Por: Miguel A. Saavedra.
Se acerca la Semana Mayor, un tiempo para detenerse y recordar a aquel hombre de ayer y hoy que dio todo por los demás, incluso su vida, enseñándonos que la verdadera grandeza está en resistir por la justicia. En este El Salvador nuestro, donde los de a pie comen salteado y cargan una cruz cada vez más pesada, que esta reflexión nos dé fuerza para nombrar nuestra verdad. No podemos callar ante los adoradores del poder que, escudados en un imperio global de mentiras, nos imponen un yugo disfrazado de progreso. Nuestra cruz no es solo la pobreza o el miedo; es ver cómo hipotecan nuestra dignidad mientras el mundo aplaude el show.
Playas para los ricos, cárceles para los rebeldes.
Las pantallas globales nos venden un El Salvador de ensueño: olas perfectas en Las Flores, y El Zonte o EL Zunzal , eventos internacionales del Surf, donde en años anteriores se ofreció y promovió el Bitcoin como la llave de la prosperidad, y un «líder visionario» que doma el caos. Pero detrás del maquillaje mediático hay un laboratorio de autoritarismo neoliberal. El proyecto turístico que juraba sacar de la pobreza a los municipios costeros ha mutado en una máquina de despojo en comunidades y población que mayoritariamente han votado consecutivamente por él.
Comunidades enteras han sido desalojadas, sus tierras expropiadas a precio de miseria para construir carreteras y resorts que no verán jamás. La «libertad» del Bitcoin, ese experimento que iba a revolucionar la economía no es más que un espejismo para encubrir el desgobierno y la entrega de soberanía a inversionistas extranjeros.
Mientras tanto, las playas públicas se convierten en feudos privados, cercadas para los negocios de los allegados al régimen —bitcoiners, inversionistas árabes, chinos o cualquier inversor (de referencia extranjero) que ofrezca negocios «convenientes»— que operan con permisos exprés y exenciones fiscales. Un escándalo reciente en Los Cóbanos revela cómo una playa en zona ambiental protegida terminó en manos de la familia presidencial, según investigaciones periodísticas. Es el retrato de un país hipotecado, donde todo se vale para los privilegiados.
El negocio carcelero: la nueva economía de exportación salvadoreña.
Si antes El Salvador exportaba café, ahora negocia humanos reclusos, sean estos culpables o no. CECOT La mega cárcel de Bukele, exhibida como el trofeo de la «guerra contra las pandillas», es el eje de un negocio macabro. Con el país convertido en el líder mundial en tasa de encarcelamiento, el régimen no solo reprime; monetiza el sufrimiento. Reportes desde Estados Unidos, como el de 60 minutos, señalan que el 75% de los deportados enviados a CECOT no tienen antecedentes penales.
La mega cárcel CECOT, emblema del régimen de Nayib Bukele, ha convertido a El Salvador en el país con la mayor tasa de encarcelamiento del mundo, con una cifra que supera los 1,600 presos por cada 100,000 habitantes. Más allá de un centro de reclusión, CECOT es una pieza clave en la maquinaria de propaganda y represión del gobierno, proyectada como un trofeo de «mano dura» contra el crimen.
Sin embargo, mientras en esta fortaleza de concreto se exhiben a delincuentes convictos por crímenes graves, el resto del sistema penitenciario es un agujero negro donde miles languidecen sin justicia. Hasta 87,000 personas, según reportes oficiales, están privadas de libertad, muchas atrapadas hasta tres años sin debido proceso. Entre ellas, hay casos documentados de personas con órdenes de libertad emitidas por jueces, pero los alguaciles bajo el mando de Osiris Luna, director del sistema penitenciario, se niegan a liberarlas. Su rol como director penitenciario ha sido cuestionado por presunta corrupción y por mantener a personas encarceladas injustamente, ignorando resoluciones judiciales.
El Salvador 2025: La farsa de los derechos humanos bajo aplausos foráneos.
Pese a los desmanes que han dejado una estela de 370 muertes de personas encarceladas —muchas sin una condena firme, atrapadas en un limbo de abusos y negligencia—, el secretario de Estado de EE. UU., Marco Rubio, no escatima elogios al régimen de Nayib Bukele. Desde la comodidad de Washington, Rubio alaba un supuesto trabajo anticorrupción y celebra «avances» en materia de derechos humanos que brillan por su ausencia. Es un lavado de cara grotesco, orquestado por alguien que no pisa el polvo de las comunidades salvadoreñas ni siente en carne propia el peso de un sistema que encarcela inocentes, silencia disidentes y convierte la justicia en un espectáculo mediático. Mientras las familias lloran a sus muertos y miles claman por procesos justos, las loas de Rubio revelan una desconexión abismal: aplauden un espejismo de orden que se edifica sobre el sufrimiento de un pueblo, ignorando la sangre que mancha las celdas de un país convertido en prisión.
El negocio carcelario es redondo: cada preso genera un ingreso de aproximadamente $200 cada dos meses, supuestamente para utensilios personales, aunque la opacidad del sistema deja dudas sobre su destino real. Este esquema, denunciado en plataformas como X, revela una lógica perversa donde la libertad se convierte en moneda de cambio y los derechos humanos en un lujo inalcanzable. Bajo un estado de excepción que lleva tres años prorrogado —extendido hasta marzo de 2025, y sin fin a la vista—, cualquier señal de disidencia es aplastada sin miramientos. Protestar, cuestionar o simplemente estar en el lugar equivocado puede costarte años tras las rejas. La cárcel ya no es solo un lugar de castigo; es el garrote que silencia a quienes se atreven a desafiar el relato oficial, mientras el país se hunde en un modelo que prioriza el control sobre la justicia.
El Salvador 2025: Cárceles a rebosar, escuelas a la deriva.
En el Salvador de 2025, mientras el gobierno de Nayib Bukele presume de avances en su maquinaria publicitaria, la realidad destapa un retroceso alarmante: el cierre de casi un centenar de escuelas públicas en todo el país, un golpe silencioso que condena a miles de niños y jóvenes a un futuro sin oportunidades. Al mismo tiempo, el director del sistema penitenciario, Belarmino García, se jacta ante periodistas de CNN de que la mega cárcel CECOT está a punto de alcanzar su límite.
Con un brillo inquietante en su discurso, García no solo celebra la saturación de esta fortaleza de concreto, sino que anticipa la construcción de una segunda mega cárcel, financiada mediante acuerdos opacos que posicionan a El Salvador como un depósito de presos extranjeros y un calabozo para salvadoreños etiquetados como «enemigos del régimen».
Este modelo no se contenta con encerrar cuerpos; Encarcela esperanzas, aplasta derechos y sepulta futuros, evidenciando una prioridad perversa: más rejas que aulas, más represión que educación. La sombra de estos pactos sugiere una verdad aún más oscura: el país se encamina a convertirse en un Guantánamo centroamericano, un engranaje al servicio de los intereses de Washington, donde la soberanía se negocia a cambio de contratos carcelarios y la libertad de los ciudadanos se sacrifica en el altar de la propaganda.
Agencias de noticias internacionales elegidas por el régimen, la secretaria de seguridad de los Estados Unidos, turistas del morbo llegan a fotografiar el dolor como si fuera una atracción, mientras el estado de excepción —prorrogado por tres años hasta marzo de 2025— se usa como garrote para aplastar cualquier disidencia. Protestar por un sueldo atrasado, protestar por los despidos, pedir libertad por los inocentes capturados sin cargos ni juicios que le declaren culpable, defender un derecho, donde hasta en cualquier distrito municipal las autoridades locales amenazan con aplicar el régimen de excepción a toda persona que no obedezca sus mandatos o simplemente por ser sospechoso y estar o vivir en el lugar pobre te convierte en «enemigo del régimen».
La motosierra global: de Milei a Bukele, el mismo libreto.
No es casualidad que Nayib Bukele hagas eco de la motosierra de Milei o de las loas de Elon Musk al desmantelamiento del Estado. Es el mismo manual neoliberal que arrasa lo público para entregarlo a los privados, que son siempre los mismos familiares, amigos y socios del poder. Es una lógica que asfixia, que precariza incluso a quienes creían estar a salvo por apoyar al régimen.
En El Salvador, la deuda externa se dispara, los servicios básicos colapsan y la pobreza multidimensional —la segunda peor de América Latina, según la CEPAL del año 2024 — se profundiza. Pero eso no importa mientras los influencers del régimen y los youtubers neoliberales vendan el cuento del «país más seguro». Bukele, como fiel alumno de Trump, en el último balbuceo y frases incoherentes teje discursos de exageraciones y enemigos imaginarios, inflando inversiones —1.4 mil millones anunciados en la zona oriental que menciona las obras y montos no pasan de 400 millones (parece que no le dieron la lista completa o le sumaron mal el dato)— y culpando a opositores por sus propios fracasos en un circo donde la verdad es la primera víctima.
El Salvador profundo: donde la dignidad es moneda de cambio.
Los que aplaudían la «mano dura» porque creían que no les tocaría ahora sienten el peso de la precariedad. El «milagro Bukele» es un país hipotecado, una democracia en venta y un pueblo usado como carnada para inversores y titulares. Playas públicas ahora con muros y cercas, comunidades desplazadas, y un futuro privatizado para los allegados al régimen y la familia gobernante. La pregunta retumba: ¿cuánto vale la dignidad de un país? Para este gobierno, menos que un tuit de Musk, un contrato con Washington o un like en las redes.
La vida para la gente común no mejora. Los megaproyectos faraónicos no incluyen a los pobres locales quienes son vistos como decorado o folklore para ricos, los turistas extranjeros y unos cuántos locales. Las comunidades desplazadas ven cómo sus antiguas tierras se transforman en resorts a los que nunca podrán entrar.
En este El Salvador profundo, el descontento crece como una marea más alta y silenciosa de la playa El Tunco. Nadie sabe cuándo romperá ni con qué fuerza, pero la olla a presión no aguantará más tarde o temprano. Mientras Bukele juega a ser el «dictador cool» y el carcelero Guantánamo 2.0, pagado por los Estados Unidos, vendiendo un país que solo existe en sus pantallas y reportajes, la mayoría vive atrapada entre la miseria el miedo y la esperanza.
Que esta Semana Mayor nos despierte, nos una y nos recuerde que resistir es también un acto de fe. Porque esta verdad no se borra, ni se calla.
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