Por: Miguel a. Saavedra.
Un cristo vivo que transforma el mundo: ¡Resucita con él, lucha por la vida!
El Nazareno resucitado: Un grito vivo contra las «Nuevas Romas»
La resurrección del Nazareno no es un mero hecho histórico, un relato congelado en el tiempo para ser venerado desde lejos. Es una fuerza viva, un desafío ardiente que nos enseña a sobrellevar las vicisitudes y tribulaciones de estos nuevos tiempos, donde las «nuevas Romas» y sus serviles tecno dictadores imponen sistemas de control, desigualdad y deshumanización.
Desde la Teología de la Liberación, la resurrección de Jesús es más que un milagro pasado; es un llamado a resistir, a transformar, a resucitar cada día frente a las cruces impuestas por el poder. Como dice Gustavo Gutiérrez, «la resurrección es la afirmación de que la vida prevalece, incluso en medio de las estructuras de muerte» . En un mundo de algoritmos opresivos, vigilancia digital y explotación renovada, el Nazareno resucitado nos guía para enfrentar a estos nuevos tiranos con la misma humildad audaz que él mostró ante el imperio.
El Nazareno: caminante, redentor, rebelde
Jesús, el carpintero de Galilea, lejos de los sabios de la ley y los poderosos del reino, trajo una forma distinta de amar; un amor comprometido con los últimos, esos desnudos, y olvidados, un amor que desafía a los tiranos con sandalias de caminante. Predicó buenas nuevas en tiempos oscuros, expulsó a los mercaderes que corrompían el templo y vivió como siervo fiel de la ley divina, aun en medio de las tribulaciones de su tierra. Su muerte en la cruz fue una entrega generosa, un sacrificio con propósito para cumplir el designio redentor.
Como señala Jon Sobrino, «la cruz de Jesús es el precio de su fidelidad al proyecto de Dios: la liberación de los oprimidos» (Cristología desde América Latina). Su resurrección es la promesa cumplida, la prueba de que el amor vence al imperio, que la vida triunfa sobre la muerte.
Este misterio de la resurrección trasciende lo individual. No es solo la salvación de los «justos y santos», sino una redención que abraza a los «profanos», a los descartados, a los que luchan en las periferias. La resurrección es un principio ejemplificante: cada persona puede levantarse de sus propias cruces, y esa transformación personal debe reflejarse en colectivos que asumen el reto de construir un mundo justo. En palabras de Leonardo Boff, «la resurrección es la irrupción de la vida en las estructuras de muerte, una esperanza que se hace acción» (Pasión de Cristo, Pasión del Mundo).
Un faro para sobrellevar las tribulaciones
El Nazareno resucitado es faro, refugio y madre que anima y reanima. Es consuelo y aliento para quienes enfrentan las ignominias de nuestro tiempo: la pobreza sistémica, la vigilancia tecnológica, los serviles tecno dictadores que concentran poder mientras despojan a las mayorías. Su ejemplo de sacrificio nos enseña a llevar la cruz propia y la de otros con alegría consciente, preservando una reserva moral para los tiempos difíciles. La resurrección no es un evento que la «ciencia sempiterna» pueda descifrar, pero se manifiesta en quienes sueñan y luchan, en las comunidades que celebran la vida digna en cada acto de resistencia. Como afirma Ignacio Ellacuría, «la resurrección de Jesús nos llama a ser sujetos históricos de la liberación, a hacer realidad el Reino en el aquí y ahora» (Escritos Teológicos).
El resucitado vive en las ollas comunes de los barrios en Argentina, en las marchas contra el extractivismo (minería)en El Salvador, en los corazones que se niegan a aceptar la injusticia como destino. Su profecía, anunciada en el templo y explicada a los más cercanos, se cumple cada vez que alguien se levanta contra la opresión. La resurrección no es un milagro para contemplarlo, sino una fuerza que nos impulsa a caminar, a denunciar, a transformar.
La enseñanza del resucitado: Un camino de esperanza
La resurrección nos guía, fortalece nuestras voluntades y da propósito a nuestras luchas. Nos invita a ser como el Nazareno: «caminantes de buenas nuevas, rebeldes con humildad», constructores de un mundo donde la vida sea digna para todos. Su victoria sobre la muerte es nuestra esperanza para vencer el «pecado social» que aún nos crucifica, desde las nuevas Romas digitales hasta los mercados que mercantilizan la vida. En cada gesto de solidaridad, en cada paso hacia la justicia, el Resucitado está vivo, acompañándonos.
¿Qué significa que Jesús resucite hoy? No es un milagro para contemplarlo en vitrales, sino un desafío para caminar con los crucificados de este mundo y hacer que su vida triunfe sobre la muerte.
Imagina al Nazareno, no como una figura etérea flotando en nubes, sino como un compañero de lucha, con las manos callosas de carpintero, los pies polvorientos de Galilea, y los ojos encendidos de quien sabe que la justicia no espera. La resurrección, en la mirada de la Teología de la Liberación, no es un escape espiritual, sino una irrupción política, social y profundamente humana. Jesús no resucita para que lo adoremos en silencio, sino para que nos levantemos con él, para que seamos sus manos que construyen, sus voces que denuncian, sus pasos que marchan.
La fe en el Resucitado es disruptiva porque no se conforma con rezos pasivos. Es una fe que suda, que sangra, que se juega la vida. En los barrios donde el hambre muerde, en las protestas donde la dignidad se defiende, en las comunidades que resisten al despojo, ahí está el Nazareno vivo. La Teología de la Liberación nos recuerda que la cruz no fue el final, pero tampoco un símbolo de sumisión. La cruz es el preludio de la victoria, y la resurrección es la prueba de que el amor es más fuerte que el imperio, que la solidaridad es más poderosa que la muerte.
Hoy, creer en la resurrección es un acto de rebeldía. Es negarse a aceptar que la pobreza es inevitable, que la injusticia es eterna, que los sistemas que aplastan a los pequeños son indestructibles. El Nazareno resucitado no nos pide oraciones vacías; nos pide manos que siembren, corazones que ardan, vidas que se entreguen. Como dice Gustavo Gutiérrez, «la fe en Cristo muerto y resucitado no es una evasión, sino un compromiso con la historia». La resurrección no es un final feliz; es el comienzo de un futuro mejor y diferente.
Que nos dijo San Oscar Arnulfo Romero:
«La Alianza de los hombres con Dios, significa adoración al Creador de todo, respeto a sus leyes, respeto a la naturaleza, justicia en el reparto de los bienes que Dios ha creado para todos, cuidado de la naturaleza.»
— Homilía del Domingo de Resurrección, 15 de abril de 1979.
Romero conecta la resurrección con un llamado a la justicia social, recordando que la fe implica un compromiso con el reparto equitativo de los bienes y el cuidado del mundo, en un contexto donde la desigualdad en El Salvador era abrumadora.
«Y aquél que con esta fe puesta en el resucitado trabaje por un mundo más justo, reclame contra las injusticias del sistema actual, contra los atropellos de una autoridad abusiva, contra los desórdenes de los hombres explotando a los hombres, todo aquél que lucha desde la resurrección del gran libertador, sólo ése es auténtico cristiano.»
— Pronunciada el 26 de marzo de 1978, esta frase refleja cómo Romero veía la resurrección como un acto de liberación que debe traducirse en lucha social. La fe en el Resucitado no es pasiva; exige un compromiso activo contra las injusticias, como las que sufría el pueblo salvadoreño bajo un régimen opresivo. Romero enseña que la autenticidad cristiana se mide por la acción concreta en favor de la justicia, uniendo fe y realidad social.
Estas frases de San Óscar Arnulfo Romero, pronunciadas en el contexto del Domingo de Resurrección, muestran su capacidad para entrelazar la enseñanza teológica con la fe viva y la realidad social de su pueblo, inspirando una espiritualidad que no se queda en lo abstracto, sino que se encarna en la lucha por la justicia y la dignidad humana.
Mensaje Final:
No temas las cruces de estos tiempos, porque el Nazareno resucitado camina contigo. Su enseñanza y ejemplo te protegen, te inspiran, te llaman a ser luz en la oscuridad.
Que esta Pascua no sea un ritual más. Que sea un despertar. Que el Nazareno resucitado nos encuentre, en las iglesias que veneran tu recuerdo, pero también en las calles llenas de vida, en las luchas llenas de esperanza. Porque creer en la resurrección es creer en la posibilidad de un mundo nuevo. Y ese mundo no se espera: se construye.
¡Cristo resucita en la lucha! En un mundo que ignora a los más vulnerables, a los pobres y marginados, a los migrantes señalados por su diferencia o vistos como enemigos políticos por su pensamiento disidente, y a las minorías que no se doblegan ante el poder ni adulan a sus representantes. En El Salvador, donde un megalómano gobernante, cegado por un delirio de grandeza imperial, define e impone el progreso como el beneficio de sus allegados, mientras la justicia se somete a su arbitrio y capricho, donde la soberanía es negociable y está al servicio del patrón imperial. Que la Pascua se convierta en la celebración de la alegría y la resurrección de los pueblos y de toda la humanidad.
¡Levántate, resiste, resucita con Él! Frente a las nuevas Romas y sus tecno dictadores, el Reino se construye hoy, y tú eres parte de esa promesa viva.
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