Por José María Tojeira, SJ.
Kilmar Ábrego, un salvadoreño sencillo, sin mayores recursos económicos o personales, está poniendo nerviosos tanto al presidente Trump como a nuestro presidente Bukele. Los dos presidentes han cometido errores que han dañado a personas, lo cual es lógico, pues nadie es perfecto, y cuando se está en el poder se cometen normalmente errores más fuertes que hacen sufrir más a las personas. Pero el caso de Kilmar les ha molestado especialmente. O al menos eso demuestra el hecho de que hayan hablado de él con una frecuencia inusitada. Muchos han sido en Estados Unidos los que han perdido el trabajo, o los que han sido deportados, pero ninguno de ellos ha merecido ni una sílaba personalizada de Trump. Del mismo modo muchos han sido deportados y recibidos en el CECOT, pero a ninguno de ellos los ha mencionado por el nombre el Presidente Bukele. Y eso a pesar de que el nombre de algunos venezolanos salieron ya del anonimato de la deportación, sus apellidos han sido publicados en periódicos locales y tienen abogados aquí en El Salvador que los defienden. En ese sentido es importante preguntarnos cuál es la razón de que estos dos presidente estén ardidos y molestos con Kilmar, un pobre salvadoreño migrante que normalmente, como tantos otros migrantes, hubiera quedado en el anonimato de las injusticias del poder.
En realidad se pueden enumerar muchos datos concretas. Pero la razón de fondo de esa especie de cólera que le lleva a Trump a mentir diciendo que es un terrorista, o a Bukele a burlarse de él por unas “margaritas” que pusieron sus funcionarios sobre la mesa del encuentro de Kilmar con el senador Van Hollen, es relativamente sencilla. El caso Kilmar ha expuesto con claridad la injusticia que está detrás de esas deportaciones claramente teñidas de racismo que Trump ha impulsado en estados Unidos. Y de la misma manera en El Salvador hemos visto no sólo el odio de Trump, sino la absoluta irregularidad legal de la detención de Kilmar. Por eso ya antes de que lo dijera Van Hollen ya afirmábamos acá que había más de secuestro que de detención. Con Kilmar no hay manera de combinar su encarcelamiento con las garantías y derechos que aseguran los artículos 11, 12 y 13 de nuestra Constitución. En otras palabras, que lo que irrita a los dos presidentes, es que el caso Kilmar ha puesto en evidencia tanto la crueldad como la ilegalidad de sus acciones. Acostumbrados a no mencionar por sus nombres a los pobres y sencillos que sufren injusticias, a Kilmar lo mencionan, uno con odio y mentira y el otro con burlas y aceptando sin crítica la posición de Trump. Pero esas menciones tan faltas de realismo y seriedad solo contribuyen a que más gente se dé cuenta de lo mal que uno trata a los migrantes y lo mal que el otro trata a los presos, más allá de que sean inocentes o culpables.
Esa incapacidad de proceder con justicia y humanismo en el caso Kilmar, que ciertamente tiene su origen en el estilo autoritario de Trump, ha levantado fuertes corrientes de solidaridad, tanto en Estados Unidos como en El Salvador. La presencia de un senador norteamericano, el demócrata Chris Van Hollen, dobló por primera vez el brazo de nuestro presidente a la hora de mostrar a un detenido en esas condiciones especiales de nuestras cárceles. Y en ese sentido dejó clara también la injusticia de mantener sin visita familiar a tantos privados de libertad en El Salvador. Lo que se hace excepcionalmente con una persona forzado por la influencia de otro, termina dejando clara la injusticia que se comete con otros que no tienen el apoyo solidario externo que tiene Kilmar. Si algo es decente y justo entre nosotros, es dejar libre a Kilmar y ayudarlo como se ayuda (ojalá que así sea) a cualquier salvadoreño inocente deportado desde los Estados Unidos solo por no tener papeles. No hacerlo, solo logrará que el caso Kilmar se convierta en un caso internacional de desprestigio para nuestro país.