salario mínimo ($4,380-$5,840 al mes), acompañados de una planilla de asesores «ad honorem» en todas las entidades gubernamentales que incluye al círculo familiar presidencial. Esta élite, desconectada de la realidad, perpetúa un discurso que niega la pobreza y el hambre, mientras el país se hunde en una crisis social y económica agravada por políticas ultra-neoliberales.
Retrocesos: La Motosierra Neoliberal y la Pérdida de Derechos.
Desde 2019, El Salvador vive un desmantelamiento sistemático de los derechos laborales y sociales. La justicia laboral es inexistente: el Ministerio de Trabajo, lejos de defender a los trabajadores, actúa como un ejecutor de las políticas del régimen. Las centrales sindicales, otrora baluartes de la lucha obrera, han sido cooptadas o silenciadas, vendiendo sus causas a cambio de favores políticos. Este vacío ha dejado a los trabajadores sin intermediación ni defensa frente a abusos patronales y estatales.
La «motosierra ultra-neoliberal», inspirada en recetas del Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM), ha cortado proyectos sociales, eliminado plazas esenciales y despedido a decenas de miles de empleados públicos. Solo en 2023-2024, se estima que más de 30,000 trabajadores estatales perdieron sus empleos, y las cuentas de despidos en el Estado siguen, según reportes de organizaciones de derechos humanos.
Estas acciones, justificadas como «austeridad», han debilitado servicios clave como salud y educación, mientras cualquier intento de protesta es reprimido con leyes draconianas o la intervención de cuerpos de seguridad.
A este panorama se suma la deportación masiva desde Estados Unidos, impulsada por las políticas de Donald Trump. Se proyecta que, en 2025, hasta 250,000 salvadoreños podrían ser retornados, llegando a un país sin empleo, con un salario mínimo insuficiente y una canasta básica inalcanzable. Este «punto de quiebre» amenaza con colapsar un sistema social ya frágil.
El desafío del 1º de mayo: romper el adormecimiento colectivo.
El Primero de mayo de 2025 no puede ser un ritual más de pancartas y discursos vacíos. La historia nos enseña que los grandes cambios nacen de la acción colectiva audaz e innovadora. En un país donde el régimen ha logrado una hegemonía mediática, manipulando narrativas y adormeciendo a las mayorías con promesas mesiánicas, el desafío es claro: despertar al pueblo sin juzgarlo, construir puentes fraternos y desmontar el adoctrinamiento que equipara seguridad con la renuncia a derechos.
¿Qué hacer diferente?
El 1º de mayo 2025 no debe ser un ritual más, sino el nacimiento de una resistencia que desmantele el miedo recupere la dignidad popular y trace un rumbo claro hacia un El Salvador donde el pan alcance. La propuesta no solo es viable; es una chispa que puede incendiar la resignación y demostrar que, como decía Eduardo Galeano, «el pueblo no es mudo, solo está callado, esperando el momento de hablar».
Aquí proponemos un plan desde abajo, centrado en la creación de un Gabinete Popular y su plataforma permanente debe articular una demanda unificadora que trascienda la polarización y conformar una plataforma permanente de lucha y reivindación sectorial y colectiva (pues hay que tener rumbo y camino claros), junto estrategias para romper el circo mediático del régimen.
La propuesta del Gabinete Popular y la ruptura del circo mediático es una respuesta visionaria a la crisis salvadoreña, con el potencial de inspirar a otros países latinoamericanos. Su fuerza radica en su arraigo popular, su enfoque multisectorial y su combinación de acción inmediata con visión estratégica. Sin embargo, debe anticipar la represión, la polarización y la desconfianza, aprendiendo de éxitos y fracasos regionales. La experiencia latinoamericana –desde el zapatismo hasta las asambleas argentinas– muestra que los movimientos triunfan cuando son inclusivos, creativos y resilientes.
Acciones inmediatas para crear esperanza a la gente.
-Lanzar el Gabinete Popular como plataforma permanente:
-Convocar asambleas locales para definir una agenda Y dar a conocer un manifiesto popular en formatos para dejar a la población un mensaje y símbolo unificador,
-Construir solidaridad práctica para desmontar el miedo,
-Crear redes de protección y denuncia comunitaria.
-Exigir programas de reconversión laboral y regulaciones para atender las deportaciones de cientos de miles de compatriotas que ya está en marcha.
-Educar y movilizar contra el adoctrinamiento y adormecimiento mediático del régimen.
¿Por qué la gente no se organiza y defiende sus derechos?
La falta de organización no es un accidente, sino el resultado de un entorno diseñado para desmovilizar. Los siguientes factores explican esta parálisis:
Hegemonía mediática del régimen.
El gobierno del carcelero de Trump ha perfeccionado un «circo mediático» que satura redes sociales, medios tradicionales y conversaciones cotidianas con una narrativa de éxito: «seguridad total», «progreso» y un líder mesiánico que «resolvió» los problemas históricos. Esta propaganda deslegitima las luchas populares, presentándolas como ingratitud o conspiraciones de «los mismos de siempre». El régimen explota el cansancio colectivo hacia la política tradicional, haciendo que la gente vea cualquier organización como inútil o sospechosa.
Desprecio a lo popular:
El discurso oficial estigmatiza a los sectores populares –obreros, campesinos, sindicatos– como «vagos», «violentos» o «reliquias del pasado». Este desprecio, combinado con la glorificación de un modelo ultra-neoliberal (inspirado en recetas del FMI y Banco Mundial), convence a muchos de que sus demandas son ilegítimas. La renuncia a derechos laborales, como la estabilidad o la libertad sindical, se normaliza como un «sacrificio necesario» por la seguridad.
Miedo y represión sistemática:
El estado de excepción prolongado, la vigilancia policial y leyes que criminalizan la protesta han creado un clima de terror. Cualquier intento de organización enfrenta detenciones, despidos o estigmatización pública. Los cuerpos de seguridad actúan como un «tanque» que aplasta pancartas y voluntades, mientras los medios del régimen amplifican el mensaje: «Protestar es traición».
Apatía y desconfianza histórica:
Décadas de traiciones por parte de líderes sindicales, partidos políticos y movimientos han dejado una herida profunda. Las centrales de trabajadores, cooptadas desde 2019, Y sus lideres visibles vendieron las causas obreras, generando escepticismo hacia cualquier iniciativa colectiva. La gente pregunta: «¿Para qué organizarme si siempre nos usan o nos abandonan?».
Sobrevivencia inmediata:
La crisis económica –inflación del 24-27% desde 2021, salario mínimo de $365 que no cubre la canasta básica ($700-$800)– obliga a las familias a priorizar la supervivencia diaria. Trabajar turnos dobles, reducir comidas o migrar dejan poco espacio para la organización. La apatía no es desinterés, sino agotamiento.
Desarticulación social:
La polarización entre quienes apoyan al régimen y quienes lo cuestionan fragmenta las comunidades. El régimen fomenta esta división, presentando a los críticos como enemigos del «progreso». Además, la llegada masiva de deportados (proyectada en 250,000 para 2025) y la amenaza de la automatización (30% de empleos en riesgo, según el Índice de Exposición Laboral del Banco Mundial) generan incertidumbre, debilitando la cohesión social.
¿Qué corresponde hacer a los actores y movimientos organizados?
Para enfrentar este ambiente de anti-organización, los movimientos organizados –sindicatos independientes, colectivos campesinos, asociaciones de deportados, feministas, estudiantes, comunidades de base– deben abandonar las tácticas tradicionales (marchas reprimidas, discursos vacíos) y adoptar un enfoque y respuesta creativa que desmantele el desprecio a lo popular, sacuda la apatía, reconstruya la confianza y neutralice el miedo. Donde un plan estratégico definido, pero flexible, diseñado para evadir el «tanque del régimen» y movilizar al pueblo desde las grietas del régimen (los detalles y acciones concretas se deben discutir «puertas adentro»).
Riesgos y desafíos.
Represión y vigilancia. El régimen salvadoreño ha perfeccionado la represión selectiva (detenciones, vigilancia digital, estado de excepción). Acciones públicas, incluso creativas, pueden ser infiltradas o criminalizadas. La experiencia de las protestas en otros países muestra cómo los regímenes autoritarios neutralizan movimientos con inteligencia estatal.
Fragmentación y polarización. La sociedad salvadoreña está dividida entre quienes apoyan al régimen (seducidos por la narrativa de seguridad) y quienes lo cuestionan. Esta polarización, agravada por la llegada de deportados y la estigmatización de los críticos, dificulta la unidad. En Brasil, la polarización bolsonarista fragmentó movimientos sociales, un riesgo que El Salvador debe anticipar.
Desconfianza histórica. La traición de las centrales sindicales desde 2019 y el oportunismo de algunos líderes han dejado un escepticismo profundo. Sin resultados visibles a corto plazo, el Gabinete Popular podría ser percibido como «más de lo mismo». En Honduras, movimientos post-golpe de 2009 enfrentaron este desafío, con resultados mixtos.
Limitaciones logísticas. Las organizaciones y los movimientos no tienen a la mano los millones que utiliza el gobierno cada día para mantener su imagen y falacia 24/7. La pobreza extrema y la falta de recursos dificultan sostener un movimiento nacional. Evitar protagonismos y traiciones es crucial para mantener la unidad y la confianza, asegurando que el movimiento no se diluya en «cuatro gritos en una esquina».
Blindar el movimiento contra la cooptación y la inacción misional:
Es más que una estrategia logística; es un acto de rebeldía que desafía el desprecio del régimen hacia lo popular. Un código ético público, una estructura horizontal y no electoral, y una transparencia radical son herramientas para reconstruir la confianza en un pueblo herido por traiciones. En El Salvador de 2025, donde el hambre, el desempleo y la represión amenazan con apagar la esperanza, estas medidas pueden mantener viva la chispa de la resistencia.
Establecer un código ético público que prohíba a los delegados aceptar beneficios del gobierno o postularse a cargos electorales por al menos cinco años. Publicar todas las decisiones en plataformas abiertas para garantizar transparencia. Sin embargo, su enfoque centrado en ser una estructura horizontal, descentralizada y no electoral que la distinga de experiencias previas que a menudo sucumbieron al personalismo, el casamiento partidario ciego, la cooptación o la burocratización.
En El Salvador, hay precedentes que tomar muy en cuenta donde se evidencia que la alianza ciega de organizaciones y movimientos con el poder de turno conduce al colapso: en los años 80, las organizaciones sindicales y campesinas de UNOC se entregaron como aliados ciegos e incondicionalmente al gobierno de Napoleón Duarte, resultando, tras su mandato hasta 2019, en la destrucción total, desaparición y desmantelamiento de la base campesina, con más de 2,000 cooperativas de la reforma agraria aniquiladas. Y de la dolorosa lección del FMLN, que al asumir el Ejecutivo y otros poderes desactivó la lucha popular, promovió clanes y nutrió un sindicalismo parasitario, terminó en una traición devastadora que facilitó que falsos líderes desertaran de las causas obreras para sumarse al régimen de Bukele, atraídos por prebendas y puestos.
Este historial de cooptación y deslealtad resalta la necesidad de proteger el Gabinete Popular con un código ético público y una estructura horizontal, descentralizada y no electoral, asegurando que la resistencia de 2025 no caiga en los mismos errores y permanezca fiel a un pueblo que demanda salario digno, soberanía alimentaria y justicia social. Lección todavía no aprendida, ¡Los pueblos y sus causas van más allá de los poderes políticos eventuales ¡
Llamado a la Acción.
Organicen ollas comunes, pinten las calles con arte, hablen en los mercados con datos y corazón. Construyan el «Gabinete y Plataforma Popular», no como un sueño, sino como escuchen a la madre que no compra frijoles, al deportado que llega sin nada, al obrero despedido sin razón. No juzguen a quienes creyeron en promesas vacías; invítenlos a una mesa solidaria. Usen la creatividad para evadir la represión, la transparencia para blindarse de traiciones y la memoria para recordar que este pueblo ya venció gigantes.
A los desvalidos de siempre: Ustedes no están solos. El desprecio del régimen no define su valor. Organicen su barrio, compartan una tortilla, escriban una canción, y juntos haremos que el pan alcance para todos. ¡El Salvador despierta! ¡Lo popular no se rinde!
A los actores y movimientos organizados: Este Primero de mayo 2025, dejen de gritar dispersos cada quien en su esquina mientras el tanque del régimen avanza. siembren el Gabinete Popular con directivas comunales en cada barrio, mercado y caserío. Lleven una tortilla, un pincel, una canción. Hablen con el vecino que teme, con el deportado que llega, con la madre y el vecino que no come. Ir forjando una red viva de barrios, campesinos, deportados y trabajadores que diga: «¡Basta!». Evadir el tanque del régimen con creatividad y solidaridad. Conecten con luchas latinoamericanas, porque este fuego no arde solo.
Al pueblo salvadoreño. Ustedes son la raíz de este país. No dejen que el desprecio los apague. Organicen su comunidad, compartan su historia, y juntos hagamos que el futuro sea nuestro.
Que este 1º de Mayo, que cada barrio sea una asamblea, cada tortilla un símbolo, cada conversación una chispa. Movimientos organizados: unan al pueblo, evadan la represión con creatividad, y construyan el Gabinete Popular como un faro de resistencia. Pueblo salvadoreño: el futuro es nuestro si despertamos juntos. ¡Por un El Salvador digno, el pueblo se levanta!
¡Por un El Salvador digno, el pueblo se levanta! por pan, tierra, trabajo, libertad y futuro digno para todos y todas.
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